creo-para-entender-entiendo-para-creer

Ivannah Toniolo de Menéndez

«Te estamos llamando de la Asociación de Exalumnos. Te agradeceríamos que te comunicaras a la brevedad. Mañana martes se reúne la comisión a las…»

Reconocí la voz de Lucila Fagalde en el contestador. Respondí la llamada y me enteré. Se trataba de escribir un artículo para la Revista de Exalumnos Jesuitas. El tema central de este número sería la Catequesis. Me sugirieron «Catequesis y Filosofía», pero me dieron libertad para escribir sobre lo que yo quisiera. La condición: que fuese algo ágil; no denso. Pensé unos instantes y dije que sí aunque estuve tentada de decir que no. Supuse que me habían pedido el artículo en mi triple carácter de exalumna jesuita (Preparatorios, generación 1970-71), de catequista y de profesora de Filosofía. Pero… ¿de periodista?… Tal vez me alentó recordar mis años en el equipo de redacción de «Seminario Hoy», luego «Colegio Hoy», ahora «Entre Nosotros».

Comenzó un torbellino mental. Experiencias, reflexiones, vivencias, lecturas… Recordé mis tempranos años de catecúmena en el seno de mi propia familia. Sí, en ella vivíamos de la Fe y con Fe los acontecimientos cotidianos con toda naturalidad. Recordé las enseñanzas del Catecismo en mi Colegio Inmaculada Concepción de las Hermanas Alemanas. Reviví mis años como catequista en el Colegio Monseñor Ricardo Isasa, en el «Ex-Seminario» y en la Parroquia San Ignacio de Loyola. Recorrí mis experiencias como «Baqueana» guiando a «Los Horneros», los campamentos de trabajo, las idas a «La Huella»… Los retiros, los Ejercicios Espirituales en Arequita, en La Floresta, en Manresa, en las Esclavas del Sagrado Corazón, vividos una y otra vez. Repasé las catequesis del Padre Roberto Viola SJ en el Oficio; los «Encuentros con Cristo» del P. Eduardo Levy SJ; las carteleras de la Hermana Claudina y sus catequesis de Bautismo y de Primera Comunión. ¡Cuántas vivencias de Fe! «El justo vive de la Fe» proclama la Sagrada Escritura.

Otro tanto ocurrió con las lecturas. Sobre todo, cuando se trata de lecturas que dejan marca, que dejan huella. «El catequista, discípulo del Señor» de Gaetano Gatti; «Evangelii Nuntiandi» de Pablo VI; «Cathechesi Tradendae» de Juan Pablo II; los Mensajes del Papa en sus dos visitas a Uruguay; «Teología y sensatez» de F. J. Sheen; «Las características de la educación de la Compañía de Jesús», «El paradigma pedagógico ignaciano»; las obras del P. Horacio Bojorge SJ, especialmente «La parábola del perro». Últimamente «Veritatis Splendor» y «Fides et Ratio» de Juan Pablo II.

Repasé también mis años de estudiante de Filosofía en «las raíces de la Universidad Católica». Recordé y agradecí a aquellos profesores que me enseñaron a pensar; a integrar la Fe con la Razón; la Filosofía y la Teología. Repasé los autores que me ayudaron en este sentido: San Agustín, Santo Tomás de Aquino, John Henry Newman, Max Scheler, Edith Stein, Emmanuel Mounier, Gabriel Marcel, Karol Wojtyla, Josef Pieper, Tatiana Góricheva y tantos otros…

Recorrí mis experiencias pedagógicas en materia filosófica y agradecí haber encontrado a Ismael Quiles, a Viktor Frankl y a Tony Anatrella, entre otros, en mi itinerario intelectual y vital. Agradecí y agradezco a mis alumnos que son la causa final de mi acción educativa. Sin pretenderlo, me encontré a mí misma recorriendo y aplicando los pasos del paradigma pedagógico ignaciano a este artículo. Contextualización, experiencia, reflexión, acción…

Como contextualización, este preámbulo es más que suficiente. No quiero cansarlos, sólo situarlos para que conozcan desde dónde surgen las reflexiones de este artículo «por pedido». Catequesis y Filosofía. Filosofía y Teología. Fe y Razón. Cada uno de estos temas se implican mutuamente y darían pie para múltiples reflexiones. Por lo tanto, me voy a centrar en las siguientes preguntas: 1) ¿Qué es la Catequesis? 2) ¿Quién es el catequista? 3) ¿Qué es la Filosofía? 4) ¿Quién es el profesor de Filosofía creyente?

¿Qué es la Catequesis?

«Padre, ésta es la vida eterna; que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo» (Juan 17,3). «Dios, nuestro Salvador… quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad». (1 Timoteo 2, 3-4).

En estas palabras de la Escritura está contenido el sentido y la misión de la Catequesis. Conocer y dar a conocer a Jesucristo, el Mesías. «Él es el Camino, la Verdad y la Vida». En Él, reside la salvación y el conocimiento pleno de la Verdad. Él es quien nos amó y nos ama primero. Sale a nuestro encuentro. Toca a la puerta y llama. Espera que le abramos y lo dejemos entrar en nuestra casa, en nuestra familia, en nuestra sociedad, en nuestra vida, en nuestro corazón. La Fe es un don maravilloso. Es autodonación del Dios Trinitario, y al mismo tiempo, decidida respuesta humana. Gratuita iniciativa divina y libre adhesión humana.

La Catequesis procura ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios, el único Salvador; a fin de que, por la Fe, tengan la vida en su Nombre y la tengan en abundancia; y para educarlos e instruirlos en esta vida de Gracia, conformando así el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia.

La Catequesis es la educación en la Fe de los niños, de los jóvenes y de los adultos, de un modo orgánico y sistemático, cimentada sobre tres pilares fundamentales: la Sagrada Escritura -la Palabra de Dios-, la Tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia, con miras a iniciarlos y a hacerlos crecer en la plenitud de la vida cristiana.

La Catequesis es acción eclesial que conduce a la comunidad cristiana y a cada uno de sus miembros a la madurez en la Fe, con los métodos adaptados a la edad, a la cultura y a las circunstancias de cada persona, a fin de que la verdad cristiana se convierta, con la acción del Espíritu Santo, en vida de y para los creyentes. Así nos lo enseña el propio Magisterio de la Iglesia. Recordemos que la Iglesia es Madre y Maestra.

¿Quién es el Catequista?

«He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según Tu Palabra» (Lc 1,26-38). María de Nazareth es el primer modelo de discípulo. Es la más perfecta seguidora de Cristo, desde el desconcertante anuncio del ángel, pasando por la pobreza del pesebre de Belén, hasta la soledad de la Cruz en el Gólgota. Al proclamarse «la esclava del Señor» es modelo de catequista. Su «Sí» hace posible la Redención.

El catequista es testigo del Señor. Es discípulo de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es alguien que se ha dejado llamar, encontrar y amar por las Tres divinas personas. Alguien que ha respondido al llamado divino en el seno de una comunidad cristiana: la Iglesia en su dimensión mistérica. Alguien que ha tenido con Cristo un encuentro interpersonal transformador. Alguien que ha recibido los dones de la Fe, la Esperanza y la Caridad y su gozo es tal, que está dispuesto a difundirlos. Habiendo encontrado un tesoro, lo lleva en vasijas de barro y busca compartirlo con otros. Conocer y amar. En esto radica el misterio divino-humano. El catequista desea y quiere conocer y amar cada vez más y mejor a Jesucristo para descubrir y hallar la Voluntad del Padre sobre él y de este modo, desearla, quererla, amarla y ponerla por obra.

¿Dónde conoce y ama el catequista? En la oración, en los Sacramentos, especialmente en la Reconciliación y en la Eucaristía, en la Palabra Revelada, en la Comunidad de los creyentes, en el Magisterio de la Iglesia, en los acontecimientos de la vida cotidiana, en el encuentro con personas de toda condición. A veces, el Señor se hace el encontradizo donde menos lo esperamos. Él es siempre sorprendente.

El catequista tiene como misión dar a conocer al Salvador, para que otros lo conozcan, lo amen y lo sigan, pero sabiendo que él es instrumento y mediación. «Nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no lo guía el Espíritu Santo» (1 Corintios 12,3). Quien misteriosamente evangeliza y catequiza en el corazón humano es el Espíritu Santo -el Gran Catequista- pero lo hace con la concurrencia humana, la del catecúmeno y la del catequista.

¿Qué es la Filosofía?

La Filosofía comenzó siendo y confiamos que seguirá siendo «amor a la sabiduría«. Es la perenne búsqueda humana -a partir de la experiencia y por medio de la razón- de los últimos porqués, de las causas últimas de todas las cosas. Es «sabiduría vital» de los últimos problemas humanos. Es conocimiento y amor por la verdad. Supone interrogar -interrogarse- y responder -responderse- las preguntas existenciales más acuciantes. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? ¿Qué sentido tiene la vida humana? ¿Por qué existe el mal? ¿Es posible encontrar sentido al sufrimiento? ¿La muerte es el término final? ¿Qué hay después de esta vida? ¿Existe Dios?

La Filosofía nace y se desarrolla cuando el hombre comienza a interrogarse sobre el por qué y el para qué de todas las cosas. Acerca de su origen y de su finalidad. Este interrogarse es inherente a la razón humana. El corazón humano estará inquieto hasta no dar con la verdad. Pero… ¿qué es la verdad? La verdad es la realidad. La realidad es lo que las cosas son en sí mismas. Lo real es el «en sí» y este «en sí» es asequible al hombre, a su inteligencia y a su voluntad. Por cierto, según su condición limitada de criatura.

Desear y querer conocer la verdad es connatural al ser humano. En primer lugar, la verdad del hombre, su propia verdad, la verdad de sí mismo, la verdad del mundo y la Verdad de Dios.

¿Quién es el profesor de Filosofía Creyente?

«Conócete a ti mismo». Los griegos eran sabios y habían esculpido esta exhortación sobre el dintel del templo de Delfos, testimoniando una verdad fundamental, propia y característica del ser humano: el autoconocimiento, la conciencia de sí.

El profesor de Filosofía procura ser un discípulo de la VERDAD. Aprende a pensar y enseña a pensar. Partiendo de la experiencia, por medio de la razón se interroga y hace interrogar a sus alumnos, despertando en ellos el amor por la sabiduría: La verdad, el bien y la belleza.

Quiere formarse y orienta y acompaña el proceso de formación de sus alumnos. Aprende a ser y enseña a ser. ¿A ser qué? A ser lo que ya somos, pero aún no acabadamente ni plenamente. A ser personas. El ser humano tiene una dimensión inmanente y una dimensión trascendente. Es espíritu encarnado; espíritu en la materia. La persona es «un ser en relación con». En relación consigo misma, con otras personas y con Dios en cuanto ser personal. La persona es un ser capaz de conocer, de querer y de amar. Conocerse, quererse, amarse. Conocer, querer y amar a otras personas, convirtiéndolas en «prójimos». Conocer, querer y amar al ser absoluto en sus tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Si bien el filosofar es, en primer lugar, una actividad intelectual, racional del ser humano, en ella queda implicada la totalidad de la persona: su afectividad, su inteligencia, su voluntad, su libertad. El profesor de Filosofía, en cuanto educador, debe tener presente esta realidad. Buscar honestamente la verdad, descubrirla, conocerla y amarla, supone un compromiso vital. Compromete a la persona toda. Compromete su libertad para una mayor libertad. «La Verdad os hará libres» nos enseña la Escritura.

En el acto de filosofar toda dimensión humana está implicada y comprometida. Sentir, pensar, creer, conocer, querer, amar: ser persona para obrar en consecuencia. «El obrar sigue al ser» nos enseña el filósofo. «Por los frutos los conocerán» anuncia Jesucristo.

El profesor de Filosofía creyente, sabe que en esta búsqueda de la verdad junto con sus alumnos, no cuenta con sus solas fuerzas; el Espíritu Santo viene en su ayuda. Ilumina su inteligencia y enciende su corazón para encontrar el verdadero camino que conduce a la verdad. Un profesor así, confía en la razón pero también conoce sus límites. Confía en la Palabra de Dios y adhiere a la Revelación divina, dejándose interpelar por ella. Sabe que la Fe no es irracional sino suprarracional, que ésta tiene un alcance mayor que su razón limitada y en ocasiones oscurecida por el pecado. Por la luz de la Revelación, la inteligencia se vuelve más segura y perspicaz y de ese modo, es capaz de adentrarse mejor en el misterio del mundo, en el misterio del hombre y en el misterio de Dios. Se vuelve capaz de contemplar sin prejuicios, con sencillez y con humildad las verdades últimas. «La Fe y la Razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerlo a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo» (cf. Exodo 33,18; Salmo 27(26),8-9; 63(62),2-3; Juan 14,8; lJuan 3,2). De este modo da comienzo la Carta Encíclica de Juan Pablo II «Fides et Ratio» (1998) dirigida por Juan Pablo II a los Obispos de la Iglesia Católica.

De este modo, podemos afirmar que da comienzo el itinerario intelectual, espiritual y vital de un profesor de Filosofía creyente. Y de este modo, doy por concluido este artículo, que es posible que no haya cumplido con el requisito de ser poco denso.