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John McCloskey

A principios de 2002 las revelaciones sobre abusos sexuales del clero crearon la mayor crisis que ha sufrido la Iglesia católica en Estados Unidos. En medio de la avalancha informativa, los hechos reales se mezclaban con las impresiones aventuradas, mientras que otros aspectos quedaban en la sombra. Por eso es clarificador el libro El coraje de ser católico, escrito por George Weigel, el conocido biógrafo de Juan Pablo II, que con la suficiente perspectiva y sin perder de vista la actualidad describe la crisis, analiza sus causas y sugiere las inevitables reformas.

El libro de Weigel es una crónica, directa y relativamente breve, de la crisis y sus raíces, que termina con sugerencias de reforma. Este examen es realista y enérgico, pero no abiertamente acusatorio ni pesimista. Weigel conoce bien la historia de la Iglesia. Señala que la gran mayoría de los concilios fueron convocados para abordar la necesidad de renovación y reforma en momentos difíciles para la Iglesia y el mundo. De ahí que casi siempre fueran seguidos de varias décadas de confusión hasta que se aplicaron sus conclusiones. Cabía esperar que tras el Concilio Vaticano II ocurriera lo mismo. Lo que quizás no se esperaba era que la época posconciliar coincidiera con enormes vuelcos mundiales en la cultura, las artes, la política, la técnica, los medios de comunicación.

Distorsión de la identidad sacerdotal

La convulsión posconciliar alcanzó una cumbre el año pasado con la crisis de los abusos sexuales. Durante seis meses seguidos, a partir de enero de 2002, salieron a la luz numerosos abusos de menores cometidos por sacerdotes a lo largo de treinta años, en algunos casos con encubrimiento por parte de los obispos. Esta fue la causa inmediata de la crisis, que se puede considerar en vías de cerrarse tras la renuncia del Cardenal Law, arzobispo de Boston. Al grave perjuicio causado a tantos jóvenes y a sus familias con estos actos abominables, se suma un daño incalculable al prestigio de la Iglesia y a la confianza en la labor pastoral del clero.

Pero la crisis tiene otras causas más fundamentales. En particular, Weigel se centra en la distorsión de la identidad del sacerdote durante los quince años siguientes al Vaticano II y que empezó a remitir con la elección de Juan Pablo II. Como dice, “el sacerdote católico no es simplemente un funcionario religioso, un hombre autorizado a llevar a cabo cierto tipo de actividades eclesiásticas. Un sacerdote católico es un icono, una representación viva del eterno sacerdocio de Jesucristo. Hace que Cristo esté presente en la Iglesia de una forma muy particular, al actuar in persona Christi, ‘en nombre de Cristo’, en el altar y al administrar los sacramentos.”

En qué no consiste el problema

Weigel se preocupa también de precisar la naturaleza exacta de la crisis que estalló al comienzo de 2002. ¿Era simplemente una cuestión de pederastia por parte de unos pocos sacerdotes o era un programa anticatólico organizado por los medios de comunicación para destruir la Iglesia y el sacerdocio? De hecho, la gran mayoría de los casos consistían en actos deshonestos con chicos adolescentes, lo que lleva a la conclusión clara de que los culpables eran sacerdotes con inclinaciones homosexuales.

Pero, como escribe Weigel, “si nos propusiéramos describir con precisión la crisis de abusos sexuales como una crisis cuya principal manifestación eran los abusos homosexuales, se podrían formular otro tipo de preguntas sobre la cultura gay. Y eso precisamente era lo que algunos no deseaban que sucediese, entre los que se incluyen los teólogos disidentes de la moral católica.” Los relativamente pocos pederastas sistemáticos eran una pequeña minoría de los autores de abusos sexuales.

Aunque la prensa no creó la crisis, la información no reflejaba bien la realidad. Se difundió “la errónea impresión de que la crisis de abusos sexuales del clero era un fenómeno que seguía produciéndose en ese mismo instante, que era de una magnitud sin precedentes y que estaba fuera de control, cuando, en realidad, salieron a la luz poquísimos casos de abusos que hubieran sido cometidos en la década de los noventa.”

Reformar los seminarios

Tras analizar los orígenes de la crisis, Weigel sugiere posibles soluciones. La más importante es reformar los seminarios, que en las últimas décadas han acumulado un historial desastroso. La mala formación que han dado ha llevado a la incertidumbre sobre puntos clave de moral y doctrina, y a que no se entienda la verdadera misión de los laicos.

En lo sucesivo, habrá que valorar la idoneidad de los candidatos al sacerdocio no sólo mediante pruebas psicológicas, sino sobre todo examinando cómo conocen y practican la fe, y su fidelidad a ella, así como su aptitud para la misión evangelizadora. El autor señala que deben ser capaces de vivir la virtud de la castidad como preparación para el celibato apostólico y deben haber sido educados en la grandeza del celibato en cuanto don por el que Cristo los configura consigo mismo. Deben ser formados en la “teología del cuerpo” enseñada por Juan Pablo II, para que lleguen a entender la correspondiente grandeza del sacramento del matrimonio.

¿Cómo remediar la aparente escasez de sacerdotes en Norteamérica? Responde Weigel: “La solución no está en hacer el sacerdocio más fácil ni en abandonar la disciplina del celibato, sino en que los obispos y los sacerdotes se tomen mucho más en serio el fomentar vocaciones.” Estoy de acuerdo con él sólo en parte. Creo que el remedio incluye oraciones y sacrificios por las vocaciones, el ejemplo atractivo de sacerdotes felices y santamente celosos, y –lo que de ningún modo es menos importante– que los católicos vuelvan a tener familias numerosas. También discrepo de Weigel cuando propone no excluir entre los posibles candidatos al sacerdocio a homosexuales que hayan demostrado ser capaces de vivir la castidad.

De todas formas, tiene razón Weigel cuando dice: “Las diócesis […] en las que el obispo habla a sus sacerdotes sobre vocaciones en toda confirmación y ordenación, insiste en que se rece por las vocaciones en todas las misas, tiene una pastoral de vocaciones despierta y enérgica, llevada por un sacerdote capaz, e invita a la gente joven a reunirse con él y plantearse la llamada al sacerdocio; estas diócesis, decíamos, han descubierto que la respuesta es generosa. Los jóvenes quieren que se los llame a una vida de heroísmo.” De hecho, en los últimos años han repuntado las vocaciones al sacerdocio y con la próxima reforma de los seminarios que vendrá, en parte, gracias a la visita apostólica, cabe esperar sacerdotes mucho mejores, aunque el número total quizás descienda drásticamente por el inevitable envejecimiento.[1]

 


[1] NOTA DEL REDACTOR: Reseña de George Weigel. El coraje de ser católico. Crisis, reforma y futuro de la Iglesia. Planeta. Barcelona (2003). Título original The Courage To Be Catholic. Traducción de Claudia Casanova. El P. John McCloskey (www.frmccloskey.com) es director del Catholic Information Center de la Arquidiócesis de Washington (www.cicdc.org).