Gustavo Serrano Diez
Hay libros que lees una vez y los desechas, otros que desechas sin verlos siquiera, pero hay otros que quieres conservar para leerlos una y otra vez, y al mismo tiempo quieres regalárselos a todo el mundo. Esa clase de libros son aquellos que una vez que los lees ya no eres la misma persona: algo dentro de tí cambió, se desarrolló, estás lleno de inspiración, tu espíritu bebió agua fresca y se ha renovado, como quien calma su sed después de un caluroso día.
Conocí a Carlos en 2003 y a la fecha sigue sorprendiéndome con su aguda percepción de las grandes batallas del espíritu, mi asombro fue mayúsculo cuando leí su libro titulado Guadalupe: Un Río de Luz: La Historia de Nuestra Señora de Guadalupe Desde el Primer Siglo Hasta Nuestros Días disponible en Amazon.com. Puedo decir que Dios me mandó el libro en el momento preciso de mi historia personal para apuntalarla como Historia de Salvación; no soy el mismo antes que después de leer el libro.
La historia humana es mucho más que una sucesión de hechos, fechas y personajes, es como una inmensa trama donde cada suceso, cada acontecimiento se va entretejiendo para revelar el profundo misterio de Dios actuando en la vida de los hombres, viniendo así a cumplir la promesa de ser “Emmanuel”, Dios-con-nosotros (Isaías 7,14; Mateo 1,23).
“Quien te hizo sin ti, no te justificará sin ti” (Sermo 169, 11.13); Dios, pudiendo realizar la obra de la redención sin participación humana alguna quiso asociar a los hombres a su plan de salvación; comenzando por sí mismo, pues siendo Hijo de Dios, se hizo Hijo del Hombre, “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Gálatas 4, 4); desde el principio, Dios puso al hombre en el jardín para que lo “trabajara” y perfeccionara (cf Génesis 2,15), de esta forma el Hombre completaba en sí mismo la imagen y semejanza de Dios (cf. Génesis, 26-27); después de la caída, Dios no abandonó la obra de sus manos, sino que prometió un salvador, y desde entonces asoció a la mujer en la obra salvadora, pues ella y su linaje aplastarían la cabeza de la serpiente (cf. Génesis 3, 15).
Desde entonces y por todos los siglos vemos intervenir a Dios salvando a la humanidad de su total destrucción y no lo hace sólo, invita a otros hombres, sencillos y rectos de corazón a participar; de modo privilegiado a su Madre santísima, quien es reina de toda la creación y madre de todos los que tienen vida por la fe en Jesús (cf. Génesis 3,20; Lucas 1, 28.28; Juan 19, 26-27; Apocalipsis 12, 1).
El libro muestra, a la manera del hilo conductor de un tejido, la forma en que María está presente en el final de varias civilizaciones de muerte y el inicio de nuevas formas de civilización vivificantes por el Evangelio: El fin del sistema legal fariseo que traía muerte a los espíritus y el nacimiento de la Iglesia; el fin del imperio romano pagano y su renovación en la fe cristiana; el fin de la herejía arriana y la vuelta a la fe apostólica; la caída del Islam en España y el surgimiento de la hispanidad católica; finalmente la caída del imperio azteca y el surgimiento de México “siempre fiel” a Cristo y la Virgen de Guadalupe.
Todas estas intervenciones de María, salvo la primera y la última, están asociadas a una imagen tallada por San Lucas y que fue enterrada junto con sus restos mortales, para luego viajar miles de kilómetros y cientos de años. El mensaje y la advocación son los mismos que en México, ¿será que el mismo San Lucas —ayudado por los ángeles— pintó desde el cielo el ayate de Juan Diego?
La historia no termina aquí; en cierto modo es el preámbulo de lo que está por venir, una intervención divina en nuestro tiempo presente para salvar a la humanidad de su propia infidelidad y pecado, fray Juan de Zumárraga enviaba en nota secreta al emperador Carlos V el siguiente mensaje: “a menos que haya una intervención sobrenatural, el país está perdido”; de la misma manera, con el acecho del marxismo cultural sobre occidente (aborto, eutanasia, destrucción de la familia y la libertad, ideología de género), el islamismo radical y las nuevas dictaduras latinoamericanas, podemos exclamar junto con el fraile español del siglo XVI: “a menos que haya una intervención sobrenatural, nuestro mundo está perdido”; a lo que Dios responde: “sí, vengo pronto.” (Apocalipsis 22,20)
Quiera Dios que la lectura de Guadalupe: Un Río de Luz llene de gratitud y esperanza a sus lectores de habla hispana.
Gustavo Serrano Diez
México