Néstor Martínez Valls
Como ya dijimos en un trabajo anterior, los milagros no son violaciones de las leyes naturales porque las leyes naturales rigen el curso natural de los fenómenos, es decir, se supone implícitamente que no hay intervención sobrenatural.
A partir de la ley de gravedad se puede concluir que si entre dos cuerpos no hay otro suficientemente resistente como para impedirlo, habrá un movimiento de uno de ellos hacia el otro.
En las leyes naturales, entonces, la ausencia de impedimentos naturales está explícitamente contenida en el enunciado de la ley, o al menos, forma parte explícita de la comprensión o interpretación del mismo.
No pasa lo mismo con la ausencia de una intervención sobrenatural. La ciencia como tal no dice nada acerca de ella, porque no es su objeto. Pero la comprensión filosófica de la ley natural, es decir, la comprensión que el hombre debe tener de las leyes naturales en el contexto de todo lo que sabe acerca de la realidad y de sí mismo, debe hacer mención de esa ausencia de intervención divina sobrenatural, para lograr una comprensión cabal del significado de la ley misma.
Por eso, no llamamos «milagro» al hecho de que nuestra mano intercepte la caída de un cuerpo hacia la Tierra. Porque la ausencia de una intervención natural como la nuestra es parte de los supuestos explícitos de la ley a nivel físico. Y entonces, es «naturalmente comprensible» que la caída hasta la Tierra no se dé en ese caso.
Pero si la caída del cuerpo hacia la Tierra no se diese , en ausencia de todo factor natural comprobable de dicha detención, tendríamos dos alternativas: 1) decir que existe un factor natural que no podemos por el momento averiguar. 2) Decir que existe un factor sobrenatural.
La decisión de seguir diciendo siempre, a pesar de los pesares, que existe un factor natural desconocido, ya no depende de la ciencia, sino de la filosofía, es decir, de una filosofía materialista y naturalista que sostiene en forma dogmática la imposibilidad de lo espiritual y lo sobrenatural.
¿Es posible, por otra parte, probar en algún caso que estamos ante un factor sobrenatural, es decir, eliminar la posibilidad de que el no cumplimiento de lo predicho en la ley se deba a factores naturales? No discutimos ahora la posibilidad de averiguar si de hecho sucedieron las cosas que nombramos a continuación, sino solamente si, en el caso de constarnos haber sucedido esas cosas, nos veríamos obligados a concluir que ha habido una intervención divina sobrenatural.
En el caso de restauraciones orgánicas súbitas, por ejemplo, como la desaparición súbita, en una tarde, de un cáncer maligno avanzado en una paciente ya deshauciada, que motivó la conversión del premio Nobel en biología Alexis Carrel al catolicismo (el hecho ocurrió en Lourdes, en medio de una peregrinación) , o la restauración súbita de un órgano o miembro perdido, debemos concluir, evidentemente, en un factor sobrenatural, porque no es ése el modo de obrar de la naturaleza en las curaciones, que es siempre lento, gradual y progresivo.
Nótese que en el caso de Carrel, el contexto religioso de una peregrinación a un lugar en el que era fama que se obraban milagros, agrega además un valor grande de probabilidad («probabilidad antecedente», que diría Newman), al carácter milagroso de un hecho científicamente inexplicable.
Es decir, es fama que en Lourdes se hacen milagros, la paciente de Carrel, con una peritonitis tuberculosa, deshauciada, pide como última voluntad ir Lourdes en peregrinación. Carrel, agnóstico, se resiste, pero finalmente acepta, convencido de que ella morirá en el viaje o al llegar. En Lourdes, luego de ser sumergida en la piscina, ella empeora, y Carrel piensa que va a morir. Y finalmente, ante la mirada asombrada de Carrel y un grupo de médicos y enfermeras, la hinchazón del vientre de la mujer desciende lentamente, en forma imperceptible pero real, hasta que desaparece del todo, en el curso de una tarde. Y la paciente está recuperada y con hambre. Así está escrito en el libro «Viaje a Lourdes», del propio Carrel. El agnosticismo del autor en el momento de presenciar el hecho es también un factor de «probabilidad antecedente» de la autenticidad de su testimonio. Incluso al escribir el libro, Carrel no estaba aún convertido al catolicismo: su conversión definitiva ocurrió recién en el lecho de muerte, ante el testimonio de santidad que le dio una sirvienta católica, pobre e ignorante que lo atendió hasta el fin.
En varios sitios en la red es posible recoger datos acerca del milagro presenciado por Alexis Carrel, premio Nobel en medicina, y entonces, agnóstico, en Lourdes. No hemos podido conseguir aún «links» en español sobre este tema. La figura de Carrell está siendo muy controvertida en estos días en Francia por sus relaciones con el gobierno pro – nazi de Vichy, y por sus proyectos eugenésicos de inspiración más o menos afín a los del nazismo. Después de presenciar la curación milagrosa de una paciente desahuciada de peritonitis, Carrel siguió por años tratando de explicarse lo que había visto, y sólo en su lecho de muerte se convirtió finalmente a la fe católica.
En el ínterin, publicó su libro «Viaje a Lourdes», en el que narra, con la precisión de un cirujano positivista, la curación científicamente inexplicable de Marie Bailly.
No lo proponemos aquí en todo como modelo de pensamiento y vida cristianos, sino como testigo excepcionalmente cualificado, tanto por su competencia médica como por su escepticismo filosófico, que aleja de él toda sospecha de parcialidad a favor de la religión, de una intervención divina sobrenatural.
Una cosa interesante de constatar es cómo en la mayoría de las referencias a Carrel que se puede hallar en Internet o en otras partes, se silencia totalmente este aspecto de su vida. Pasa con él lo que sucede con otras muchas figuras importantes de la historia, que de hecho tuvieron significativas relaciones con el catolicismo, acerca de lo cual nuestra cultura «laica» guarda un escrupuloso secreto, educándonos de hecho, así, para la ignorancia.
Del mismo modo, no podemos pretender ver factores naturales en la curación súbita de un ciego de nacimiento mediante un poco de barro y saliva, y el agua de una fuente.
En el caso de la multiplicación de los panes, si de cinco panes , sin concurso de ningún otro elemento natural, se obtienen cinco mil panes, entonces, estamos ante una acción que obviamente no tiene las características propias de las operaciones naturales, sino más bien las de la acción creadora divina.
En el caso de la resurrección de un muerto, es decir, de la vuelta a la vida de un ser humano comprobablemente fallecido, y no sólo con «muerte clínica» cerebral, sino con comienzos de descomposición del cadáver, como dicen el Evangelio de Juan que fue el caso de Lázaro, lo que la recta filosofía nos enseña es que ha habido, como mínimo, la reunión del alma espiritual con el cuerpo, siendo la muerte la separación de los mismos. Ahora bien, ninguna ley natural puede tener influjo sobre el alma espiritual, que por ser inmaterial, escapa al orden de la naturaleza física. Luego, también en este caso es necesario hablar de un influjo sobrenatural.
Y si no se quiere hablar del alma espiritual, podemos decir igualmente, que la superación de la muerte ya ocurrida es algo que escapa a todo el orden de la naturaleza física. Las leyes naturales sólo pueden obrar sobre alguna materia preexistente, ahora bien, si la muerte es la destrucción total de la persona, no hay materia alguna sobre la cual operar su vuelta a la vida, y si la muerte es, como es en verdad, la separación del alma y el cuerpo, no hay ley física ni biológica que pueda obrar sobre el alma espiritual e inmaterial.
¿Se dirá que la materia preexistente es en este caso el cadáver? Pero entonces esperamos a ver qué biólogo nos dirá públicamente que es posible que un cadáver vuelva a la vida por causas naturales desconocidas.
Además, el cadáver ya no es una persona. Volver a la vida, significa, en el caso del hombre, volver a ser persona humana. Pero las leyes de la naturaleza, que supuestamente deberían hacerse cargo de ello, son tan impersonales como el cadáver mismo. Luego, lo personal saldría de lo impersonal, lo que es absurdo.
Lo interesante de esto, es que si la «ciencia» intenta explicar «científicamente» de este modo los milagros, entonces se vuelve absolutamente fantástica, y más difícil de creer que la misma religión cristiana.
Es decir, para la ciencia, admitir algo así, que una resurrección puede ser obrada por causas naturales, por supuesto que desconocidas para nosotros, estaría muy cerca de admitir que cualquier cosa puede proceder de cualquier cosa, y que cualquier efecto puede proceder de cualquier causa. Lo cual destruye el mismo principio de «causalidad» o «legalidad» que es la base del pensamiento científico.
Por el contrario, la explicación basada en factores sobrenaturales sigue fiel al principio de causalidad, pues al encontrar un efecto que sobrepasa la capacidad de toda causa natural, lógicamente postula una causa de tipo sobrenatural.
De donde se sigue que si en nombre de una «ciencia» en realidad adulterada, nos oponemos a la posibilidad misma del milagro, en realidad estamos minando las bases mismas del método científico y abriendo la puerta a toda clase de credulidad supersticiosa. Decir que alguna causa natural desconocida puede obrar la resurrección de un muerto está, a pesar de las apariencias en contrario, muy cerca de decir que el pasar bajo una escalera nos traerá mala suerte.
Por eso decía Chesterton que el que no cree en Dios cree en todo lo demás.
Se ha objetado contra los milagros del cristianismo, que también las otras religiones tienen, al parecer, milagros. Entonces, deberíamos aceptar también como garantidas por Dios las religiones no cristianas, lo cual va contra el sentido mismo del argumento tomado de los milagros. O bien, deberíamos negar la realidad de los milagros en las demás religiones, lo cual resulta sospechoso, y además, tal vez en algunos casos, bastante difícil.
Pero este argumento puede retorcerse en contra del argumentante. Si hay milagros en las otras religiones, entonces, hay milagros, y entonces, hay un Dios que obra milagros. Lo cual ya es conceder una parte grande de lo que pretende probar el argumento tomado de los milagros. El resto entraría dentro del misterioso designio de Dios, que ciertamente es muy libre de obrar milagros donde quiere, y que por otro lado, ha dado en torno al cristianismo un conjunto de signos y señales tan grande, que ello ciertamente no permite que unos milagros obrados aquí y allá fuera del cristianismo sean en realidad causa de confusión.
Y si los milagros de las otras religiones no son tales, ello no es argumento para que no lo sean los del Evangelio, ni tampoco hay entonces razón para que los milagros del Evangelio pierdan su carácter de signos certísimos de la religión revelada por Dios.
Y aún más: no podemos dejar de ignorar la posibilidad de que, como ocurrió con los magos que se opusieron a Moisés en Egipto, haciendo señales milagrosas semejantes a las que él realizaba de parte de Dios, los espíritus malignos, opuestos a Dios y a la realización de su plan de salvación, obren también algunos prodigios para confundir a los hombres.