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Robert Royal

Grandes vientos, i venti russi (“los vientos rusos”), soplaron en Roma el último día de la cumbre sobre la protección de los menores. Los vientos derribaron ramas y árboles, matando a varias personas. Muchos católicos de todo el mundo, a juicio de mis corresponsales, también esperaban que grandes vientos o llamas de fuego del Espíritu Santo barrieran el Vaticano a la manera del Antiguo Testamento y  se llevaran a los colaboradores y a los prelados corruptos que nos dieron a Theodore McCarrick y sus socios. Pero Dios no envió tales manifestaciones extraordinarias al rescate. Y aunque las posibilidades de reforma ahora existen, son modestas y, aun así, fundamentalmente inadecuadas para enfrentar algunos hechos concretos.

La reforma del tipo que necesitamos, por más ira y frustración que sintamos mientras tanto, será un proyecto a largo plazo en el que todos tendremos que asumir nuevas responsabilidades. Más razones para no dejarse arrastrar por las emociones, sino para mantener una presión específica y razonable sobre Roma y sobre cualquier otro lugar de la Iglesia donde sea necesario. Nos han dicho que se avecinan procedimientos, investigaciones y documentos más sólidos, tal vez incluso se publiquen los archivos sobre McCarrick. Pero sabemos lo fácil que es que estas cosas den la impresión de acción sin hacer nada. Se necesita un escrutinio agudo en los próximos años. Los sacerdotes y los laicos han tenido éxito en la reforma de Roma en el pasado, y podemos hacerlo de nuevo si nos esforzamos.

Pero primero, un sincero recuento de los últimos días.

La cumbre sufrió debilidades auto-infligidas desde el principio. Identificar al principal culpable como “abuso de poder”, es decir, el clericalismo, fue adoptar una comprensión marxista de un mundo como constituido principalmente por relaciones de poder.

Sin embargo, también es uno de los resultados lógicos de la manipulación ideológica llevada a cabo anteriormente por los promotores de la revolución sexual. Durante décadas, nos dijeron que la violación no tiene que ver con el sexo sino con el poder (para ellos, el sexo en sí mismo siempre debe ser defendido).

Así si un sacerdote golpea a una persona joven, eso es violencia y abuso de poder. Cuando viola a un joven, es violencia y abuso de poder, pero también lujuria, orgullo y todo el conjunto de pecados mortales. Ya hay poca evidencia de que se puedan usar estas categorías si pensamos como católicos, mucho menos aun en la Iglesia.

El Papa pronunció un discurso de clausura el domingo. Cada católico debería leerlo cuidadosamente. (Ver aquí) La primera mitad describe el abuso infantil de varios tipos, no en la Iglesia, sino en términos globales. A su modo, lo que dijo era cierto: la mayoría de los abusos se producen en las familias, así como en las escuelas, las organizaciones deportivas, etc. Y, sí, hay niños soldados, niños que trabajan en la esclavitud virtual, niños refugiados, niños explotados en línea y en el turismo sexual, como él dice, la lista sigue y sigue.

Pero esto de nuevo cambia el enfoque: esta vez de la Iglesia a un “problema global”. Usando una perspectiva sociológica el Papa Francisco citó informes de la Organización Mundial de la Salud y otros grupos. Pero ya tenemos a la OMS y muchas instituciones que trabajan en esos problemas.

La Iglesia tiene bastante que hacer ahora mismo para vigilarse.

¿No había nadie que le dijera al Papa Francisco que su enfoque, en este momento específico, da la impresión, no de la precisión y conciencia de la Iglesia sobre el estado del mundo, sino de que él y los que lo rodean no están lo suficientemente centrados en sí mismos? ¿Responsabilidades? ¿Y que hay de no estar en condiciones de liderar una cruzada global cuando ni siquiera ha limpiado su propia casa? ¿O que los católicos más fervientes prestan atención a lo que él dice, no son tontos, y saben identificar una maniobra de distracción cuando la ven?

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El Papa destacó ocho puntos. Olvida los puntos 7 y 8: turismo sexual y sexo digital. Ambos malos, seguramente, pero fuera del áarea de acción de la Iglesia.

¿Qué hay de los otros seis? Aquí hay extractos de los dos primeros:

La protección de los niños. El objetivo principal de cada medida debe ser proteger a los pequeños y evitar que sean víctimas de cualquier forma de abuso psicológico y físico. En consecuencia, se necesita un cambio de mentalidad para combatir un enfoque defensivo y reactivo para proteger a la institución y perseguir, de todo corazón y con decisión, el bien de la comunidad, dando prioridad a las víctimas de abuso en todos los sentidos. [Énfasis añadido.]

Seriedad impecable. Aquí reafirmaría que “la Iglesia no escatimará esfuerzos para hacer todo lo necesario para llevar ante la justicia a quienesquiera hayan cometido tales crímenes. La Iglesia nunca buscará silenciar o dejará de tomar en serio ningún caso.” [Énfasis en el original]

De acuerdo, cambia de actitud y haz que todos sean responsables. Pero el Papa mismo tiene al menos dos o tres casos bien documentados pendientes (el obispo Zanchetta y la escuela para sordos en Argentina, además de preguntas sobre McCarrick y otros miembros de mayor jerarquía) en los que él no actuó cuando le tocaba atender a tales abusos.

El arzobispo Viganò, en mi opinión, fue demasiado lejos en algunas cosas, pero llamó al Papa a dar un buen ejemplo al admitir sus propios errores. Eso establecería una norma y mostraría qué se refería a lo que decía en los pasajes anteriores.

El Papa Francisco admitió que “fue parte del problema” en el fiasco de Chile el año pasado. Si ahora tomara esto seriamente (del punto 3), podría ser útil: “La auto-acusación es el comienzo de la sabiduría y está ligada al temor santo de Dios: aprender a acusarnos a nosotros mismos, como individuos, como instituciones, como una sociedad. Porque no debemos caer en la trampa de culpar a los demás, que es un paso hacia la “coartada” que nos separa de la realidad.”

Los otros puntos son las promesas habituales de mejor formación en los seminarios, un mayor fortalecimiento de las directrices en las conferencias de obispos y el “acompañamiento” de las víctimas. No hay nada malo allí, pero tampoco es una afirmación que haga temblar la tierra.

Y hay un gran tema que se deja sin mencionar.

El Papa Francisco ha hablado enérgicamente en el pasado sobre el problema de la homosexualidad en el clero. Incluso ha llegado al extremo de sugerir que si existe la menor sospecha de que los seminaristas tienen tendencias homosexuales ingobernables, los obispos no deben ordenarlos (lo que sorprendió a las facciones que antes pensaban que él era un amigo).

Entonces, ¿se trataba de lidiar con la verdad del problema actual dentro de la Iglesia, sin ni siquiera mencionar el elemento de la depredación homosexual? Para evitar el problema mayor, si vamos a citar estadísticas, y al concentrarnos en los “menores” pareciera que el problema es el abuso de niños pequeños y no básicamente hacer una limpieza de todos los homosexuales.

¿Y no es innegable en este punto que hubo y hay redes de orientación homosexual de encubrimiento mutuo, especialmente en Roma, incluso en los niveles más altos?

El Vaticano podría haber hecho algo para recuperar la confianza la semana pasada y restaurar un grado de confianza en los líderes de la Iglesia en todo el mundo. Como mencioné aquí antes, creo que hay algunas reformas en juego y una ligera apertura para los obispos de varias naciones que quieren hacer lo correcto. Pero la cumbre no enfrentó los problemas más dolorosos. Y, por lo tanto, hay muchos católicos en duda sobre si los líderes de la Iglesia están dispuestos a aplicar las medidas aún más dolorosas que se necesitan para alcanzar soluciones reales.

Publicado previamente en inglés en The Catholic Thing.