G-K-Chesterton-hombre-paradoja-de-la-sabiduría-y-la-inocencia.png

Héctor Muñoz

Será muy difícil encontrar en nuestros tiempos, un hombre más vivo y valioso que Chesterton. Bajo la superficial apariencia de una irónica mordacidad, se dio en Inglaterra (por supuesto, con un fino humor inglés), un pensador de valía, en tiempos de Bernard Shaw y H.G. Wells, sus implacables rivales en lo intelectual, pero buenos y fieles amigos en el afecto.

El Sunday Telegraph’s Review, del 28 de mayo de 1996 en una Editorial titulada «¿Un santo entre los periodistas?», da respuesta a una carta dirigida al Cardenal Arzobispo de Londres, Basil Hume, firmada por personalidades del mundo de las Letras, la Política y por un Arzobispo de Argentina, en orden a poder iniciar el proceso de beatificación de Chesterton. No sabemos el destino de esta gestión, pero lo que sí sabemos es que el hombre a quien hoy consideramos, marcó la historia de la vida cristiana en la Inglaterra de su tiempo, con sus polémicas, artículos, libros, programas radiales, entrevistas mil, pero -sobre todo-, por la irradiación de su persona, no sólo exuberante en lo físico, sino también en lo intelectual y en la calidez humana con que trató a todos, también a sus enemigos.

No podemos dejar de tener en cuenta quienes fueron los hombres que rodearon su vida, mayores y menores que é1, que ejercieron marcada influencia en su pensamiento y sobre los cuales dejó una marca clara y testimonial: Hilaire Belloc (de modo singular), Bernard Shaw (alguien con quien poder discutir y disentir hasta el cansancio, lo mismo que H.G. Wells); C.S. Lewis, más joven que Chesterton y, en sus comienzos, rival en las ideas; el religioso dominico Vincent Mc Nabb y su viejo amigo, el Padre O’Connor, así como el renombrado anglicano Ronald Knox. No podríamos dejar de citar a su esposa, Frances, compañera fiel en su vida de escritor y, en los últimos años, en la vida de fe, pues también ella se convirtió al Catolicismo.

Este artículo de ninguna manera pretende (¡no podría!), agotar el pensamiento de Gilbert Keith Chesterton, pero sí quiere ofrecer algunas pinceladas de este hombre de fe, de buen humor, de sinceridad absoluta, de vigor ácido en las refutaciones racionales de las ideas de sus oponentes, pero al mismo tiempo, de inmensa consideración y hasta de ternura hacia las personas, por el gran respeto que ellas le merecían. En fin…, no dudo en afirmar que Chesterton fue un profeta en la vida de Inglaterra y en el pensamiento cristiano universal. Además, es un escritor «divertido»: uno no puede menos de reírse (a veces, a carcajada limpia…) ante algunas de sus páginas, llenas al mismo tiempo de hondura y de fino humor.

Desmintió en cada una de sus palabras, que un cristiano no pudiera expresar realidades serias y profundas, en un contexto de bromas y sonrisas. En uno de sus libros sobre Chesterton, «The mind of Chesterton», Christopher Hollis dice que «lo primero que consiguió, fue que las bromas se volvieran contra los escépticos. Así como el General Booth de negó a que el diablo se quedara con las mejores melodías, Chesterton se negó igualmente a dejarle las mejores bromas, y declaró que también les estaba permitido divertirse a los que tenían fe».

En la serie de novelas referidas al Padre Brown, obras detectivescas que quieren mostrar en su trama, el sentido común y la fe, se demuestra lo antedicho.

Vaya un «mini-ejemplo» que muestra de cuerpo entero al Chesterton del huen humor. Un conocido periodista, Mr. Blatchford, hizo a Chesterton cinco pregun- tas. La cuarta fue: ‘¿En qué cree usted? , a lo que Chesterton respondió:

«Creo que el Sr. Blatchforfd es un hombre honrado. Y también (aunque con menos firmeza) que hay un lugar llamado Japón. Si se refiere a cuáles son mis creencias en materia religiosa, le diré que creo en lo que he respondido a la pregunta 2, y en gran número de dogmas espirituales que van desde el dogma espiritual que estipula que el hombre es la imagen de Dios, hasta el de que todos los hombres somos iguales y que no se debería estrangular a los bebés.»

Muchos años pasarían hasta que Chesterton pidiera su ingreso a la Iglesia Católica.

Inocencia y sabiduría

Chesterton fue siempre escéptico frente a «la alegría del mundo contemporáneo». pues constató que a ese mundo le faltaba sabiduría e inocencia. Cuando en su entorno se atacaba a la Iglesia como oscurantista y esclavizante de la razón, un lugar plagado de dogmas que libraba al hombre «de la angustia de pensar», é1 escribía un artículo furibundo demostrando que era un espacio de luz y libertad. Y añadía que «Euclides no libra a los geómetras de la angustia de pensar con su insistencia en las definiciones absolutas y en los axiomas inalterables; por el contrario, les proporciona la ardua tarea de pensar con lógica. El dogma de la Iglesia limita el pensamiento de la misma manera que el axioma del sistema solar limita la ciencia física; no detiene el pensamiento, sino que le proporciona una base fértil y un estímulo constante». En última instancia, demostraba que quienes se creían «democráticos e iluminados» eran, en verdad, totalitarios y hombres de pocas luces; «dogmáticamente» afirmaban la imposibilidad de dogma alguno…

Constataba que «inocencia» no es sinónimo de ignorante ingenuidad, y que «sabiduría» no se equipara con la repetición irracional de fórmulas estereotipadas, sino que ambas realidades tendían a fundirse en la misericordia. Todavía no era católico cuando afirmaba que se obraba correctamente buscando la raíz de la misericordia dentro del catolicismo y que las críticas a la Iglesia lo acercaban más y más a ella, y esto no por espíritu de contradicción, pues Chesterton usó siempre la cabeza y era profundamente racional en sus afirmaciones y convicciones. Años más tarde, después de la ardua búsqueda que concluyó en su bautismo, dijo que la conversión había sido «el único acto de mi vida del que tengo la certeza absoluta de no haberme arrepentido nunca».

Sus artículos no versan sobre temas abstractos, sino sobre lo concreto motivo de debate cotidiano. Largos años estuvo de parte de los «distributistas», un grupo casi partido político de quienes propulsaban la propiedad privada, pero en manos de seres concretos de carne y hueso, en manos de esa masa anónima que jamás poseyó algo. En su ensayo «Lo que está mal en el mundo», dice: » me doy cuenta de que la palabra «propiedad» ha sido contaminada en nuestro tiempo, por la corrupción de los grandes capitalistas. Si escucharan lo que se dice, resultaría que los Rothschild y los Rockefeller son partidarios de la propiedad. Pero es obvio que son sus enemigos, porque son enemigos de sus limitaciones. No desean su propia tierra, sino la ajena. . . El hombre que siente la verdadera poesía de la posesión, desea ver la pared donde su jardín se encuentra con el de Smith, el cerco donde su granja se encuentra con la de Brown. No podría ver la forma de su propia tierra hasta que no vea la de su vecino. Resulta la negación de la propiedad que el duque de Sutherland tenga todas las granjas de su condado, como sería la negación del matrimonio que tuviera todas nuestras esposas en un harén». Pero no se detenía en argumentos técnicos sino en razones humanas: «la poesía de la posesión» se daba sólo si reconocía la propiedad de mis vecinos…

En otra ocasión y en otro tema, el famoso actor inglés Alec Guiness, filmó en Francia una película sobre el Padre Brown, detective, basado en una de las novelas de Chesterton. La filmación se hizo en Borgoña y Guiness, bastante anti-clerical y anti-romano, confiesa, en su ‘‘Autobiografía», tener una deuda grande de gratitud con Chesterton, y basa su afirmación en algo que le pasó cuando filmaba:

«Al oscurecer estaba aburrido y, vestido con mi traje negro de cura (estaba filmando…), subí el arenoso y serpenteante camino hacia la aldea. No estaba muy lejos cuando oí unos pasos ligeros y una voz chillona diciendo: «Mon père». Un chico de unos siete años u ocho años me tomó de la mano, apretándola con fuerza, la balanceó y se puso a hablar sin parar. Estaba lleno de animación, saltaba y brincaba y no me soltó. No me atreví a hablarle por si le asustaba mi espantoso francés. Aunque era un completo extraño, pensaba que era un sacerdote y, por tanto, alguien de fiar. De repente, con un «Bonsoir, mon père» y una especie de reverencia lateral, desapareció… Me dejó con una extraña sensación de júbilo. Mientras seguía mi paseo, reflexioné acerca de que una Iglesia que era capaz de inspirar una confianza tal en un niño, haciendo que sus curas, aunque sean desconocidos, sean tan abordables, no podía ser tan intrigante y tenebrosa como se suele pensar. Empecé a desprenderme de mis prejuicios, adquiridos desde hacía mucho tiempo.»

El cambio de actitud de Guiness era la finalidad de los esfuerzos de Chesterton: vencer prejuicios con la ternura; vencer prejuicios con argumentos de la experiencia cotidiana.

El gran éxito del Padre Brown, su personaje favorito, era la síntesis entre sabiduría e inocencia, que dicho personaje irradiaba, en tono amistoso, con mansedumbre, con una cierta torpeza frente a las categorías que el mundo valora, desapareciendo de la escena y dejando que el sentido común y la fe fueran los protagonistas…

La «sensibilidad romántica» de Chesterton

Al hablar muchas veces de «romanticismo», Chesterton no se refiere a ideología alguna y, menos aún, a actitudes acarameladas o sensibleras. Quiere rescatar el valor de la simplicidad y de la sensibilidad, frente al escepticismo y a un racionalismo sin cuartel, disfrazado bajo la careta de «la ciencia».

Alabando el libro «La túnica sin costura», de su amigo Maurice Baring, dice que «Es asombroso que el mundo exterior sea capaz de captar todo, menos lo más importante…. Hasta yo me doy cuenta de que si hago que el meollo de una historia salte a la vista como si fuera una espina, ellos van con todo cuidado y se clavan otra cosa cualquiera». Chesterton defiende el realismo del sentido común. Cuando afirma que «no hay más cura para la pesadilla de la omnipotencia que el dolor», muestra la aguda percepción de quien constata sus límites y su pobreza. Su amor y demostrativo afecto por los niños (a quienes trataba como adultos, con seriedad…), son un rasgo de su personalidad. Es verdad que muchas veces puede aparentar acidez, pero era sólo porque su vocación, como el mismo lo afirmó, era ser un «periodista polémico», aunque también es verdad que no polemizaba sobre nimiedades, sino sobre cosas en las que se jugaba siempre algo importante:

«Lamento mucho que este pequeño libro mío (se trata de «The Thing», una colección de ensayos), pueda parecer polémico en asuntos en los que a todo el mundo, excepto a nosotros, se le permite serlo… Es muy posible que todo lo que digo esté equivocado, pero estoy justificado». Así hablaba en el periódico católico «The Universe». Reclamaba para sí aquello a lo que todos tenían derecho: a disentir, justificando su disenso. En la misma obra citada, «The Thing», nos dice que «la Iglesia Católica sigue siendo un arcano incluso para los creyentes, así que es una tontería que los no creyentes se quejen porque les parece un enigma».

Chesterton identificaba «romanticismo» con «realidad»: «El católico que imbuye su catolicismo en una novela, en una canción, en un soneto…, no está siendo propagandista, sino simplemente católico. Cuando se trata de cualquier otro tema que despierta un entusiasmo universal, todo el mundo lo entiende», así como si un poeta es «verdaderamente inglés, su poesía no puede ser nada más que inglesa». Esto lo dijo al defender a los novelistas católicos.

En su artículo «Ortodoxia persistente», defenderá la frase de Oscar Wilde: «Un cínico es un hombre que conoce el precio de todo y el valor de nada», atacándolo, sin embargo, furiosamente como a un cínico, y contraponiendo el pecado del cinismo, con el carácter realista de lo romántico o el romanticismo de la realidad, como un modo y un programa de vida. Contrastando con la opinión corriente, afirma que «lo que los críticos denominarían romanticismo es de hecho la única forma de realismo. Es también la única forma de racionalismo». Y añade, para aclarar su pensamiento, que «cuanto más utilice el hombre la razón para analizar la realidad, más se dará cuenta de que ésta permanece siempre más o menos igual… Si una chica real tiene un romance real, estará experimentando algo muy antiguo pero no algo rancio. Si toma una flor de un rosal auténtico, sostendrá en su mano un símbolo muy viejo, pero una rosa muy reciente».

Chesterton fue un enamorado de Dios, de la Iglesia y de los hombres. Su amor se refleja en estos bellos versos que dedicó a su esposa, en los primeros años de matrimonio:

Cuando el fuerte viento de la añoranza, ¡ay!, sople
y entre nosotros todo parezca un mundo de dolor,
piensa que nos mantenemos juntos, tan juntos
que ni siquiera podemos ver el rostro del otro.

Lo que escribió a su entonces novia Frances, podría ser lo que dijo a Dios en su vida y en su muerte: «Mi existencia previa termina aquí. Tómala… Me ha llevado hasta ti».

Tomado de la revista Actualidad Pastoral, de Buenos Aires.