Revista Fe y Razón

Omne verum a quocumque dicatur a Spiritu Sancto est

Qué creemos

que-creemos

Presentamos aquí una síntesis del Catecismo de la Iglesia Católica. Esta síntesis ha sido realizada con los resúmenes que el mismo Catecismo trae al final de cada Capítulo. Eso mismo hace que sea sólo un reflejo de la riqueza del texto original, que invitamos a leer a nuestros visitantes en el sitio de la Santa Sede.

Capítulo primero: El hombre es «capaz» de Dios.

44 El hombre es por naturaleza y por vocación un ser religioso. Viniendo de Dios y yendo hacia Dios, el hombre no vive una vida plenamente humana si no vive libremente su vínculo con Dios.

45 El hombre está hecho para vivir en comunión con Dios, en quien encuentra su dicha. «Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, no habrá ya para mí penas ni pruebas, y mi vida, toda llena de ti, será plena» (San Agustín, conf. 10,28,39).

46 Cuando el hombre escucha el mensaje de las criaturas y la voz de su conciencia, entonces puede alcanzar la certeza de la existencia de Dios, causa y fin de todo.

47 La Iglesia enseña que el Dios único y verdadero, nuestro Creador y Señor, puede ser conocido con certeza por sus obras, gracias a la luz natural de la razón humana (cf. Cc. Vaticano I: DS 3026).

48 Nosotros podemos realmente nombrar a Dios partiendo de las múltiples perfecciones de las criaturas, semejanzas del Dios infinitamente perfecto, aunque nuestro lenguaje limitado no agote su misterio.

49 «Sin el Creador la criatura se diluye» (Gaudium et Spes 36). He aquí por qué los creyentes saben que son impulsados por el amor de Cristo a llevar la luz del Dios vivo a los que no lo conocen o lo rechazan.

Capítulo segundo: Dios al encuentro del hombre.

Artículo 1: La Revelación de Dios.

68 Por amor, Dios se ha revelado y se ha entregado al hombre. De este modo da una respuesta definitiva y sobreabundante a las cuestiones que el hombre se plantea sobre el sentido y la finalidad de su vida.

69 Dios se ha revelado al hombre comunicándole gradualmente su propio misterio mediante obras y palabras.

70 Más allá del testimonio que Dios da de sí mismo en las cosas creadas, se manifestó a nuestros primeros padres. Les habló y, después de la caída, les prometió la salvación (cf. Génesis 3,15), y les ofreció su alianza.

71 Dios selló con Noé una Alianza eterna entre El y todos los seres vivientes (cf. Génesis 9,16). Esta Alianza durará tanto como dure el mundo.

72 Dios eligió a Abraham y selló una Alianza con él y su descendencia. De él formó a su Pueblo, al que reveló su Ley por medio de Moisés. Lo preparó por los profetas para acoger la salvación destinada a toda la humanidad.

73 Dios se ha revelado plenamente enviando a su propio Hijo, en quien ha establecido su Alianza para siempre. El Hijo es la Palabra definitiva del Padre, de manera que no habrá ya otra Revelación después de El.

Artículo 2: La transmisión de la Revelación divina.

96 Lo que Cristo confió a los Apóstoles, éstos lo transmitieron por su predicación y por escrito, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a todas las generaciones hasta el retorno glorioso de Cristo.

97 «La Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un único depósito sagrado de la Palabra de Dios» (Dei Verbum 10), en el cual, como en un espejo, la Iglesia peregrinante contempla a Dios, fuente de todas sus riquezas.

98 «La Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree» (Dei Verbum 8).

99 En virtud de su sentido sobrenatural de la fe, todo el Pueblo de Dios no cesa de acoger el don de la Revelación divina, de penetrarla más profundamente y de vivirla de modo más pleno.

100 El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios ha sido confiado únicamente al Magisterio de la Iglesia, al Papa y a los obispos en comunión con él.

Artículo 3: La Sagrada Escritura.

134 «Toda la Escritura divina es un libro y este libro es Cristo, porque toda la Escritura divina habla de Cristo, y toda la Escritura divina se cumple en Cristo» (Hugo de San Víctor, Noe 2,8).

135 «La Sagrada Escritura contiene la Palabra de Dios y, en cuanto inspirada, es realmente Palabra de Dios» (Dei Verbum 24).

136 Dios es el Autor de la Sagrada Escritura porque inspira a sus autores humanos: actúa en ellos y por ellos. Da así la seguridad de que sus escritos enseñan sin error la verdad salvífica (cf. Dei Verbum 11).

137 La interpretación de las Escrituras inspiradas debe estar sobre todo atenta a lo que Dios quiere revelar por medio de los autores sagrados para nuestra salvación. «Lo que viene del espíritu sólo es plenamente percibido por la acción del Espíritu» (Orígenes, hom. in Ex. 4,5).

138 La Iglesia recibe y venera como inspirados los cuarenta y seis libros del Antiguo Testamento y los veintisiete del Nuevo.

139 Los cuatro Evangelios ocupan un lugar central, pues su centro es Cristo Jesús.

140 La unidad de los dos Testamentos se deriva de la unidad del plan de Dios y de su Revelación. El Antiguo Testamento prepara el Nuevo, mientras que éste da cumplimiento al Antiguo; los dos se esclarecen mutuamente; los dos son verdadera Palabra de Dios.

141 «La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo» (Dei Verbum 21): aquélla y éste alimentan y rigen toda la vida cristiana. «Para mis pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero» (Salmos 119,105; Is 50,4).

Capítulo tercero: La respuesta del hombre a Dios.

176 La fe es una adhesión personal del hombre entero a Dios que se revela. Comprende una adhesión de la inteligencia y de la voluntad a la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo mediante sus obras y sus palabras.

177 «Creer» entraña, pues, una doble referencia: a la persona y a la verdad; a la verdad por confianza en la persona que la atestigua.

178 No debemos creer en ningún otro que no sea Dios, Padre, Hijo, y Espíritu Santo.

179 La fe es un don sobrenatural de Dios. Para creer, el hombre necesita los auxilios interiores del Espíritu Santo.

180 «Creer» es un acto humano, consciente y libre, que corresponde a la dignidad de la persona humana.

181 «Creer» es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia es la madre de todos los creyentes. «Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por madre» (San Cipriano, unit. eccl.: PL 4,503A).

182 «Creemos todas aquellas cosas que se contienen en la Palabra de Dios escrita o transmitida y son propuestas por la Iglesia… para ser creídas como divinamente reveladas» (Pablo VI, SPF 20).

183 La fe es necesaria para la salvación. El Señor mismo lo afirma: «El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará» (Marcos 16,16).

184 «La fe es un gusto anticipado del conocimiento que nos hará bienaventurados en la vida futura» (Santo Tomás de Aquino, comp. 1,2).

Segunda Sección: La profesión de la fe cristiana.

Capítulo primero: Creo en Dios Padre.

Artículo 1: «Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra».

Párrafo 1: Creo en Dios.

228 «Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el Unico Señor…» (Deuteronomio 6,4; Marcos 12,29). «Es absolutamente necesario que el Ser supremo sea único, es decir, sin igual… Si Dios no es único, no es Dios» (Tertuliano, Marc. 1,3).

229 La fe en Dios nos mueve a volvernos sólo a El como a nuestro primer origen y nuestro fin último; y a no preferirlo a nada ni sustituirlo con nada.

230 Dios al revelarse sigue siendo misterio inefable: «Si lo comprendieras, no sería Dios» (San Agustín, Sermones 52,6,16).

231 El Dios de nuestra fe se ha revelado como el que es; se ha dado a conocer como «rico en amor y fidelidad» (Exodo 34,6). Su Ser mismo es Verdad y Amor.

Párrafo 2: El Padre.

261 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo, y Espíritu Santo.

262 La encarnación del Hijo de Dios revela que Dios es el Padre eterno, y que el Hijo es consubstancial al Padre, es decir, que es en El y con El el mismo y único Dios.

263 La misión del Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre del Hijo (cf. Juan 14,26) y por el Hijo «de junto al Padre» (Juan 15,26), revela que El es con ellos el mismo Dios único. «Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria».

264 «El Espíritu Santo procede del Padre en cuanto fuente primera y, por el don eterno de éste al Hijo, del Padre y el Hijo en comunión» (San Agustín, Trin. 15,26,47).

265 Por la gracia del bautismo «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» somos llamados a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna (cf. Pablo VI, SPF 9).

266 «La fe católica es ésta: que veneremos un Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las Personas, ni separando las substancias; una es la Persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo una es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad (Symbolum «Quicumque»).

267 Las Personas divinas, inseparables en su ser, son también inseparables en su obrar. Pero en la única operación divina cada una manifiesta lo que le es propio en la Trinidad, sobre todo en las misiones divinas de la encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo.

Párrafo 3: El Todopoderoso.

275 Con Job, el justo, confesamos: «Sé que eres todopoderoso: lo que piensas, lo puedes realizar» (Job 42,2).

276 Fiel al testimonio de la Escritura, la Iglesia dirige con frecuencia su oración al «Dios todopoderoso y eterno» (omnipotens sempiterne Deus), creyendo firmemente que «nada es imposible para Dios» (Génesis 18,14; Lc 1,37; Mateo 19,26).

277 Dios manifiesta su omnipotencia convirtiéndonos de nuestros pecados y restableciéndonos en su amistad por la gracia (Deus, qui omnipotentiam tuam parcendo maxime et miserando manifestas: «Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia», MR, colecta del domingo XXVI).

278 De no ser por nuestra fe en que el amor de Dios es todopoderoso, ¿cómo creer que el Padre nos ha podido crear, el Hijo rescatar, el Espíritu Santo santificar?*

Párrafo 4: El Creador.

315 En la Creación del mundo y del hombre, Dios ofreció el primero y universal testimonio de su amor todopoderoso y de su sabiduría, el primer anuncio de su «designio benevolente» que encuentra su fin en la nueva Creación en Cristo.

316 Aunque la obra de la Creación se atribuya particularmente al Padre, es igualmente verdad de fe que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el principio único e indivisible de la Creación.

317 Sólo Dios ha creado el universo, libremente, sin ninguna ayuda.

318 Ninguna criatura tiene el poder infinito que es necesario para «crear» en el sentido propio de la palabra, es decir, de producir y de dar el ser a lo que no lo tenía en modo alguno (llamar a la existencia de la nada; cf. DS 3624).

319 Dios creó el mundo para manifestar y comunicar su gloria. La gloria para la que Dios creó a sus criaturas consiste en que tengan parte en su verdad, su bondad y su belleza.

320 Dios, que ha creado el universo, lo mantiene en la existencia por su Verbo, «el Hijo que sostiene todo con su palabra poderosa» (Hebreos 1,3) y por su Espíritu creador que da la vida.

321 La divina providencia consiste en las disposiciones por las que Dios conduce con sabiduría y amor todas las criaturas hasta su fin último.

322 Cristo nos invita al abandono filial en la providencia de nuestro Padre celestial (cf. Mateo 6,26-34) y el apóstol san Pedro insiste: «Confiadle todas vuestras preocupaciones pues él cuida de vosotros» (1Pedro 5,7; cf. Salmos 55,23).

323 La providencia divina actúa también por la acción de las criaturas. A los seres humanos Dios les concede cooperar libremente en sus designios.

324 La permisión divina del mal físico y del mal moral es misterio que Dios esclarece por su Hijo, Jesucristo, muerto y resucitado para vencer el mal. La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo, por caminos que nosotros sólo conoceremos plenamente en la vida eterna.

Párrafo 5: El cielo y la tierra.

350 Los ángeles son criaturas espirituales que glorifican a Dios sin cesar y que sirven sus designios salvíficos con las otras criaturas: Ad omnia bona nostra cooperantur angeli («Los ángeles cooperan en toda obra buena que hacemos»; San Tomás de Aquino, Summa Theologica 1,114,3,ad3).

351 Los ángeles rodean a Cristo, su Señor. Lo sirven particularmente en el cumplimiento de su misión salvífica para con los hombres.

352 La Iglesia venera a los ángeles que la ayudan en su peregrinar terrestre y protegen a todo ser humano.

353 Dios quiso la diversidad de sus criaturas y la bondad peculiar de cada una, su interdependencia y su orden. Destinó todas las criaturas materiales al bien del género humano. El hombre, y toda la Creación a través de él, está destinado a la gloria de Dios.

354 Respetar las leyes inscritas en la Creación y las relaciones que derivan de la naturaleza de las cosas es un principio de sabiduría y un fundamento de la moral.

Párrafo 6: El hombre.

380 «A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado» (Mater Redemptoris, Plegaria eucarística IV, 118).

381 El hombre es predestinado a reproducir la imagen del Hijo de Dios hecho hombre -«imagen del Dios invisible» (Colosenses 1,15) para que Cristo sea el primogénito de una multitud de hermanos y de hermanas (cf. Efesios 1,3-6; Romanos 8,29).

382 El hombre es corpore et anima unus («una unidad de cuerpo y alma», Gaudium et Spes 14,1). La doctrina de la fe afirma que el alma espiritual e inmortal es creada de forma inmediata por Dios.

383 «Dios no creó al hombre solo: en efecto, desde el principio `los creó hombre y mujer’ (Génesis 1,27). Esta asociación constituye la primera forma de comunión entre personas» (Gaudium et Spes 12,4).

384 La Revelación nos da a conocer el estado de santidad y de justicia originales del hombre y la mujer antes del pecado: de su amistad con Dios nacía la felicidad de su existencia en el Paraíso.

Párrafo 7: La caída.

413 «No fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes… por envidia del Diablo entró la muerte en el mundo» (Sabiduría 1,13; 2,24).

414 Satán o el Diablo y los otros demonios son ángeles caídos por haber rechazado libremente servir a Dios y su designio. Su opción contra Dios es definitiva. Intentan asociar al hombre en su rebelión contra Dios. 415 «Constituido por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el comienzo de la historia, levantándose contra Dios e intentando alcanzar su propio fin al margen de Dios» (Gaudium et Spes 13,1).

416 Por su pecado, Adán, en cuanto primer hombre, perdió la santidad y la justicia originales que había recibido de Dios no solamente para él, sino para todos los humanos.

417 Adán y Eva transmitieron a su descendencia la naturaleza humana herida por su primer pecado, privada por tanto de la santidad y la justicia originales. Esta privación es llamada «pecado original».

418 Como consecuencia del pecado original, la naturaleza humana quedó debilitada en sus fuerzas, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al dominio de la muerte, e inclinada al pecado (inclinación llamada «concupiscencia»).

419 «Mantenemos, pues, siguiendo al Concilio de Trento, que el pecado original se transmite, juntamente con la naturaleza humana, `por propagación, no por imitación’ y que `se halla como propio en cada uno'» (Pablo VI, SPF 16).

420 La victoria sobre el pecado obtenida por Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó el pecado. «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Romanos 5,20).

421 «El mundo que los fieles cristianos creen creado y conservado por el amor del Creador, colocado ciertamente bajo la esclavitud del pecado, pero liberado por Cristo crucificado y resucitado, una vez que fue quebrantado el poder del Maligno…» (Gaudium et Spes 2,2).

Capítulo segundo: «Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios».

Artículo 2: «Y en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor».

452 El nombre de Jesús significa «Dios salva». El niño nacido de la Virgen María se llama «Jesús» «porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mateo 1,21); «No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hechos 4,12).

453 El nombre de Cristo significa «Ungido», «Mesías». Jesús es el Cristo porque «Dios lo ungió con el Espíritu Santo y con el poder» (Hechos 10,38). Era «el que ha de venir» (Lucas 7,19), el objeto de «la esperanza de Israel» (Hechos 28,20).

454 El nombre de Hijo de Dios significa la relación única y eterna de Jesucristo con Dios su Padre: El es el Hijo único del Padre (cf. Juan 1,14.18; 3,16.18) y El mismo es Dios (cf. Juan 1,1). Para ser cristiano es necesario creer que Jesucristo es el Hijo de Dios (cf. Hch 8,37; 1 Juan 2,23).

455 El nombre de Señor significa la soberanía divina. Confesar o invocar a Jesús como Señor es creer en su divinidad. «Nadie puede decir: `¡Jesús es Señor!’ sino por influjo del Espíritu Santo» (1Corintios 12,3).

Artículo 3: «Jesucristo fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y * nació de Santa María Virgen».

Párrafo 1: El Hijo de Dios se hizo hombre.

479 En el momento establecido por Dios, el Hijo único del Padre, la Palabra eterna, es decir, el Verbo e imagen substancial del Padre, se hizo carne: sin perder la naturaleza divina asumió la naturaleza humana.

480 Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre en la unidad de su Persona divina; por esta razón El es el único Mediador entre Dios y los hombres.

481 Jesucristo posee dos naturalezas, la divina y la humana, no confundidas, sino unidas en la única Persona del Hijo de Dios.

482 Cristo, siendo verdadero Dios y verdadero hombre, tiene una inteligencia y una voluntad humanas, perfectamente de acuerdo y sometidas a su inteligencia y a su voluntad divinas que tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo.

483 La encarnación es, pues, el misterio de la admirable unión de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única Persona del Verbo.

Párrafo 2: «…concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen».

508 De la descendencia de Eva, Dios eligió a la Virgen María para ser la Madre de su Hijo. Ella, «llena de gracia», es «el fruto excelente de la redención» (Sacrosantum Concilium 103); desde el primer instante de su concepción fue totalmente preservada de la mancha del pecado original y permaneció pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.

509 María es verdaderamente «Madre de Dios» porque es la Madre del Hijo eterno de Dios hecho hombre, que es Dios mismo.

510 María «fue Virgen al concebir a su Hijo, Virgen durante el embarazo, Virgen en el parto, Virgen después del parto, Virgen siempre» (San Agustín, Sermones 186,1): ella, con todo su ser, es «la esclava del Señor» (Lucas 1,38).

511 La Virgen María «colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres» (Lumen Gentium 56). Ella pronunció su «fiat» loco totius humanae naturae («ocupando el lugar de toda la naturaleza humana», santo Tomás, Summa Theologica 3,30,1): Por su obediencia, ella se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes.

Párrafo 3: Los misterios de la vida de Cristo.

561 «La vida entera de Cristo fue una continua enseñanza: su silencio, sus milagros, sus gestos, su oración, su amor al hombre, su predilección por los pequeños y los pobres, la aceptación total del sacrificio en la cruz por la salvación del mundo, su resurrección, son la actuación de su Palabra y el cumplimiento de la Revelación» (Catechesi tradendae 9).

562 Los discípulos de Cristo deben asemejarse a El hasta que El crezca y se forme en ellos (cf. Gálatas 4,19). «Por eso somos integrados en los misterios de su vida: con El estamos identificados, muertos y resucitados hasta que reinemos con El» (Lumen Gentium 7).

563 Pastor o mago, nadie puede alcanzar a Dios aquí abajo sino arrodillándose ante el pesebre de Belén y adorando a Dios escondido en la debilidad de un niño.

564 Por su sumisión a María y a José, así como por su humilde trabajo durante largos años en Nazaret, Jesús nos da el ejemplo de la santidad en la vida cotidiana de la familia y del trabajo.

565 Desde el comienzo de su vida pública, en su bautismo, Jesús es el «Siervo» enteramente consagrado a la obra redentora que llevará a cabo en el «bautismo» de su pasión.

566 La tentación en el desierto muestra a Jesús, humilde Mesías, que triunfa de Satanás mediante su total adhesión al designio de salvación querido por el Padre.

567 El Reino de los Cielos ha sido inaugurado en la Tierra por Cristo. «Se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo» (Lumen Gentium 5). La Iglesia es el germen y el comienzo de este Reino. Sus llaves son confiadas a Pedro.

568 La transfiguración de Cristo tiene por finalidad fortalecer la fe de los Apóstoles ante la proximidad de la pasión: la subida a un «monte alto» prepara la subida al Calvario. Cristo, Cabeza de la Iglesia, manifiesta lo que su cuerpo contiene e irradia en los sacramentos: «la esperanza de la gloria» (Colosenses 1,27; cf. San León Magno, serm. 51,3).

569 Jesús ha subido voluntariamente a Jerusalén sabiendo perfectamente que allí moriría de muerte violenta a causa de la contradicción de los pecadores (cf. Hebreos 12,3).

570 La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías, recibido en su ciudad por los niños y por los humildes de corazón, va a llevar a cabo por la pascua de su muerte y de su resurrección.

Artículo 4: «Jesucristo padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado».

Párrafo 1: Jesús e Israel.

592 Jesús no abolió la Ley del Sinaí, sino que la perfeccionó (cf. Mateo 5,17-19) de tal modo (cf. Juan 8,46) que reveló su hondo sentido (cf. Mateo 5,33) y satisfizo por las transgresiones contra ella (cf. Hebreos 9,15).

593 Jesús veneró el Templo subiendo a él en peregrinación en las fiestas judías y amó con gran celo esa morada de Dios entre los hombres. El templo prefigura su misterio. Anunciando la destrucción del Templo, anuncia su propia muerte y la entrada en una nueva edad de la historia de la salvación, donde su Cuerpo será el Templo definitivo.

594 Jesús realizó obras como el perdón de los pecados que lo revelaron como Dios Salvador (cf. Juan 5,16-18). Algunos judíos que no lo reconocían como Dios hecho hombre (cf. Juan 1,14) veían en El a «un hombre que se hace Dios» (Juan 10,33), y lo juzgaron como un blasfemo.

Párrafo 2: Jesús murió crucificado.

619 «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras» (1Corintios 15,3). 620 Nuestra salvación procede de la iniciativa del amor de Dios hacia nosotros porque «El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1Juan 4,10). «En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo» (2Corintios 5,19).

621 Jesús se ofreció libremente por nuestra salvación. Este don lo significa y lo realiza por anticipado durante la última Cena: «Este es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros» (Lucas 22,19).

622 La redención de Cristo consiste en que El «ha venido a dar su vida como rescate por muchos» (Mateo 20,28), es decir, «a amar a los suyos hasta el extremo» (Juan 13,1) para que ellos fuesen «rescatados de la conducta necia heredada de sus padres» (1Pedro 1,18). 623 Por su obediencia amorosa a su Padre, «hasta la muerte de cruz» (Filipenses 2,8), Jesús cumplió la misión expiatoria (cf. Isaías 53,10) del siervo doliente que «justifica a muchos cargando con las culpas de ellos» (Isaias 53,11; cf. Rm 5,19).

Párrafo 3: Jesucristo fue sepultado.

629 Jesús gustó la muerte para bien de todos (cf. Hebreos 2,9). Es verdaderamente el Hijo de Dios hecho hombre que murió y fue sepultado.

630 Durante el tiempo que Cristo permaneció en el sepulcro su Persona divina continuó asumiendo tanto su alma como su cuerpo, separados sin embargo entre sí por causa de la muerte. Por eso el cuerpo muerto de Cristo «no conoció la corrupción» (Hechos 13,37).

Artículo 5: «Jesucristo descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos».

Párrafo 1: Cristo descendió a los infiernos.

636 En la expresión «Jesús descendió a los infiernos», el símbolo confiesa que Jesús murió realmente, y que, por su muerte en favor nuestro, ha vencido a la muerte y al Diablo «Señor de la muerte» (Hebreos 2,14).

637 Cristo muerto, en su alma unida a su Persona divina, descendió a la morada de los muertos. Abrió las puertas del Cielo a los justos que lo habían precedido.

Párrafo 2: Al tercer día resucitó de entre los muertos.

656 La fe en la resurrección tiene por objeto un acontecimiento a la vez históricamente atestiguado por los discípulos que se encontraron realmente con el Resucitado, y misteriosamente trascendente en cuanto entrada de la humanidad de Cristo en la gloria de Dios.

657 El sepulcro vacío y las vendas en el suelo significan por sí mismas que el cuerpo de Cristo ha escapado por el poder de Dios de las ataduras de la muerte y de la corrupción. Preparan a los discípulos para su encuentro con el Resucitado.

658 Cristo, «el primogénito de entre los muertos» (Colosenses 1,18), es el principio de nuestra propia resurrección, ya desde ahora por la justificación de nuestra alma (cf. Romanos 6,4), más tarde por la vivificación de nuestro cuerpo (cf. Romanos 8,11).

Artículo 6: «Jesucristo subió a los cielos, y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso».

665 La ascensión de Jesucristo marca la entrada definitiva de la humanidad de Jesús en el dominio celestial de Dios de donde ha de volver (cf. Hechos 1,11), aunque mientras tanto lo esconde a los ojos de los hombres (cf. Colosenses 3,3).

666 Jesucristo, cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con El eternamente.

667 Jesucristo, habiendo entrado una vez por todas en el santuario del Cielo, intercede sin cesar por nosotros como el mediador que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo.

Artículo 7: «Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos».

680 Cristo, el Señor, reina ya por la Iglesia, pero todavía no le están sometidas todas las cosas de este mundo. El triunfo del Reino de Cristo no tendrá lugar sin un último asalto de las fuerzas del mal.

681 El día del Juicio, al fin del mundo, Cristo vendrá en la gloria para llevar a cabo el triunfo definitivo del bien sobre el mal que, como el trigo y la cizaña, habrán crecido juntos en el curso de la historia.

682 Cristo glorioso, al venir al final de los tiempos a juzgar a vivos y muertos, revelará la disposición secreta de los corazones y retribuirá a cada hombre según sus obras y según su aceptación o su rechazo de la gracia.

Capítulo tercero: Creo en el Espíritu Santo.

Artículo 8: «Creo en el Espíritu Santo».

742 «La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, Padre» (Gálatas 4,6).

743 Desde el comienzo y hasta la consumación de los tiempos, cuando Dios envía a su Hijo, envía siempre a su Espíritu: la misión de ambos es conjunta e inseparable.

744 En la plenitud de los tiempos, el Espíritu Santo realiza en María todas las preparaciones para la venida de Cristo al Pueblo de Dios. Mediante la acción del Espíritu Santo en ella, el Padre da al mundo al Emmanuel, «Dios con nosotros» (Mateo 1,23).

745 El Hijo de Dios es consagrado Cristo (Mesías) mediante la unción del Espíritu Santo en su encarnación (cf. Salmos 2,6-7).

746 Por su muerte y su resurrección, Jesús es constituido Señor y Cristo en la gloria (Hechos 2,36). De su plenitud, derrama el Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Iglesia.

747 El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza, derrama sobre sus miembros, construye, anima y santifica a la Iglesia. Ella es el sacramento de la comunión de la Santísima Trinidad con los hombres.

Artículo 9: «Creo en la santa Iglesia católica».

Párrafo 1: La Iglesia en el designio de Dios.

777 La palabra «Iglesia» significa «convocación». Designa la asamblea de aquellos a quienes convoca la palabra de Dios para formar el Pueblo de Dios y que, alimentados con el Cuerpo de Cristo, se convierten ellos mismos en Cuerpo de Cristo.

778 La Iglesia es a la vez camino y término del designio de Dios: prefigurada en la Creación, preparada en la Antigua Alianza, fundada por las palabras y las obras de Jesucristo, realizada por su cruz redentora y su resurrección, se manifiesta como misterio de salvación por la efusión del Espíritu Santo. Quedará consumada en la gloria del Cielo como asamblea de todos los redimidos de la Tierra (cf. Apocalipsis 14,4).

779 La Iglesia es a la vez visible y espiritual, sociedad jerárquica y Cuerpo Místico de Cristo. Es una, formada por un doble elemento humano y divino. Ahí está su misterio que sólo la fe puede aceptar.

780 La Iglesia es, en este mundo, el sacramento de la salvación, el signo y el instrumento de la comunión con Dios y entre los hombres.

Párrafo 2: La Iglesia, Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, Templo del Espíritu Santo.

802 «Cristo Jesús se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo que fuese suyo» (Tito 2,14).

803 «Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido» (1Pedro 2,9).

804 Se entra en el Pueblo de Dios por la fe y el bautismo. «Todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios» (Lumen Gentium 13), a fin de que, en Cristo, «los hombres constituyan una sola familia y un único Pueblo de Dios» (Ad Gentes 1).

805 La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Por el Espíritu y su acción en los sacramentos, sobre todo en la eucaristía, Cristo muerto y resucitado constituye la comunidad de los creyentes como Cuerpo suyo.

806 En la unidad de este cuerpo hay diversidad de miembros y de funciones. Todos los miembros están unidos unos a otros, particularmente a los que sufren, a los pobres y perseguidos.

807 La Iglesia es este Cuerpo del que Cristo es la Cabeza: vive de El, en El y por El; El vive con ella y en ella.

808 La Iglesia es la Esposa de Cristo: la ha amado y se ha entregado por ella. La ha purificado por medio de su sangre. Ha hecho de ella la Madre fecunda de todos los hijos de Dios.

809 La Iglesia es el Templo del Espíritu Santo. El Espíritu es como el alma del Cuerpo Místico, principio de su vida, de la unidad en la diversidad y de la riqueza de sus dones y carismas.

810 «Así toda la Iglesia aparece como el pueblo unido `por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’ (San Cipriano)» (Lumen Gentium 4).

Párrafo 3: La Iglesia es una, santa, católica y apostólica.

866 La Iglesia es UNA: tiene un solo Señor, confiesa una sola fe, nace de un solo bautismo, no forma más que un solo Cuerpo, vivificado por un solo Espíritu, orientado a una única esperanza (cf. Efesios 4,3-5) a cuyo término se superarán todas las divisiones.

867 La Iglesia es SANTA: Dios santísimo es su autor; Cristo, su Esposo, se entregó por ella para santificarla; el Espíritu de santidad la vivifica. Aunque comprenda pecadores, ella es ex maculatis immaculata («inmaculada aunque compuesta de pecadores»). En los santos brilla su santidad; en María es ya la enteramente santa.

868 La Iglesia es CATOLICA: Anuncia la totalidad de la fe; lleva en sí y administra la plenitud de los medios de salvación; es enviada a todos los pueblos; se dirige a todos los hombres; abarca todos los tiempos; «es, por su propia naturaleza, misionera» (Ad Gentes 2).

869 La Iglesia es APOSTOLICA: Está edificada sobre sólidos cimientos, «los doce apóstoles del Cordero» (Apocalipsis 21,14); es indestructible (cf. Mateo 16,18); se mantiene infaliblemente en la verdad: Cristo la gobierna por medio de Pedro y los demás Apóstoles, presentes en sus sucesores, el Papa y el colegio de los obispos.

870 «La única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el credo que es una, santa, católica y apostólica… subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él. Sin duda, fuera de su estructura visible pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad» (Lumen Gentium 8).

Párrafo 4: Los fieles de Cristo: Jerarquía, laicos, vida consagrada.

934 «Por institución divina, entre los fieles hay en la Iglesia ministros sagrados, que en el derecho se denominan clérigos; los demás se llaman laicos. Hay, por otra parte, fieles que perteneciendo a uno de ambos grupos, por la profesión de los consejos evangélicos, se consagran a Dios y sirven así a la misión de la Iglesia» (Catecismo de la Iglesia Católica can. 207,1,2).

935 Para anunciar su fe y para implantar su Reino, Cristo envía a sus Apóstoles y a sus sucesores. El les da parte en su misión. De El reciben el poder de obrar en su nombre.

936 El Señor hizo de san Pedro el fundamento visible de su Iglesia. Le dio las llaves de ella. El obispo de la Iglesia de Roma, sucesor de san Pedro, es la «Cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la Tierra» (Catecismo de la Iglesia Católica can. 331).

937 El Papa «goza, por institución divina, de una potestad suprema, plena, inmediata y universal para cuidar las almas» (Christus Dominus 2).

938 Los obispos, instituidos por el Espíritu Santo, suceden a los Apóstoles. «Cada uno de los obispos, por su parte, es el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares» (Lumen Gentium 23).

939 Los obispos, ayudados por los presbíteros, sus colaboradores, y por los diáconos, tienen la misión de enseñar auténticamente la fe, de celebrar el culto divino, sobre todo la eucaristía, y de dirigir su Iglesia como verdaderos pastores. A su misión pertenece también el cuidado de todas las Iglesias, con y bajo el Papa.

940 «Siendo propio del estado de los laicos vivir en medio del mundo y de los negocios temporales, Dios los llama a que movidos por el espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento» (Apostolicam actositatem 2).

941 Los laicos participan en el sacerdocio de Cristo: cada vez más unidos a El, despliegan la gracia del bautismo y la de la confirmación a través de todas las dimensiones de la vida personal, familiar, social y eclesial y realizan así el llamamiento a la santidad dirigido a todos los bautizados.

942 Gracias a su misión profética, los laicos «están llamados a ser testigos de Cristo en todas las cosas, también en el interior de la sociedad humana» (Gaudium et Spes 43,4).

943 Debido a su misión regia, los laicos tienen el poder de arrancar al pecado su dominio sobre sí mismos y sobre el mundo por medio de su abnegación y santidad de vida (cf. Lumen Gentium 36).

944 La vida consagrada a Dios se caracteriza por la profesión pública de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia en un estado de vida estable reconocido por la Iglesia.

945 La vida consagrada a Dios supremamente amado, aquel a quien el bautismo ya había destinado a El, se encuentra en el estado de vida consagrada, más íntimamente comprometido en el servicio divino y dedicado al bien de toda la Iglesia.

Párrafo 5: La comunión de los santos.

960 La Iglesia es «comunión de los santos»: esta expresión designa primeramente las «cosas santas» (Sancta), y ante todo la eucaristía, «que significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un solo cuerpo en Cristo» (Lumen Gentium 3).

961 Este término designa también la comunión entre las «personas santas» (Sancti) en Cristo que ha «muerto por todos», de modo que lo que cada uno hace o sufre en y por Cristo da fruto para todos.

962 «Creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, es decir, de los que peregrinan en la Tierra, de los que purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia; y creemos igualmente que en esa comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones» (SPF 30).

Párrafo 6: María, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia.

973 Al pronunciar el «fiat» de la anunciación y al dar su consentimiento al misterio de la encarnación, María colabora ya en toda la obra que debe llevar a cabo su Hijo. Ella es madre allí donde El es Salvador y Cabeza del Cuerpo místico.

974 La Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del Cielo, en donde ella participa ya en la gloria de la resurrección de su Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros de su Cuerpo.

975 «Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el Cielo ejercitando su oficio materno con respecto a los miembros de Cristo» (SPF 15).

Artículo 10: «Creo en el perdón de los pecados».

984 El credo relaciona «el perdón de los pecados» con la profesión de fe en el Espíritu Santo. En efecto, Cristo resucitado confió a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados cuando les dio el Espíritu Santo.

985 El bautismo es el primero y principal sacramento para el perdón de los pecados: nos une a Cristo muerto y resucitado y nos da el Espíritu Santo.

986 Por voluntad de Cristo, la Iglesia posee el poder de perdonar los pecados de los bautizados y ella lo ejerce de forma habitual en el sacramento de la penitencia por medio de los obispos y de los presbíteros.

987 «En la remisión de los pecados, los sacerdotes y los sacramentos son meros instrumentos de los que quiere servirse nuestro Señor Jesucristo, único autor y dispensador de nuestra salvación, para borrar nuestras iniquidades y darnos la gracia de la justificación» (Catech. R. 1,11,6).

Artículo 11: «Creo en la resurrección de la carne».

1015 Caro salutis est cardo («La carne es soporte de la salvación», Tertuliano, res. 8,2). Creemos en Dios que es el creador de la carne; creemos en el Verbo hecho carne para rescatar la carne; creemos en la resurrección de la carne, perfección de la creación y de la redención de la carne.

1016 Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día.

1017 «Creemos en la verdadera resurrección de esta carne que poseemos ahora» (DS 854). No obstante se siembra en el sepulcro un cuerpo corruptible, resucita un cuerpo incorruptible (cf. 1Corintios 15,42), un «cuerpo espiritual» (1Corintios 15,44).

1018 Como consecuencia del pecado original, el hombre debe sufrir «la muerte corporal, de la que el hombre se habría liberado, si no hubiera pecado» (Gaudium et Spes 18).

1019 Jesús, el Hijo de Dios, sufrió libremente la muerte por nosotros en una sumisión total y libre a la voluntad de Dios, su Padre. Por su muerte venció a la muerte, abriendo así a todos los hombres la posibilidad de la salvación.

Artículo 12: «Creo en la vida eterna».

1051 Al morir cada hombre recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular por Cristo, juez de vivos y de muertos.

1052 «Creemos que las almas de todos los que mueren en la gracia de Cristo… constituyen el Pueblo de Dios después de la muerte, la cual será destruida totalmente el día de la resurrección, en el que estas almas se unirán con sus cuerpos» (SPF 28).

1053 «Creemos que la multitud de aquellas almas que con Jesús y María se congregan en el Paraíso, forma la Iglesia celestial, donde ellas, gozando de la bienaventuranza eterna, ven a Dios como El es, y participan también, ciertamente en grado y modo diverso, juntamente con los santos ángeles, en el gobierno divino de las cosas, que ejerce Cristo glorificado, como quiera que interceden por nosotros y con su fraterna solicitud ayudan grandemente a nuestra flaqueza» (SPF 29).

1054 Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su salvación eterna, sufren una purificación después de su muerte, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en el gozo de Dios.

1055 En virtud de la «comunión de los santos», la Iglesia encomienda los difuntos a la misericordia de Dios y ofrece sufragios en su favor, en particular el santo sacrificio eucarístico.

1056 Siguiendo las enseñanzas de Cristo, la Iglesia advierte a los fieles de la «triste y lamentable realidad de la muerte eterna» (DCG 69), llamada también «Infierno».

1057 La pena principal del Infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien solamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las cuales ha sido creado y a las cuales aspira.

1058 La Iglesia ruega para que nadie se pierda: «Jamás permitas, Señor, que me separe de ti.» Si bien es verdad que nadie puede salvarse a sí mismo, también es cierto que «Dios quiere que todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4) y que para El «todo es posible» (Mateo 19,26).

1059 «La misma santa Iglesia romana cree y firmemente confiesa que todos los hombres comparecerán con sus cuerpos en el día del Juicio ante el tribunal de Cristo para dar cuenta de sus propias acciones (DS 859; cf. DS 1549).

1060 Al fin de los tiempos, el Reino de Dios llegará a su plenitud. Entonces, los justos reinarán con Cristo para siempre, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo material será transformado. Dios será entonces «todo en todos» (1Corintios 15,28), en la vida eterna.

Segunda parte: La celebración del misterio cristiano.

Primera Sección: La economía sacramental.

Capítulo primero: El misterio pascual en el tiempo de la Iglesia.

Artículo 1: La Liturgia, obra de la Santísima Trinidad.

1110 En la Liturgia de la Iglesia, Dios Padre es bendecido y adorado como la fuente de todas las bendiciones de la Creación y de la salvación, con las que nos ha bendecido en su Hijo para darnos el Espíritu de adopción filial.

1111 La obra de Cristo en la Liturgia es sacramental porque su misterio de salvación se hace presente en ella por el poder de su Espíritu Santo; porque su Cuerpo, que es la Iglesia, es como el sacramento (Signo e instrumento) en el cual el Espíritu Santo dispensa el misterio de la salvación; porque a través de sus acciones litúrgicas, la Iglesia peregrina participa ya, como en primicias, en la Liturgia celestial.

1112 La misión del Espíritu Santo en la Liturgia de la Iglesia es la de preparar la Asamblea para el encuentro con Cristo; recordar y manifestar a Cristo a la fe de la asamblea de los creyentes; hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo por su poder transformador y hacer fructificar el don de la comunión de la Iglesia.

Artículo 2: El misterio pascual en los sacramentos de la Iglesia.

1131 Los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia, por los cuales nos es dispensada la vida divina. Los ritos visibles bajo los cuales los sacramentos son celebrados significan y realizan las gracias propias de cada sacramento. Dan fruto en quienes los reciben con las disposiciones requeridas.

1132 La Iglesia celebra los sacramentos como comunidad sacerdotal estructurada por el sacerdocio bautismal y el de los ministros ordenados.

1133 El Espíritu Santo dispone a la recepción de los sacramentos por la Palabra de Dios y por la fe que acoge la Palabra en los corazones bien dispuestos. Así los sacramentos fortalecen y expresan la fe.

1134 El fruto de la vida sacramental es a la vez personal y eclesial. Por una parte, este fruto es para todo fiel la vida para Dios en Cristo Jesús; por otra parte, es para la Iglesia crecimiento en la caridad y en su misión de testimonio.

Capítulo segundo: La celebración sacramental del misterio pascual.

Artículo 1: Celebrar la Liturgia de la Iglesia.

1187 La Liturgia es la obra de Cristo total, Cabeza y Cuerpo. Nuestro Sumo Sacerdote la celebra sin cesar en la Liturgia celestial, con la santa Madre de Dios, los Apóstoles, todos los santos y la muchedumbre de seres humanos que han entrado ya en el Reino.

1188 En una celebración litúrgica, toda la asamblea es «liturgo», cada cual según su función. El sacerdocio bautismal es el sacerdocio de todo el Cuerpo de Cristo. Pero algunos fieles son ordenados por el sacramento del orden sacerdotal para representar a Cristo como Cabeza del Cuerpo.

1189 La celebración litúrgica comprende signos y símbolos que se refieren a la Creación (luz, agua, fuego), a la vida humana (lavar, ungir, partir el pan) y a la historia de salvación (los ritos de la Pascua). Insertos en el mundo de la fe y asumidos por la fuerza del Espíritu Santo, estos elementos cósmicos, estos ritos humanos, estos gestos del recuerdo de Dios se hacen portadores de la acción salvífica y santificadora de Cristo.

1190 La Liturgia de la Palabra es una parte integrante de la celebración. El sentido de la celebración es expresado por la Palabra de Dios que es anunciada y por el compromiso de la fe que responde a ella.

1191 El canto y la música están en estrecha conexión con la acción litúrgica. Criterios para un uso adecuado de ellos son: la belleza expresiva de la oración, la participación unánime de la asamblea y el carácter sagrado de la celebración.

1192 Las imágenes sagradas, presentes en nuestras iglesias y en nuestras casas, están destinadas a despertar y alimentar nuestra fe en el misterio de Cristo. A través del icono de Cristo y de sus obras de salvación, es a El a quien adoramos. A través de las sagradas imágenes de la Santísima Madre de Dios, de los ángeles y de los santos, veneramos a quienes en ellas son representados.

1193 El domingo, «día del Señor», es el día principal de la celebración de la eucaristía porque es el día de la resurrección. Es el día de la asamblea litúrgica por excelencia, el día de la familia cristiana, el día del gozo y de descanso del trabajo. El es «fundamento y núcleo de todo el año litúrgico» (Sacerdotalis caelibatus 106).

1194 La Iglesia, «en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la encarnación y la navidad hasta la ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor» (Sacerdotalis caelibatus 102).

1195 Haciendo memoria de los santos, en primer lugar de la santa Madre de Dios, luego de los Apóstoles, los mártires y los otros santos, en días fijos del año litúrgico, la Iglesia de la Tierra manifiesta que está unida a la Liturgia del Cielo; glorifica a Cristo por haber realizado su salvación en sus miembros glorificados; su ejemplo la estimula en el camino hacia el Padre.

1196 Los fieles que celebran la Liturgia de las Horas se unen a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, por la oración de los Salmos, la meditación de la Palabra de Dios, de los cánticos y de las bendiciones, a fin de ser asociados a su oración incesante y universal que da gloria al Padre e implora el don del Espíritu Santo sobre el mundo entero.

1197 Cristo es el verdadero Templo de Dios, «el lugar donde reside su gloria»; por la gracia de Dios los cristianos son también templos del Espíritu Santo, piedras vivas con las que se construye la Iglesia.

1198 En su condición terrena, la Iglesia tiene necesidad de lugares donde la comunidad pueda reunirse: nuestras iglesias visibles, lugares santos, imágenes de la Ciudad Santa, la Jerusalén celestial hacia la cual caminamos como peregrinos.

1199 En estos templos, la Iglesia celebra el culto público para gloria de la Santísima Trinidad, en ellos escucha la Palabra de Dios y canta sus alabanzas, eleva su oración y ofrece el Sacrificio de Cristo, sacramentalmente presente en medio de la asamblea. Estas iglesias son también lugares de recogimiento y de oración personal.

Artículo 2: Diversidad litúrgica y unidad del misterio.

1207 Conviene que la celebración de la Liturgia tienda a expresarse en la cultura del pueblo en que se encuentra la Iglesia, sin someterse a ella. Por otra parte, la Liturgia misma es generadora y formadora de culturas.

1208 Las diversas tradiciones litúrgicas o ritos legítimamente reconocidas, por significar y comunicar el mismo misterio de Cristo, manifiestan la catolicidad de la Iglesia.

1209 El criterio que asegura la unidad en la pluriformidad de las tradiciones litúrgicas es la fidelidad a la Tradición apostólica, es decir: la comunión en la fe y los sacramentos recibidos de los Apóstoles, comunión que está significada y garantizada por la sucesión apostólica.

Segunda Sección: Los siete sacramentos de la Iglesia.

Capítulo primero: Los sacramentos de la iniciación cristiana.

Artículo 1: El sacramento del bautismo.

1275 La iniciación cristiana se realiza mediante el conjunto de tres sacramentos: el bautismo, que es el comienzo de la vida nueva; la confirmación, que es su afianzamiento; y la eucaristía, que alimenta al discípulo con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para ser transformado en El.

1276 «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mateo 28,19-20).

1277 El bautismo constituye el nacimiento a la vida nueva en Cristo. Según la voluntad del Señor, es necesario para la salvación, como lo es la Iglesia misma, a la que introduce el bautismo.

1278 El rito esencial del bautismo consiste en sumergir en el agua al candidato o derramar agua sobre su cabeza, pronunciando la invocación de la Santísima Trinidad, es decir, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

1279 El fruto del bautismo, o gracia bautismal, es una realidad rica que comprende: el perdón del pecado original y de todos los pecados personales; el nacimiento a la vida nueva, por la cual el hombre es hecho hijo adoptivo del Padre, miembro de Cristo, templo del Espíritu Santo. Por la acción misma del bautismo, el bautizado es incorporado a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y hecho partícipe del sacerdocio de Cristo.

1280 El bautismo imprime en el alma un signo espiritual indeleble, el carácter, que consagra al bautizado al culto de la religión cristiana. Por razón del carácter, el bautismo no puede ser reiterado (cf. DS 1609 y 1624).

1281 Los que padecen la muerte a causa de la fe, los catecúmenos y todos los hombres que, bajo el impulso de la gracia, sin conocer la Iglesia, buscan sinceramente a Dios y se esfuerzan por cumplir su voluntad, se salvan aunque no hayan recibido el bautismo (cf. LG 16).

1282 Desde los tiempos más antiguos, el bautismo es dado a los niños, porque es una gracia y un don de Dios que no suponen méritos humanos; los niños son bautizados en la fe de la Iglesia. La entrada en la vida cristiana da acceso a la verdadera libertad.

1283 En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la Liturgia de la Iglesia nos invita a tener confianza en la misericordia divina y a orar por su salvación.

1284 En caso de necesidad, toda persona puede bautizar, con tal que tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia, y que derrame agua sobre la cabeza del candidato diciendo: «Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.»*

Artículo 2: El sacramento de la confirmación.

1315 «Al enterarse los Apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaría había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo» (Hch 8,14-17).

1316 La confirmación perfecciona la gracia bautismal; es el sacramento que da el Espíritu Santo para enraizarnos más profundamente en la filiación divina, incorporarnos más firmemente a Cristo, hacer más sólido nuestro vínculo con la Iglesia, asociarnos todavía más a su misión y ayudarnos a dar testimonio de la fe cristiana por la palabra acompañada de las obras.

1317 La confirmación, como el bautismo, imprime en el alma del cristiano un signo espiritual o carácter indeleble; por eso este sacramento sólo se puede recibir una vez en la vida.

1318 En Oriente, este sacramento es administrado inmediatamente después del bautismo y es seguido de la participación en la eucaristía, tradición que pone de relieve la unidad de los tres sacramentos de la iniciación cristiana. En la Iglesia latina se administra este sacramento cuando se ha alcanzado el uso de razón, y su celebración se reserva ordinariamente el Obispo, significando así que este sacramento robustece el vínculo eclesial.

1319 El candidato a la confirmación que ya ha alcanzado el uso de razón debe profesar la fe, estar en estado de gracia, tener la intención de recibir el sacramento y estar preparado para asumir el papel de discípulo y de testigo de Cristo, en la comunidad eclesial y en los asuntos temporales.

1320 El rito esencial de la confirmación es la unción con el santo crisma en la frente del bautizado (y en Oriente, también en los otros órganos de los sentidos), con la imposición de la mano del ministro y las palabras: Accipe signaculum doni Spiritus Sancti («Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo»), en el rito romano; «Sello del don del Espíritu Santo», en el rito bizantino.

1321 Cuando la confirmación se celebra separadamente del bautismo, su conexión con el bautismo se expresa entre otras cosas por la renovación de los compromisos bautismales. La celebración de la confirmación dentro de la eucaristía contribuye a subrayar la unidad de los sacramentos de la iniciación cristiana.

Artículo 3: El sacramento de la eucaristía.

1406 Jesús dijo: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre… El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna… permanece en mí y yo en él» (Juan 6,51.54.56).

1407 La eucaristía es el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia, pues en ella Cristo asocia su Iglesia y todos sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción de gracias ofrecido una vez por todas en la cruz a su Padre; por medio de este sacrificio derrama las gracias de la salvación sobre su Cuerpo, que es la Iglesia.

1408 La celebración eucarística comprende siempre: la proclamación de la Palabra de Dios, la acción de gracias a Dios Padre por todos sus beneficios, sobre todo por el don de su Hijo, la consagración del pan y del vino y la participación en el banquete litúrgico por la recepción del Cuerpo y de la Sangre del Señor: estos elementos constituyen un solo y mismo acto de culto.

1409 La eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, es decir, de la obra de la salvación realizada por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, obra que se hace presente por la acción litúrgica.

1410 Es Cristo mismo, Sacerdote sumo y eterno de la Nueva Alianza, quien, por el ministerio de los sacerdotes, ofrece el misterio eucarístico. Y es también el mismo Cristo, realmente presente bajo las especies del pan y del vino, la ofrenda del sacrificio eucarístico.

1411 Sólo los presbíteros válidamente ordenados pueden presidir la eucaristía y consagrar el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor.

1412 Los signos esenciales del sacramento eucarístico son pan de trigo y vino de vid, sobre los cuales es invocada la bendición del Espíritu Santo y el presbítero pronuncia las palabras de la consagración dichas por Jesús en la última Cena: «Este es mi Cuerpo entregado por vosotros… Este es el cáliz de mi Sangre…»*

1413 Por la consagración se realiza la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y del vino, Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y substancial, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad (cf. Cc. de Trento: DS 1640; 1651).

1414 En cuanto sacrificio, la eucaristía es ofrecida también en reparación de los pecados de los vivos y los difuntos, y para obtener de Dios beneficios espirituales o temporales.

1415 El que quiere recibir a Cristo en la comunión eucarística debe hallarse en estado de gracia. Si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente no debe acercarse a la eucaristía sin haber recibido previamente la absolución en el sacramento de la penitencia.

1416 La sagrada comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo acrecienta la unión del comulgante con el Señor; le perdona los pecados veniales y lo preserva de pecados graves. Puesto que los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo son reforzados, la recepción de este sacramento fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo.

1417 La Iglesia recomienda vivamente a los fieles que reciban la sagrada comunión cada vez que participan en la celebración de la eucaristía; y les impone la obligación de hacerlo al menos una vez al año.

1418 Puesto que Cristo mismo está presente en el sacramento del altar, es preciso honrarlo con culto de adoración. «La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo, nuestro Señor» (MF).

1419 Cristo, que pasó de este mundo al Padre, nos da en la eucaristía la prenda de la gloria que tendremos junto a El: la participación en el Santo Sacrificio nos identifica con su Corazón, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar de esta vida, nos hace desear la Vida eterna y nos une ya desde ahora a la Iglesia del Cielo, a la Santísima Virgen María y a todos los santos.

Capítulo segundo: Los sacramentos de curación.

Artículo 4: El sacramento de la penitencia y de la reconciliación.

1485 En la tarde de Pascua, el Señor Jesús se mostró a sus apóstoles y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes los retengáis, les quedan retenidos» (cf. Juan 20,22-23).

1486 El perdón de los pecados cometidos después del Bautismo es concedido por un sacramento propio llamado sacramento de la conversión, de la confesión, de la penitencia o de la reconciliación.

1487 Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su propia dignidad de hombre llamado a ser hijo de Dios y el bien espiritual de la Iglesia, de la que cada cristiano debe ser una piedra viva.

1488 A los ojos de la fe, ningún mal es más grave que el pecado y nada tiene peores consecuencias para los pecadores mismos, para la Iglesia y para el mundo entero.

1489 Volver a la comunión con Dios, después de haberla perdido por el pecado, es un movimiento que nace de la gracia de Dios, rico en misericordia y deseoso de la salvación de los hombres. Es preciso pedir este don precioso para sí mismo y para los demás.

1490 El movimiento de retorno a Dios, llamado conversión y arrepentimiento, implica un dolor y una aversión respecto a los pecados cometidos, y el propósito firme de no volver a pecar. La conversión, por tanto, mira al pasado y al futuro; se nutre de la esperanza en la misericordia divina.

1491 El sacramento de la penitencia está constituido por el conjunto de tres actos realizados por el penitente, y por la absolución del sacerdote. Los actos del penitente son: el arrepentimiento, la confesión o manifestación de los pecados al sacerdote y el propósito de realizar la reparación y las obras de penitencia.

1492 El arrepentimiento (llamado también contrición) debe estar inspirado en motivaciones que brotan de la fe. Si el arrepentimiento es concedido por amor de caridad hacia Dios, se lo llama «perfecto»; si está fundado en otros motivos se lo llama «imperfecto».

1493 El que quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia debe confesar al sacerdote todos los pecados graves que no ha confesado aún y de los que se acuerda tras examinar cuidadosamente su conciencia. Sin ser necesaria, de suyo, la confesión de las faltas veniales está recomendada vivamente por la Iglesia.

1494 El confesor impone al penitente el cumplimiento de ciertos actos de «satisfacción» o de «penitencia», para reparar el daño causado por el pecado y restablecer los hábitos propios del discípulo de Cristo.

1495 Sólo los sacerdotes que han recibido de la autoridad de la Iglesia la facultad de absolver pueden ordinariamente perdonar los pecados en nombre de Cristo.

1496 Los efectos espirituales del sacramento de la penitencia son:* – la reconciliación con Dios por la que el penitente recupera la gracia;* – la reconciliación con la Iglesia;* – la remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales;* – la remisión, al menos en parte, de las penas temporales, consecuencia del pecado;* – la paz y la serenidad de la conciencia y el consuelo espiritual;* – el acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano.

1497 La confesión individual e íntegra de los pecados graves seguida de la absolución es el único medio ordinario para la reconciliación con Dios y con la Iglesia.

1498 Mediante las indulgencias, los fieles pueden alcanzar para sí mismos y también para las almas del Purgatorio la remisión de las penas temporales, consecuencia de los pecados.

Artículo 5: La unción de los enfermos.

1526 «¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y lo unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados» (St 5,14-15).

1527 El sacramento de la unción de los enfermos tiene por fin conferir una gracia especial al cristiano que experimenta las dificultades inherentes al estado de enfermedad grave o de vejez.

1528 El tiempo oportuno para recibir la santa unción llega ciertamente cuando el fiel comienza a encontrarse en peligro de muerte por causa de enfermedad o de vejez.

1529 Cada vez que un cristiano cae gravemente enfermo puede recibir la santa unción, y también cuando, después de haberla recibido, la enfermedad se agrava.

1530 Sólo los sacerdotes (presbíteros y obispos) pueden administrar el sacramento de la unción de los enfermos; para conferirlo emplean óleo bendecido por el obispo, o, en caso necesario, por el mismo presbítero que celebra.

1531 Lo esencial de la celebración de este sacramento consiste en la unción en la frente y las manos del enfermo (en el rito romano) o en otras partes del cuerpo (en Oriente), unción acompañada de la oración litúrgica del sacerdote celebrante que pide la gracia especial de este sacramento.

1532 La gracia especial del sacramento de la unción de los enfermos tiene como efectos:* – la unión del enfermo a la pasión de Cristo, para su bien y el de toda la Iglesia;* – el consuelo, la paz y el ánimo para soportar cristianamente los sufrimientos de la enfermedad o de la vejez;* – el perdón de los pecados si el enfermo no ha podido obtenerlo por el sacramento de la penitencia;* – el restablecimiento de la salud corporal, si conviene a la salud espiritual;* – la preparación para el paso a la vida eterna.

Capítulo tercero: Los sacramentos al servicio de la comunidad.

Artículo 6: El sacramento del orden.

1590 San Pablo dice a su discípulo Timoteo: «Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos» (2 Tm 1,6), y «si alguno aspira al cargo de obispo, desea una noble función» (1 Tm 3,1). A Tito decía: «El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad, como yo te ordené» (Tt 1,5).

1591 La Iglesia entera es un pueblo sacerdotal. Por el bautismo, todos los fieles participan del sacerdocio de Cristo. Esta participación se llama «sacerdocio común de los fieles». A partir de este sacerdocio y al servicio del mismo existe otra participación en la misión de Cristo: la del ministerio conferido por el sacramento del orden, cuya tarea es servir en nombre y en la representación de Cristo-Cabeza en medio de la comunidad.

1592 El sacerdocio ministerial difiere esencialmente del sacerdocio común de los fieles porque confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles. Los ministros ordenados ejercen su servicio en el pueblo de Dios mediante la enseñanza (munus docendi), el culto divino (munus liturgicum) y por el gobierno pastoral (munus regendi).

1593 Desde los orígenes, el ministerio ordenado fue conferido y ejercido en tres grados: el de los obispos, el de los presbíteros y el de los diáconos. Los ministerios conferidos por la ordenación son insustituibles para la estructura orgánica de la Iglesia: sin el obispo, los presbíteros y los diáconos no se puede hablar de Iglesia (cf. San Ignacio de Antioquía, Trall. 3,1).

1594 El obispo recibe la plenitud del sacramento del orden que lo incorpora al Colegio episcopal y hace de él la cabeza visible de la Iglesia particular que le es confiada. Los obispos, en cuanto sucesores de los Apóstoles y miembros del Colegio, participan en la responsabilidad apostólica y en la misión de toda la Iglesia bajo la autoridad del Papa, sucesor de san Pedro.

1595 Los presbíteros están unidos a los obispos en la dignidad sacerdotal y al mismo tiempo dependen de ellos en el ejercicio de sus funciones pastorales; son llamados a ser cooperadores diligentes de los obispos; forman en torno a su obispo el presbiterio que asume con él la responsabilidad de la Iglesia particular. Reciben del obispo el cuidado de una comunidad parroquial o de una función eclesial determinada.

1596 Los diáconos son ministros ordenados para las tareas de servicio de la Iglesia; no reciben el sacerdocio ministerial, pero la ordenación les confiere funciones importantes en el ministerio de la palabra, del culto divino, del gobierno pastoral y del servicio de la caridad, tareas que deben cumplir bajo la autoridad pastoral de su Obispo.

1597 El sacramento del orden es conferido por la imposición de las manos seguida de una oración consecratoria solemne que pide a Dios para el ordenando las gracias del Espíritu Santo requeridas para su ministerio. La ordenación imprime un carácter sacramental indeleble.

1598 La Iglesia confiere el sacramento del Orden únicamente a varones (viris) bautizados, cuyas aptitudes para el ejercicio del ministerio han sido debidamente reconocidas. A la autoridad de la Iglesia corresponde la responsabilidad y el derecho de llamar a uno a recibir la ordenación.

1599 En la Iglesia latina, el sacramento del Orden para el presbiterado sólo es conferido ordinariamente a candidatos que están dispuestos a abrazar libremente el celibato y que manifiestan públicamente su voluntad de guardarlo por amor del Reino de Dios y el servicio de los hombres.

1600 Corresponde a los obispos conferir el sacramento del orden en los tres grados.

Artículo 7: El sacramento del matrimonio.

1659 San Pablo dice: «Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia… Gran misterio éste, lo digo con respecto a Cristo y la Iglesia» (Ef 5,25.32).

1660 La alianza matrimonial, por la que un hombre y una mujer constituyen una íntima comunidad de vida y de amor, fue fundada y dotada de sus leyes propias por el Creador. Por su naturaleza está ordenada al bien de los cónyuges así como a la generación y educación de los hijos. Entre bautizados, el matrimonio ha sido elevado por Cristo Señor a la dignidad de sacramento (cf. Gaudium et Spes 48,1; Catecismo de la Iglesia Católica can 1055,1).

1661 El sacramento del matrimonio significa la unión de Cristo con la Iglesia. Da a los esposos la gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a su Iglesia; la gracia del sacramento perfecciona así el amor humano de los esposos, reafirma su unidad indisoluble y los santifica en el camino de la vida eterna (cf. Cc. de Trento: DS 1799).

1662 El matrimonio se funda en el consentimiento de los contrayentes, es decir, en la voluntad de darse mutua y definitivamente con el fin de vivir una alianza de amor fiel y fecundo.

1663 Dado que el matrimonio establece a los cónyuges en un estado público de vida en la Iglesia, la celebración del mismo se hace ordinariamente de modo público, en el marco de una celebración litúrgica, ante el sacerdote (o el testigo cualificado de la Iglesia), los testigos y la asamblea de los fieles.

1664 La unidad, la indisolubilidad y la apertura a la fecundidad son esenciales al matrimonio. La poligamia es incompatible con la unidad del matrimonio; el divorcio separa lo que Dios ha unido; el rechazo de la fecundidad priva a la vida conyugal de su «don más excelente», el hijo (Gaudium et Spes 50,1).

1665 Contraer un nuevo matrimonio por parte de los divorciados mientras viven sus cónyuges legítimos contradice el plan y la ley de Dios enseñados por Cristo. Los que viven en esta situación no están separados de la Iglesia, pero no pueden acceder a la comunión eucarística. Pueden vivir su vida cristiana sobre todo educando a sus hijos en la fe.

1666 El hogar cristiano es el lugar en que los hijos reciben el primer anuncio de la fe. Por eso la casa familiar es llamada justamente «Iglesia doméstica», comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana.

Capítulo cuarto: Otras celebraciones litúrgicas.

Artículo 1: Los sacramentales.

1677 Se llaman sacramentales los signos sagrados instituidos por la Iglesia cuyo fin es preparar a los hombres para recibir el fruto de los sacramentos y santificar las diversas circunstancias de la vida.

1678 Entre los sacramentales, las bendiciones ocupan un lugar importante. Comprenden a la vez la alabanza de Dios por sus obras y sus dones, y la intercesión de la Iglesia para que los hombres puedan hacer uso de los dones de Dios según el espíritu de los Evangelios.

1679 Además de la Liturgia, la vida cristiana se nutre de variadas formas de piedad popular, enraizadas en las distintas culturas. Esclareciéndolas a la luz de la fe, la Iglesia favorece aquellas formas de religiosidad popular que expresan mejor un sentido evangélico y una sabiduría humana, y que enriquecen la vida cristiana.

Artículo 2: Las exequias cristianas.

(No hay resumen).

Tercera parte: La vida en Cristo.

Primera Sección: La vocación del hombre: La vida en el Espíritu.

Capítulo primero: La dignidad de la persona humana.

Artículo 1: El hombre, imagen de Dios.

1710 «Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación» (Gaudium et Spes 22,1).

1711 Dotada de alma espiritual, de entendimiento y de voluntad, la persona humana está desde su concepción ordenada a Dios y destinada a la bienaventuranza eterna. Camina hacia su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien (cf. Gaudium et Spes 15,2).

1712 La verdadera libertad es en el hombre el «signo eminente de la imagen divina» (Gaudium et Spes 17).

1713 El hombre debe seguir la ley moral que lo impulsa «a hacer el bien y a evitar el mal» (Gaudium et Spes 16). Esta ley resuena en su conciencia.

1714 El hombre, herido en su naturaleza por el pecado original, está sujeto al error e inclinado al mal en el ejercicio de su libertad.

1715 El que cree en Cristo tiene la vida nueva en el Espíritu Santo. La vida moral, desarrollada y madurada en la gracia, alcanza su plenitud en la gloria del Cielo.

Artículo 2: Nuestra vocación a la bienaventuranza.

1725 Las bienaventuranzas recogen y perfeccionan las promesas de Dios desde Abraham ordenándolas al Reino de los Cielos. Responden al deseo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón del hombre.

1726 Las bienaventuranzas nos enseñan el fin último al que Dios nos llama: el Reino, la visión de Dios, la participación en la naturaleza divina, la vida eterna, la filiación, el descanso en Dios.

1727 La bienaventuranza de la vida eterna es un don gratuito de Dios; es sobrenatural como también lo es la gracia que conduce a ella.

1728 Las bienaventuranzas nos colocan ante opciones decisivas con respecto a los bienes terrenos; purifican nuestro corazón para enseñarnos a amar a Dios sobre todas las cosas.

1729 La bienaventuranza del Cielo determina los criterios de discernimiento en el uso de los bienes terrenos en conformidad a la ley de Dios.

Artículo 3: La libertad del hombre.

1743 Dios ha querido «dejar al hombre en manos de su propia decisión» (Sirac 15,14). Para que pueda adherirse libremente a su Creador y llegar así a la bienaventurada perfección (cf. Gaudium et Spes 17,1).

1744 La libertad es el poder de obrar o de no obrar y de ejecutar así, por sí mismo, acciones deliberadas. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, el supremo bien.

1745 La libertad caracteriza los actos propiamente humanos. Hace al ser humano responsable de los actos de que es autor voluntario. Es propio del hombre actuar deliberadamente.

1746 La imputabilidad o la responsabilidad de una acción puede quedar disminuida o incluso anulada por la ignorancia, la violencia, el temor y otros factores psíquicos o sociales.

1747 El derecho al ejercicio de la libertad, especialmente en materia religiosa y moral, es una exigencia inseparable de la dignidad del hombre. Pero el ejercicio de la libertad no implica el pretendido derecho de decir o de hacer cualquier cosa.

1748 «Para ser libres nos liberó Cristo» (Gálatas 5,1).

Artículo 4: La moralidad de los actos humanos.

1757 El objeto, la intención y las circunstancias constituyen las tres «fuentes» de la moralidad de los actos humanos.

1758 El objeto elegido especifica moralmente el acto de la voluntad según que la razón lo reconozca y lo juzgue bueno o malo.

1759 «No se puede justificar una acción mala por el hecho de que la intención sea buena» (Santo Tomás de Aquino, Collationes de decem praeceptis 6). El fin no justifica los medios.

1760 El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias.

1761 Hay comportamientos concretos cuya elección es siempre errada porque ésta comporta un desorden de la voluntad, es decir, un mal moral. No está permitido un mal para obtener el bien.

Artículo 5: La moralidad de las pasiones.

1771 El término «pasiones» designa los afectos y los sentimientos. Por medio de sus emociones, el hombre intuye lo bueno y lo malo.

1772 Ejemplos eminentes de pasiones son el amor y el odio, el deseo y el temor, la alegría, la tristeza y la ira.

1773 En las pasiones, en cuanto impulso de la sensibilidad, no hay ni bien ni mal moral. Pero según dependan o no de la razón y de la voluntad, hay en ellas bien o mal moral.

1774 Las emociones y los sentimientos pueden ser asumidos por las virtudes, o pervertidos en los vicios.

1775 La perfección del bien moral consiste en que el hombre no sea movido al bien sólo por su voluntad, sino también por su «corazón».

Artículo 6: La conciencia moral.

1795 «La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella» (Gaudium et Spes 16).

1796 La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la calidad moral de un acto concreto.

1797 Para el hombre que ha cometido el mal, el veredicto de su conciencia constituye una garantía de conversión y de esperanza.

1798 Una conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero querido por la sabiduría del Creador. Cada cual debe poner los medios para formar su conciencia.

1799 Ante una decisión moral, la conciencia puede formar un juicio recto de acuerdo con la razón y la ley divina o, al contrario, un juicio erróneo que se aleja de ellas.

1800 El ser humano debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia.

1801 La conciencia moral puede permanecer en la ignorancia o formar juicios erróneos. Estas ignorancias y estos errores no están siempre exentos de culpabilidad.

1802 La Palabra de Dios es una luz para nuestros pasos. Es preciso que la asimilemos en la fe y en la oración, y la pongamos en práctica. Así se forma la conciencia moral.

Artículo 7: Las virtudes.

1833 La virtud es una disposición habitual y firme para hacer el bien.

1834 Las virtudes humanas son disposiciones estables del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Pueden agruparse en torno a cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

1835 La prudencia dispone la razón práctica para discernir, en toda circunstancia, nuestro verdadero bien y elegir los medios justos para realizarlo.

1836 La justicia consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido.

1837 La fortaleza asegura, en las dificultades, la firmeza y la constancia en la práctica del bien.

1838 La templanza modera la atracción hacia los placeres sensibles y procura la moderación en el uso de los bienes creados.

1839 Las virtudes morales crecen mediante la educación, mediante actos deliberados y con el esfuerzo perseverante. La gracia divina las purifica y las eleva.

1840 Las virtudes teologales disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto, a Dios conocido por la fe, esperado y amado por El mismo.

1841 Las virtudes teologales son tres: la fe, la esperanza y la caridad (cf. 1Corintios 13,13). Informan y vivifican todas las virtudes morales.

1842 Por la fe creemos en Dios y creemos todo lo que El nos ha revelado y que la Santa Iglesia nos propone como objeto de fe.

1843 Por la esperanza deseamos y esperamos de Dios con una firme confianza la vida eterna y las gracias para merecerla.

1844 Por la caridad amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Es el «vínculo de la perfección» (Colosenses 3,14) y la forma de todas las virtudes.

1845 Los siete dones del Espíritu Santo concedidos a los cristianos son: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

Artículo 8: El pecado.

1870 «Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia» (Romanos 11,32).

1871 El pecado es «una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna» (San Agustín, Faust. 22). Es una ofensa a Dios. Se alza contra Dios en una desobediencia contraria a la obediencia de Cristo.

1872 El pecado es un acto contrario a la razón. Lesiona la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana.

1873 La raíz de todos los pecados está en el corazón del hombre. Sus especies y su gravedad se miden principalmente por su objeto.

1874 Elegir deliberadamente, es decir, sabiéndolo y queriéndolo, una cosa gravemente contraria a la ley divina y al fin último del hombre, es cometer un pecado mortal. Este destruye en nosotros la caridad sin la cual la bienaventuranza eterna es imposible. Sin arrepentimiento, tal pecado conduce a la muerte eterna.

1875 El pecado venial constituye un desorden moral que puede ser reparado por la caridad que tal pecado deja subsistir en nosotros.

1876 La reiteración de pecados, incluso veniales, engendra vicios, entre los cuales se distinguen los pecados capitales.

Capítulo segundo: La comunidad humana.

Artículo 1: La persona y la sociedad.

1890 Existe una cierta semejanza entre la unión de las Personas divinas y la fraternidad que los hombres deben instaurar entre sí.

1891 Para desarrollarse en conformidad con su naturaleza, la persona humana necesita la vida social. Ciertas sociedades, como la familia y la ciudad, corresponden más inmediatamente a la naturaleza del hombre.

1892 «El principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y * debe ser la persona humana» (Gaudium et Spes 25,1).

1893 Es preciso promover una amplia participación en asociaciones e instituciones de libre iniciativa.

1894 Según el principio de subsidiaridad, ni el Estado ni ninguna sociedad más amplia deben suplantar la iniciativa y la responsabilidad de las personas y de las corporaciones intermedias.

1895 La sociedad debe favorecer el ejercicio de las virtudes, no ser obstáculo para ellas. Debe inspirarse en una justa jerarquía de valores.

1896 Donde el pecado pervierte el clima social, es preciso apelar a la conversión de los corazones y a la gracia de Dios. La caridad empuja a reformas justas. No hay solución a la cuestión social fuera del Evangelio (cf. Centessimus Annus 3).

Artículo 2: La participación en la vida social.

1918 «No hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas» (Romanos 13,1).

1919 Toda comunidad humana necesita una autoridad para mantenerse y desarrollarse.

1920 «La comunidad política y la autoridad pública se fundan en la naturaleza humana y por ello pertenecen al orden querido por Dios» (Gaudium et Spes 74,3).

1921 La autoridad se ejerce de manera legítima si se aplica a la prosecución del bien común de la sociedad. Para alcanzarlo debe emplear medios moralmente aceptables.

1922 La diversidad de regímenes políticos es legítima, con tal que promuevan el bien de la comunidad.

1923 La autoridad política debe actuar dentro de los límites del orden moral y debe garantizar las condiciones del ejercicio de la libertad.

1924 El bien común comprende «el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección» (Gaudium et Spes 26,1).

1925 El bien común comporta tres elementos esenciales: el respeto y la promoción de los derechos fundamentales de la persona; la prosperidad o el desarrollo de los bienes espirituales y temporales de la sociedad; la paz y la seguridad del grupo y de sus miembros.

1926 La dignidad de la persona humana implica la búsqueda del bien común. Cada cual debe preocuparse por suscitar y sostener instituciones que mejoren las condiciones de la vida humana.

1927 Corresponde al Estado defender y promover el bien común de la sociedad civil. El bien común de toda la familia humana requiere una organización de la sociedad internacional.

Artículo 3: La justicia social.

1943 La sociedad asegura la justicia social procurando las condiciones que permitan a las asociaciones y a los individuos obtener lo que les es debido.

1944 El respeto de la persona humana considera al prójimo como «otro yo». Supone el respeto de los derechos fundamentales que se derivan de la dignidad intrínseca de la persona.

1945 La igualdad entre los hombres se vincula a la dignidad de la persona y de los derechos que de ésta se derivan.

1946 Las diferencias entre las personas obedecen al plan de Dios que quiere que nos necesitemos los unos a los otros. Esas diferencias deben alentar la caridad.

1947 La igual dignidad de las personas humanas exige el esfuerzo para reducir las excesivas desigualdades sociales y económicas. Impulsa a la desaparición de las desigualdades inicuas.

1948 La solidaridad es una virtud eminentemente cristiana. Es ejercicio de comunicación de los bienes espirituales aún más que comunicación de bienes materiales.

Capítulo tercero: La salvación de Dios: La ley y la gracia.

Artículo 1: La ley moral.

1975 Según la Sagrada Escritura, la ley es una instrucción paternal de Dios que prescribe al hombre los caminos que llevan a la bienaventuranza prometida y proscribe los caminos del mal.

1976 «La ley es una ordenación de la razón para el bien común, promulgada por el que está a cargo de la comunidad» (San Tomás de Aquino, Summa Theologica 1-2,90,4).

1977 Cristo es el fin de la ley (cf. Romanos 10,4); sólo El enseña y otorga la justicia de Dios.

1978 La ley natural es una participación en la sabiduría y la bondad de Dios por parte del hombre, formado a imagen de su Creador. Expresa la dignidad de la persona humana y constituye la base de sus derechos y sus deberes fundamentales.

1979 La ley natural es inmutable, permanente a través de la historia. Las normas que la expresan son siempre substancialmente válidas. Es la base necesaria para la edificación de las normas morales y la ley civil.

1980 La Ley antigua es la primera etapa de la Ley revelada. Sus prescripciones morales se resumen en los diez mandamientos.

1981 La Ley de Moisés contiene muchas verdades naturalmente accesibles a la razón. Dios las ha revelado porque los hombres no las leían en su corazón.

1982 La Ley antigua es una preparación al Evangelio.

1983 La Ley nueva es la gracia del Espíritu Santo recibida mediante la fe en Cristo, que opera por la caridad. Se expresa especialmente en el Sermón del Señor en la montaña y utiliza los sacramentos para comunicarnos la gracia.

1984 La Ley evangélica cumple, supera y lleva a su perfección la Ley antigua: sus promesas mediante las bienaventuranzas del Reino de los cielos, sus mandamientos, reformando el corazón que es la raíz de los actos.

1985 La Ley nueva es ley de amor, ley de gracia, ley de libertad.

1986 Más allá de sus preceptos, la Ley nueva contiene los consejos evangélicos. «La santidad de la Iglesia también se fomenta de manera especial con los múltiples consejos que el Señor propone en el Evangelio a sus discípulos para que los practiquen» (Lumen Gentium 42).

Artículo 2: Gracia y justificación.

2017 La gracia del Espíritu Santo nos confiere la justicia de Dios. El Espíritu, uniéndonos por medio de la fe y el bautismo a la pasión y a la resurrección de Cristo, nos hace participar en su vida.

2018 La justificación, como la conversión, presenta dos aspectos. Bajo la moción de la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo Alto.

2019 La justificación entraña la remisión de los pecados, la santificación y la renovación del hombre interior.

2020 La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo. Nos es concedida mediante el bautismo. Nos conforma con la justicia de Dios que nos hace justos. Tiene como finalidad la gloria de Dios y de Cristo y el don de la vida eterna. Es la obra más excelente de la misericordia de Dios.

2021 La gracia es el auxilio que Dios nos da para responder a nuestra vocación de llegar a ser sus hijos adoptivos. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria.

2022 La iniciativa divina en la obra de la gracia previene, prepara y suscita la respuesta libre del hombre. La gracia responde a las aspiraciones profundas de la libertad humana; y la llama a cooperar con ella, y la perfecciona.

2023 La gracia santificante es el don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para curarla del pecado y santificarla.

2024 La gracia santificante nos hace «agradables a Dios». Los carismas, que son gracias especiales del Espíritu Santo, están ordenados a la gracia santificante y tienen por fin el bien común de la Iglesia. Dios actúa así mediante gracias actuales múltiples que se distinguen de la gracia habitual, que es permanente en nosotros.

2025 El hombre no tiene, por sí mismo, mérito ante Dios sino como consecuencia del libre designio divino de asociarlo a la obra de su gracia. El mérito pertenece a la gracia de Dios en primer lugar, y a la colaboración del hombre en segundo lugar. El mérito del hombre retorna a Dios.

2026 La gracia del Espíritu Santo, en virtud de nuestra filiación adoptiva, puede conferirnos un verdadero mérito según la justicia gratuita de Dios. La caridad es en nosotros la principal fuente de mérito ante Dios.

2027 Nadie puede merecer la gracia primera que constituye el inicio de la conversión. Bajo la moción del Espíritu Santo podemos merecer en favor nuestro y de los demás todas las gracias útiles para llegar a la vida eterna, como también los necesarios bienes temporales.

2028 «Todos los fieles… son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad» (Lumen Gentium 40). «La perfección cristiana sólo tiene un límite: el de no tener límite» (San Gregorio de Nisa, v. Mos.).

2029 «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mateo 16,24).

Artículo 3: La Iglesia, Madre y educadora.

2047 La vida moral es un culto espiritual. El obrar cristiano se alimenta en la Liturgia y la celebración de los sacramentos.

2048 Los mandamientos de la Iglesia se refieren a la vida moral y cristiana, unida a la Liturgia, y que se alimenta de ella.

2049 El Magisterio de los pastores de la Iglesia en materia moral se ejerce ordinariamente en la catequesis y la predicación sobre la base del Decálogo que enuncia los principios de la vida moral válidos para todo hombre.

2050 El Romano Pontífice y los obispos, como maestros auténticos, predican al Pueblo de Dios la fe que debe ser creída y aplicada a las costumbres. A ellos corresponde también pronunciarse sobre las cuestiones morales que atañen a la ley natural y a la razón.

2051 La infalibilidad del Magisterio de los pastores se extiende a todos los elementos de doctrina, comprendida la moral, sin los cuales las verdades salvíficas de la fe no pueden ser salvaguardadas, expuestas u observadas.

Segunda Sección: Los diez mandamientos.

2075 «¿Qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?» – «Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos» (Mateo 19,16-17).

2076 Por su modo de actuar y por su predicación, Jesús ha atestiguado el valor perenne del Decálogo.

2077 El don del Decálogo fue concedido en el marco de la alianza establecida por Dios con su pueblo. Los mandamientos de Dios reciben su significado verdadero en y por esta Alianza.

2078 Fiel a la Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús, la Tradición de la Iglesia ha reconocido en el Decálogo una importancia y una significación primordial.

2079 El Decálogo forma una unidad orgánica en la que cada «palabra» o «mandamiento» remite a todo el conjunto. Transgredir un mandamiento es quebrantar toda la Ley (cf. Santiago 2,10-11).

2080 El Decálogo contiene una expresión privilegiada de la ley natural. Lo conocemos por la revelación divina y por la razón humana.

2081 Los diez mandamientos, en su contenido fundamental, enuncian obligaciones graves. Sin embargo, la obediencia a estos preceptos implica también obligaciones cuya materia es, en sí misma, leve.

2082 Dios hace posible por su gracia lo que manda.

Capítulo primero: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas»*

Artículo 1: El primer mandamiento.

2133 «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Deuteronomio 6,5).

2134 El primer mandamiento llama al hombre para que crea en Dios, espere en El y lo ame sobre todas las cosas.

2135 «Al Señor tu Dios adorarás» (Mateo 4,10). Adorar a Dios, orar a El, ofrecerle el culto que le corresponde, cumplir las promesas y los votos que se le han hecho, son todos ellos actos de la virtud de la religión que constituyen la obediencia al primer mandamiento.

2136 El deber de dar a Dios un culto auténtico corresponde al hombre individual y socialmente considerado.

2137 El hombre debe «poder profesar libremente la religión en público y en privado» (Dignitates Humanae 15).

2138 La superstición es una desviación del culto que debemos al verdadero Dios, la cual conduce a la idolatría y a distintas formas de adivinación y de magia.

2139 La acción de tentar a Dios de palabra o de obra, el sacrilegio y la simonía son pecados de irreligión, prohibidos por el primer mandamiento.

2140 El ateísmo, en cuanto niega o rechaza la existencia de Dios, es un pecado contra el primer mandamiento.

2141 El culto de las imágenes sagradas está fundado en el misterio de la encarnación del Verbo de Dios. No es contrario al primer mandamiento.

Artículo 2: El segundo mandamiento.

2160 «Señor, Dios Nuestro, ¡qué admirable es tu Nombre por toda la tierra!» (Salmos 8,2).

2161 El segundo mandamiento prescribe respetar el Nombre del Señor. El Nombre del Señor es santo.

2162 El segundo mandamiento prohíbe todo uso inconveniente del nombre de Dios. La blasfemia consiste en usar de una manera injuriosa el nombre de Dios, de Jesucristo, de la Virgen María y de los santos.

2163 El juramento en falso invoca a Dios como testigo de una mentira. El perjurio es una falta grave contra el Señor, que es siempre fiel a sus promesas.

2164 «No jurar ni por Criador ni por criatura, si no fuere con verdad, necesidad y reverencia» (San Ignacio de Loyola, ex. spir. 38).

2165 En el bautismo, la Iglesia da un nombre al cristiano. Los padres, los padrinos y el párroco deben procurar que se dé un nombre cristiano al que es bautizado. El patrocinio de un santo ofrece un modelo de caridad y asegura su intercesión.

2166 El cristiano comienza sus oraciones y sus acciones haciendo la señal de la cruz «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén».

2167 Dios llama a cada uno por su nombre (cf. Isaías 43,1).

Artículo 3: El tercer mandamiento.

2189 «Guardarás el día del sábado para santificarlo» (Deuteronomio 5,12). «El día séptimo será día de descanso completo, consagrado al Señor» (Exodo 31,15).

2190 El sábado, que representaba la coronación de la primera creación, es sustituido por el domingo que recuerda la nueva creación, inaugurada por la resurrección de Cristo.

2191 La Iglesia celebra el día de la resurrección de Cristo el octavo día, que es llamado con toda razón día del Señor, o domingo (cf. Sacerdotalis caelibatus 106).

2192 «El domingo… ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto» (Catecismo de la Iglesia Católica can. 1246,1). «El domingo y las demás fiestas de precepto, los fieles tienen obligación de participar en la misa» (Catecismo de la Iglesia Católica can. 1247).

2193 «El domingo y las demás fiestas de precepto… los fieles se abstendrán de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo» (Catecismo de la Iglesia Católica can. 1247).

2194 La institución del domingo contribuye a que todos disfruten de un «reposo y ocio suficientes para cultivar la vida familiar, cultural, social y religiosa» (Gaudium et Spes 67,3).

2195 Todo cristiano debe evitar imponer, sin necesidad, a otro impedimentos para guardar el día del Señor.

Capítulo segundo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

Artículo 4: El cuarto mandamiento.

2247 «Honra a tu padre y a tu madre» (Dt 5,16; Marcos 7,10).

2248 De conformidad con el cuarto mandamiento, Dios quiere que, después que a El, honremos a nuestros padres y a los que El reviste de autoridad para nuestro bien.

2249 La comunidad conyugal está establecida sobre la alianza y el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los cónyuges, a la procreación y a la educación de los hijos.

2250 «La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar» (Gaudium et Spes 47,1).

2251 Los hijos deben a sus padres respeto, gratitud, justa obediencia y ayuda. El respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar.

2252 Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos en la fe, en la oración y en todas las virtudes. Tienen el deber de atender, en la medida de lo posible, las necesidades materiales y espirituales de sus hijos.

2253 Los padres deben respetar y favorecer la vocación de sus hijos. Han de recordar y enseñar que la vocación primera del cristiano es la de seguir a Jesús.

2254 La autoridad pública está obligada a respetar los derechos fundamentales de la persona humana y las condiciones del ejercicio de su libertad.

2255 El deber de los ciudadanos es cooperar con las autoridades civiles en la construcción de la sociedad en un espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad.

2256 El ciudadano está obligado, en conciencia, a no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando son contrarias a las exigencias del orden moral. «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29).

2257 Toda sociedad refiere sus juicios y su conducta a una visión del hombre y de su destino. Si se prescinde de la luz del Evangelio sobre Dios y sobre el hombre, las sociedades se hacen fácilmente totalitarias.

Artículo 5: El quinto mandamiento.

2318 «Dios tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne» (Jb 12,10).

2319 Toda vida humana, desde el momento de la concepción hasta la muerte, es sagrada, pues la persona humana ha sido amada por sí misma a imagen y semejanza del Dios vivo y santo.

2320 Causar la muerte a un ser humano es gravemente contrario a la dignidad de la persona y a la santidad del Creador.

2321 La prohibición de causar la muerte no suprime el derecho de impedir que un injusto agresor cause daño. La legítima defensa es un deber grave para quien es responsable de la vida de otro o del bien común.

2322 Desde su concepción, el niño tiene derecho a la vida. El aborto directo, es decir, buscado como un fin o como un medio, es una práctica infame (cf. Gaudium et Spes 27,3), gravemente contraria a la ley moral. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana.

2323 Porque ha de ser tratado como una persona desde su concepción, el embrión debe ser defendido en su integridad, atendido y cuidado médicamente como cualquier otro ser humano.

2324 La eutanasia voluntaria, cualesquiera que sean sus formas y sus motivos, constituye un homicidio. Es gravemente contraria a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador.

2325 El suicidio es gravemente contrario a la justicia, a la esperanza y a la caridad. Está prohibido por el quinto mandamiento.

2326 El escándalo constituye una falta grave cuando por acción u omisión se induce deliberadamente a otro a pecar.

2327 A causa de los males y de las injusticias que ocasiona toda guerra, debemos hacer todo lo que es razonablemente posible para evitarla. La Iglesia implora así: «Del hambre, de la peste y de la guerra, líbranos Señor.»*

2328 La Iglesia y la razón humana afirman la validez permanente de la ley moral durante los conflictos armados. Las prácticas deliberadamente contrarias al derecho de gentes y a sus principios universales son crímenes.

2329 «La carrera de armamentos es una plaga gravísima de la humanidad y perjudica a los pobres de modo intolerable» (Gaudium et Spes 81,3).

2330 «Bienaventurados los que construyen la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mateo 5,9).

Artículo 6: El sexto mandamiento.

2392 «El amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano» (FC 11).

2393 Al crear al ser humano hombre y mujer, Dios confiere la dignidad personal de manera idéntica a uno y a otra. A cada uno, hombre y mujer, corresponde reconocer y aceptar su identidad sexual.

2394 Cristo es el modelo de la castidad. Todo bautizado es llamado a llevar una vida casta, cada uno según su estado de vida.

2395 La castidad significa la integración de la sexualidad en la persona. Entraña el aprendizaje del dominio personal.

2396 Entre los pecados gravemente contrarios a la castidad se deben citar la masturbación, la fornicación, las actividades pornográficas y las prácticas homosexuales.

2397 La alianza que los esposos contraen libremente implica un amor fiel. Les confiere la obligación de guardar indisoluble su matrimonio.

2398 La fecundidad es un bien, un don, un fin del matrimonio. Dando la vida, los esposos participan de la paternidad de Dios.

2399 La regulación de la natalidad representa uno de los aspectos de la paternidad y la maternidad responsables. La legitimidad de las intenciones de los esposos no justifica el recurso a medios moralmente reprobables (p. ej. la estirilización directa o la anticoncepción).

2400 El adulterio y el divorcio, la poligamia y la unión libre son ofensas graves a la dignidad del matrimonio.

Artículo 7: El séptimo mandamiento.

2450 «No robarás» (Dt 5,19). «Ni los ladrones, ni los avaros… ni los rapaces heredarán el Reino de Dios» (1Corintios 6,10).

2451 El séptimo mandamiento prescribe la práctica de la justicia y de la caridad en el uso de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de los hombres.

2452 Los bienes de la Creación están destinados a todo el género humano. El derecho a la propiedad privada no anula el destino universal de los bienes.

2453 El séptimo mandamiento prohíbe el robo. El robo es la usurpación del bien ajeno contra la voluntad razonable de su dueño.

2454 Toda manera de tomar y de usar injustamente un bien ajeno es contraria al séptimo mandamiento. La injusticia cometida exige reparación. La justicia conmutativa impone la restitución del bien robado.

2455 La ley moral prohíbe los actos que, con fines mercantiles o totalitarios, llevan a esclavizar a los seres humanos, a comprarlos, venderlos y cambiarlos como si fueran mercaderías.

2456 El dominio, concedido por el Creador, sobre los recursos minerales, vegetales y animales del universo, no puede ser separado del respeto de las obligaciones morales frente a todos los hombres, incluidos los de las generaciones venideras.

2457 Los animales están confiados a la administración del hombre que les debe benevolencia. Pueden servir a la justa satisfacción de las necesidades del hombre.

2458 La Iglesia pronuncia un juicio en materia económica y social cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas. Cuida del bien común temporal de los hombres en razón de su ordenación al supremo Bien, nuestro fin último.

2459 El hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económica y social. El punto decisivo de la cuestión social estriba en que los bienes creados por Dios para todos, lleguen de hecho a todos, según la justicia y con la ayuda de la caridad.

2460 El valor primordial del trabajo atañe al hombre mismo que es su autor y su destinatario. Mediante su trabajo, el hombre participa en la obra de la Creación. Unido a Cristo, el trabajo puede ser redentor.

2461 El desarrollo verdadero es el del hombre en su integridad. Se trata de hacer crecer la capacidad de cada persona a fin de responder a su vocación y, por lo tanto, a la llamada de Dios (cf. CA 29).

2462 La limosna hecha a los pobres es un testimonio de caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios.

2463 En la multitud de seres humanos sin pan, sin techo, sin patria, hay que reconocer a Lázaro, el mendigo hambriento de la parábola (cf. Lc 16,19-31). En dicha multitud hay que oír a Jesús que dice: «Cuanto dejasteis de hacer con uno de éstos, también conmigo dejasteis de hacerlo» (Mateo 25,45).

Artículo 8: El octavo mandamiento.

2504 «No darás falso testimonio contra tu prójimo» (Ex 20,16). Los discípulos de Cristo se han «revestido del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad» (Ef 4,24).

2505 La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse verdadero en sus actos y en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía.

2506 El cristiano no debe «avergonzarse de dar testimonio del Señor» (2 Tm 1,8) en obras y palabras. El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe.

2507 El respeto de la reputación y del honor de las personas prohíbe toda actitud y toda palabra de maledicencia o de calumnia.

2508 La mentira consiste en decir algo falso con intención de engañar al prójimo que tiene derecho a la verdad.

2509 Una falta cometida contra la verdad exige reparación.

2510 La regla de oro ayuda a discernir en las situaciones concretas si conviene o no revelar la verdad a quien la pide.

2511 «El sigilo sacramental es inviolable» (Catecismo de la Iglesia Católica can. 983,1). Los secretos profesionales deben ser guardados. Las confidencias perjudiciales a otros no deben ser divulgadas.

2512 La sociedad tiene derecho a una información fundada en la verdad, la libertad, la justicia. Es preciso imponerse moderación y disciplina en el uso de los medios de comunicación social.

2513 Las bellas artes, sobre todo el arte sacro, «están relacionadas, por su naturaleza, con la infinita belleza divina, que se intenta expresar, de algún modo, en las obras humanas. Y tanto más se consagran a Dios y contribuyen a su alabanza y a su gloria, cuanto más lejos están de todo propósito que no sea colaborar lo más posible con sus obras a dirigir las almas de todos los hombres piadosamente hacia Dios» (Sacerdotalis caelibatus 122).

Artículo 9: El noveno mandamiento.

2528 «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mateo 5,28).

2529 El noveno mandamiento pone en guardia contra el desorden o la concupiscencia de la carne.

2530 La lucha contra la concupiscencia de la carne pasa por la purificación del corazón y por la práctica de la templanza. *

2531 La pureza del corazón nos alcanzará el ver a Dios: nos da desde ahora la capacidad de ver según Dios todas las cosas.

2532 La purificación del corazón es imposible sin la oración, la práctica de la castidad y la pureza de intención y de mirada.

2533 La pureza del corazón requiere el pudor, que es paciencia, modestia y discreción. El pudor preserva la intimidad de la persona.

Artículo 10: El décimo mandamiento.

2551 «Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón» (Mateo 6,21).

2552 El décimo mandamiento prohíbe el deseo desordenado, nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y del poder.

2553 La envidia es la tristeza que se experimenta ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de apropiárselo. Es un pecado capital.

2554 El bautizado combate la envidia mediante la benevolencia, la humildad y el abandono en la providencia de Dios.

2555 Los fieles cristianos «han crucificado la carne con sus pasiones y sus concupiscencias» (Gálatas 5,24); son guiados por el Espíritu y siguen los deseos del Espíritu.

2556 El desprendimiento de las riquezas es necesario para entrar en el Reino de los Cielos. «Bienaventurados los pobres de corazón.»*

2557 El hombre que anhela dice: «Quiero ver a Dios.» La sed de Dios es saciada por el agua de la vida eterna (cf. Juan 4,14). Cuarta parte: La oración cristiana. *

Primera Sección: La oración en la vida cristiana.

Capítulo primero: La revelación de la oración. La llamada universal a la oración.

Artículo 1: En el Antiguo Testamento.

2590 «La oración es la elevación del alma hacia Dios o la petición a Dios de bienes convenientes» (San Juan Damasceno, f. o. 3,24).

2591 Dios llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso con El. La oración acompaña toda la historia de la salvación como una llamada recíproca entre Dios y el hombre.

2592 La oración de Abraham y de Jacob aparece como una lucha de fe vivida en la confianza a la fidelidad de Dios, y en la certeza de la victoria prometida a quienes perseveren.

2593 La oración de Moisés responde a la iniciativa del Dios vivo para la salvación de su Pueblo. Prefigura la oración de intercesión del único Mediador, Cristo Jesús.

2594 La oración del Pueblo de Dios se desarrolla a la sombra de la Morada de Dios, del Arca de la Alianza y del Templo, bajo la guía de los pastores, especialmente del rey David y de los profetas.

2595 Los profetas llaman a la conversión del corazón y, al buscar ardientemente el Rostro de Dios, como hizo Elías, interceden por el pueblo.

2596 Los Salmos constituyen la obra maestra de la oración en el Antiguo Testamento. Presentan dos componentes inseparables: individual y comunitario. Y cuando conmemoran las promesas de Dios ya cumplidas y esperan la venida del Mesías, abarcan todas las dimensiones de la historia.

2597 Rezándolos en referencia a Cristo y viendo su cumplimiento en El, los Salmos son elemento esencial y permanente de la oración de su Iglesia. Se adaptan a los hombres de toda condición y de todo tiempo.

Artículo 2: En la plenitud de los tiempos.

2620 En el Nuevo Testamento el modelo perfecto de oración se encuentra en la oración filial de Jesús. Hecha con frecuencia en la soledad, en lo secreto, la oración de Jesús entraña una adhesión amorosa a la voluntad del Padre hasta la cruz y una absoluta confianza en ser escuchada.

2621 En su enseñanza, Jesús instruye a sus discípulos para que oren con un corazón purificado, una fe viva y perseverante, una audacia filial. Los insta a la vigilancia y los invita a presentar sus peticiones a Dios en su Nombre. El mismo escucha las plegarias que se le dirigen.

2622 La oración de la Virgen María, en su fiat y en su Magnificat, se caracteriza por la ofrenda generosa de todo su ser en la fe.

Artículo 3: En el tiempo de la Iglesia.

2644 El Espíritu Santo que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo, la educa también en la vida de oración, suscitando expresiones que se renuevan dentro de unas formas permanentes de orar: bendición, petición, intercesión, acción de gracias y alabanza.

2645 Gracias a que Dios lo bendice, el hombre en su corazón puede bendecir, a su vez, a Aquel que es la fuente de toda bendición.

2646 La oración de petición tiene por objeto el perdón, la búsqueda del Reino y cualquier necesidad verdadera.

2647 La oración de intercesión consiste en una petición en favor de otro. No conoce fronteras y se extiende hasta los enemigos.

2648 Toda alegría y toda pena, todo acontecimiento y toda necesidad pueden ser motivo de oración de acción de gracias, la cual, participando de la de Cristo, debe llenar la vida entera: «En todo dad gracias» (1 Ts 5,18).

2649 La oración de alabanza, totalmente desinteresada, se dirige a Dios; canta para El y le da gloria no sólo por lo que ha hecho sino porque El es.

Capítulo segundo: La tradición de la oración.

Artículo 1: Las fuentes de la oración.

2661 Mediante una transmisión viva -la Sagrada Tradición-, el Espíritu Santo, en la Iglesia, enseña a orar a los hijos de Dios.

2662 La Palabra de Dios, la Liturgia de la Iglesia y las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad son fuentes de la oración.

Artículo 2: El camino de la oración.

2680 La oración está dirigida principalmente al Padre; igualmente se dirige a Jesús, en especial por la invocación de su santo Nombre: «Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ¡ten piedad de nosotros, pecadores!»*

2681 «Nadie puede decir: `Jesús es Señor’, sino por influjo del Espíritu Santo» (1Corintios 12,3). La Iglesia nos invita a invocar al Espíritu Santo como Maestro interior de la oración cristiana.

2682 En virtud de su cooperación singular con la acción del Espíritu Santo, la Iglesia ora también en comunión con la Virgen María para ensalzar con ella las maravillas que Dios ha realizado en ella y para confiarle súplicas y alabanzas.

Artículo 3: Maestros y lugares de oración.

2692 En su oración, la Iglesia peregrina se asocia con la de los santos cuya intercesión solicita.

2693 Las diferentes espiritualidades cristianas participan en la tradición viva de la oración y son guías preciosas para la vida espiritual.

2694 La familia cristiana es el primer lugar de educación para la oración.

2695 Los ministros ordenados, la vida consagrada, la catequesis, los grupos de oración, la «dirección espiritual» aseguran en la Iglesia una ayuda para la oración.

2696 Los lugares más favorables para la oración son el oratorio personal o familiar, los monasterios, los santuarios de peregrinación y, sobre todo, el templo que es el lugar propio de la oración litúrgica para la comunidad parroquial y el lugar privilegiado de la adoración eucarística.

Capítulo tercero: La vida de oración.

Artículo 1: Las expresiones de la oración.

2720 La Iglesia invita a los fieles a una oración regulada: oraciones diarias, Liturgia de las Horas, eucaristía dominical, fiestas del año litúrgico.

2721 La tradición cristiana contiene tres importantes expresiones de la vida de oración: la oración vocal, la meditación y la oración contemplativa. Las tres tienen en común el recogimiento del corazón.

2722 La oración vocal, fundada en la unión del cuerpo con el espíritu en la naturaleza humana, asocia el cuerpo a la oración interior del corazón a ejemplo de Cristo que ora a su Padre y enseña el «padrenuestro» a sus discípulos.

2723 La meditación es una búsqueda orante, que hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción, el deseo. Tiene por objeto la apropiación creyente de la realidad considerada, que es confrontada con la realidad de nuestra vida.

2724 La oración contemplativa es la expresión sencilla del misterio de la oración. Es una mirada de fe, fijada en Jesús, una escucha de la Palabra de Dios, un silencioso amor. Realiza la unión con la oración de Cristo en la medida en que nos hace participar de su misterio.

Artículo 2: El combate de la oración.

2752 La oración supone un esfuerzo y una lucha contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador. El combate de la oración es inseparable del «combate espiritual» necesario para actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo: se ora como se vive porque se vive como se ora.

2753 En el combate de la oración debemos hacer frente a concepciones erróneas, a diversas corrientes de mentalidad, a la experiencia de nuestros fracasos. A estas tentaciones que ponen en duda la utilidad o la posibilidad misma de la oración, conviene responder con humildad, confianza y perseverancia.

2754 Las dificultades principales en el ejercicio de la oración son la distracción y la sequedad. El remedio está en la fe, la conversión y la vigilancia del corazón.

2755 Dos tentaciones frecuentes amenazan la oración: la falta de fe y la acedia que es una forma de depresión o pereza debida al relajamiento de la ascesis y que lleva al desaliento.

2756 La confianza filial se pone a prueba cuando tenemos el sentimiento de no ser siempre escuchados. El Evangelio nos invita a conformar nuestra oración al deseo del Espíritu.

2757 «Orad continuamente» (1 Ts 5,17). Orar es siempre posible. Es incluso una necesidad vital. Oración y vida cristiana son inseparables.

2758 La oración de la «Hora de Jesús», llamada con razón «oración sacerdotal» (cf. Juan 17), recapitula toda la economía de la Creación y de la salvación. Inspira las grandes peticiones del «padrenuestro».

Segunda Sección: La oración del Señor: «Padre nuestro».

Artículo 1: «Resumen de todo el Evangelio».

2773 En respuesta a la petición de sus discípulos («Señor, enséñanos a orar»: Lc 11,1), Jesús les entrega la oración cristiana fundamental, el «padrenuestro».

2774 La oración dominical es, en verdad, el resumen de todo el Evangelio» (Tertuliano, or. 1), «la más perfecta de las oraciones» (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica 2-2,83,9). Es el corazón de las Sagradas Escrituras.

2775 Se llama «Oración dominical» porque nos viene del Señor Jesús, Maestro y modelo de nuestra oración.

2776 La oración dominical es la oración por excelencia de la Iglesia. Forma parte integrante de las principales Horas del Oficio divino y de la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana: bautismo, confirmación y eucaristía. Inserta en la eucaristía, manifiesta el carácter «escatológico» de sus peticiones, en la esperanza del Señor, «hasta que venga» (1Corintios 11,26).

Artículo 2: «Padre nuestro que estás en el cielo».

2797 La confianza sencilla y fiel, y la seguridad humilde y alegre son las disposiciones propias del que reza el «padrenuestro».

2798 Podemos invocar a Dios como «Padre» porque nos lo ha revelado el Hijo de Dios hecho hombre, en quien, por el bautismo, somos incorporados y adoptados como hijos de Dios.

2799 La oración del Señor nos pone en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Al mismo tiempo, nos revela a nosotros mismos (cf. Gaudium et Spes 22,1).

2800 Orar al Padre debe hacer crecer en nosotros la voluntad de asemejarnos a El, así como debe fortalecer un corazón humilde y confiado.

2801 Al decir Padre «nuestro», invocamos la nueva Alianza en Jesucristo, la comunión con la Santísima Trinidad y la caridad divina que se extiende por medio de la Iglesia a lo largo del mundo.

2802 «Que estás en el Cielo» no designa un lugar, sino la majestad de Dios y su presencia en el corazón de los justos. El Cielo, la Casa del Padre, constituye la verdadera patria hacia donde tendemos y a la que ya pertenecemos.

Artículo 3: Las siete peticiones.

2857 En el padrenuestro, las tres primeras peticiones tienen por objeto la Gloria del Padre: la santificación del nombre, la venida del Reino y el cumplimiento de la voluntad divina. Las otras cuatro presentan al Padre nuestros deseos: estas peticiones conciernen a nuestra vida para alimentarla o para curarla del pecado y se refieren a nuestro combate por la victoria del Bien sobre el Mal.

2858 Al pedir: «Santificado sea tu Nombre» entramos en el plan de Dios, la santificación de su Nombre -revelado a Moisés, después en Jesús- por nosotros y en nosotros, lo mismo que en toda nación y en cada hombre.

2859 En la segunda petición, la Iglesia tiene principalmente a la vista el retorno de Cristo y la venida final del Reino de Dios. También ora por el crecimiento del Reino de Dios en el «hoy» de nuestras vidas.

2860 En la tercera petición, rogamos al Padre que una nuestra voluntad a la de * su Hijo para realizar su plan de salvación en la vida del mundo.

2861 En la cuarta petición, al decir «danos», expresamos, en comunión con nuestros hermanos, nuestra confianza filial en nuestro Padre del Cielo. «Nuestro pan» designa el alimento terrenal necesario para la subsistencia de todos y significa también el Pan de Vida: Palabra de Dios y Cuerpo de Cristo. Se recibe en el «hoy» de Dios, como el alimento indispensable, lo más esencial del Festín del Reino que anticipa la eucaristía.

2862 La quinta petición implora para nuestras ofensas la misericordia de Dios, la cual no puede penetrar en nuestro corazón si no hemos sabido perdonar a nuestros enemigos, a ejemplo y con la ayuda de Cristo.

2863 Al decir: «No nos dejes caer en la tentación», pedimos a Dios que no nos permita tomar el camino que conduce al pecado. Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza; solicita la gracia de la vigilancia y la perseverancia final.

2864 En la última petición, «y líbranos del mal», el cristiano pide a Dios con la Iglesia que manifieste la victoria, ya conquistada por Cristo, sobre el «príncipe de este mundo», sobre Satanás, el ángel que se opone personalmente a * Dios y a su plan de salvación.

2865 Con el «Amén» final expresamos nuestro «fiat» respecto a las siete peticiones: «Así sea.»*

Padre nuestro, que estás en el Cielo,
santificado sea tu nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;* perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén.