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Néstor Martínez Valls

En esta sección queremos ofrecer una exposición algo detallada de los clásicos argumentos filosóficos demostrativos de la existencia de Dios. Estos argumentos no son el fundamento de la fe cristiana. La fe cristiana se apoya en la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo en la historia, primero, al pueblo de Israel por medio de Moisés y los profetas, luego, al llegar la plenitud de los tiempos, a la Iglesia, por medio de su Hijo Jesucristo, y mediante la Iglesia, a todos los hombres. La Resurrección de Jesucristo de entre los muertos es el hecho fundamental en que se apoya toda la fe cristiana. Junto con ella, los milagros y profecías atestiguados en el Antiguo y el Nuevo Testamento dan testimonio del origen divino de la Revelación hecha en Jesucristo.

Las pruebas filosóficas, por su parte, han sido defendidas por paganos como Platón y Aristóteles, sobre la base de una convicción puramente racional. No están necesariamente ligadas al cristianismo, puesto que no llegan ni pueden llegar a la afirmación de la Trinidad de Personas en Dios y de la Encarnación de la Segunda Persona, el Hijo de Dios, por nuestra salvación, que son los dos dogmas centrales de la fe cristiana. Son compatibles con credos que disienten del cristianismo en puntos esenciales, como el judaísmo y el islamismo, o un simple teísmo filosófico que no reconoce el hecho de ninguna Revelación sobrenatural.

Más aún: la fe es algo más que el conocimiento de Dios: incluye también el amor a Dios. Según Santo Tomás, los demonios tienen una certeza intelectual mucho mayor que la nuestra de la existencia de Dios, dada su mayor potencia intelectiva, y sin embargo, lo odian. Y finalmente, la fe es un don sobrenatural de la gracia, que no puede obtenerse con solos argumentos o esfuerzos de la voluntad humana.

Pero con todas estas limitaciones, las pruebas filosóficas de la existencia de Dios prestan a la fe cristiana un servicio muy importante, pues muestran la armonía entre la razón y la fe, en la medida en que la razón confirma una parte más que importante de la Revelación cristiana: la existencia de un solo Dios, personal, omnipotente, infinito, Creador libre y soberano del Universo material.

El Universo en el que creyente debe habitar mentalmente por su fe, entonces, no es otro distinto del que debe habitar en tanto que ser racional: es el mismo Universo, la misma realidad, sólo que conocida en ambos casos según diversos niveles de profundidad (mayor, obviamente, en el caso de la Revelación que Dios nos hace de Sí mismo y de su plan de salvación) y según diversas metodologías, como son la argumentación racional, por un lado, y la fe en la Palabra de Dios, por otro.

Las pruebas nos muestran, entonces, que Dios no es un extraño ni un intruso en la experiencia que el hombre tiene de sí mismo y del mundo. Nos muestran que la fe no ha «inventado» a Dios, y también evitan que el cristianismo se convierta en un «ghetto» intelectual desconectado del pensamiento de los hombres.

Gracias a las pruebas, el cristiano puede dialogar con los que aún no comparten su fe, y mostrarles que ésta en parte está respaldada por la recta razón. Esto es bueno no solamente para convertir a los no creyentes, sobre lo que ya hablamos arriba, sino también para difundir entre los hermanos en la fe la certeza de que no tienen porqué «achicarse» ante el mundo de la ciencia, el pensamiento y la cultura. Creo que el descuido del tema de las pruebas filosóficas de la existencia de Dios, y de la filosofía en general, en las últimas décadas, es en parte responsable de la agudización del «complejo de inferioridad» de los católicos a que asistimos desde hace tiempo.

Ello no quita, por supuesto, que en última instancia es solamente el anuncio de Cristo Crucificado y Resucitado lo que puede salvar al hombre y al mundo. Más aún: las pruebas nos muestran que el hombre es constitutivamente un «ser para Dios», que basta el funcionamiento normal de la inteligencia natural humana para que la noción de Dios, y más aún, la certeza de su existencia, aparezcan en el horizonte intelectual del ser humano.

Si no estuviese esta apertura a lo divino y lo absoluto en la misma naturaleza racional del hombre, en realidad la Revelación sobrenatural no sería posible. Cuando la voz que viene de la zarza ardiendo se presenta como la Palabra sobrenatural de Dios, el hombre comprende ese mensaje solamente porque tiene previamente la noción de «Dios», o de lo divino, extraída de su experiencia natural. Las pruebas filosóficas nos aseguran que el proceso por el cual se ha formado en primer lugar esa idea es legítimo racionalmente hablando.

Y más aún: las pruebas filosóficas tienen un valor en sí mismas, independientemente de su relación con la Revelación. Supongamos que el mundo puede existir sin una Causa Primera. Entonces, el mundo y las cosas en general podrían existir sin una razón de su existencia. Las cosas en general podrían ser «porque sí».

La realidad podría ser radicalmente irracional, gratuita, absurda, como dice Sartre en «La Náusea». Al toparnos con un hecho cualquiera novedoso, nos estaría vedado preguntar «¿porqué»? No tendría porqué haber un porqué, y entonces, la pregunta carecería de sentido.

Pero entonces, es todo nuestro pensamiento el que carecería de sentido, no lo tendría el buscar las razones de las cosas, la ciencia toda debería desplomarse y la vida humana se convertiría en un absurdo total.

Lo que intenta el filósofo con las pruebas de la existencia de Dios no es dar un apoyo a la religión o motivar la conversión del incrédulo, si bien pueden ser usadas en ese sentido por el apologista. Lo que busca el filósofo es dar razón del Universo, dar razón de la existencia humana en el mundo, dar razón, en definitiva, de la posibilidad de pensar y de vivir como ser racional en medio de las cosas.

Las pruebas filosóficas de la existencia de Dios son la clave de bóveda del edificio filosófico que justifica la posibilidad de la existencia racional del hombre, de la existencia de la misma filosofía y de la ciencia en general. Sin ellas, el Universo , y el hombre dentro de él, se convierten en un caos, en un absurdo, en algo totalmente irracional, que existe porque sí, funciona porque sí, y desaparecerá un día, probablemente, porque sí.

Si las pruebas de la existencia de Dios no valiesen, sería por la misma razón por la que la los círculos podrían ser cuadrados, 2 + 2 ser igual a 26, y la justicia algo reprobable, es decir, porque la razón misma no pasaría de ser un chiste ilusorio; porque no haría falta una razón para que las cosas sean, y sean como son. Pero entonces, lo que llamamos humanidad, cultura, ética, derechos humanos, justicia, solidaridad, ciencia, etc., todo eso quedaría convertido en un mero azar, ciego y absurdo, de la evolución – de la cual tampoco, ciertamente, tendría sentido hablar.

Ahora bien, la sistematización clásica de estas pruebas filosóficas es la que hace Santo Tomás de Aquino en sus famosísimas «cinco vías» , es decir, cinco argumentos para probar la existencia de Dios, que expone en el tercer artículo de la segunda cuestión de la primera parte de su obra magna, la Summa Theologica. En ellas el Aquinate recoge y sintetiza, profundizándolas, las intuiciones más valiosas de Platón, Aristóteles, San Agustín, Avicena, Maimónides, etc.

Ofrecemos aquí una exposición de la tercera vía y la quinta vía de Santo Tomás de Aquino. Agregamos un análisis de la crítica que Immanuel Kant dirigió contra la tercera vía. También intentaremos analizar en lo posible las otras objeciones contra estas pruebas, incluyendo las que nos hagan llegar quienes así lo deseen.

Incluimos también un esquema básico y sencillo de las pruebas, para ayudar a orientarse en medio de la argumentación.