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Raymond de Souza

En nuestros días de ecumenismo desenfrenado, cuando la unidad y el ser ‘amable’ con todos son más importantes que la verdad y la ortodoxia, muchos católicos excluyen la afirmación de que el pueblo judío perdió su elección, y que el Antiguo Testamento ha sido reemplazado por el Nuevo, hasta el punto de que esos católicos celebran las fiestas judías y afirman que los judíos no necesitan convertirse a Jesucristo.

‘Los planes de Dios son inmutables’, dicen. ‘La elección de Dios está aquí para quedarse; ¿quiénes somos nosotros para decir lo contrario?’, dicen. ‘Los judíos son el pueblo elegido de Dios, y esto es un hecho’, dicen. Olvidan que Dios es el Señor, y que Él ha establecido una Nueva Alianza en la Sangre de Su Hijo. Porque o bien Jesús era el Mesías, o no lo era. Él no podía ser el Mesías para nosotros y no serlo para los judíos.

La propia Historia Sagrada de Israel, tal como está registrada en los libros del Antiguo Testamento, atestigua el hecho de que Dios ha quitado la elección de uno para darla a otro, a causa de la infidelidad del primero. Caín era el primogénito, pero a causa del asesinato de Abel fue desterrado y Set heredó su misión. Esaú era el primogénito, pero Jacob recibió la bendición. Saúl fue el primer rey de Israel, pero David fue quien reinó en nombre de Dios. Análogamente, la religión judía fue el primogénito de Dios, pero la Iglesia Católica, fundada por Jesucristo, es el Reino de Dios en la tierra [en germen].

Incluso en tiempos de Jesús, no había unidad entre los judíos. Ellos no tenían un Magisterio, como tenemos en la Iglesia, un punto de referencia para las definiciones doctrinales y morales, sino que estaban divididos en varias sectas: fariseos, saduceos, escribas, zelotes, esenios, herodianos; y por supuesto estaban también los pragmáticos publicanos, quienes no eran una secta propiamente dicha –no se molestaban por los títulos– sino que eran judíos de mentalidad práctica que trabajaban para los romanos como recolectores de impuestos.

Los herodianos eran aquellos judíos oportunistas que apoyaban la pretensión de Herodes al trono de Judá. Ellos –bastante naturalmente– eran despreciados por todos porque Herodes no era judío, mucho menos de la familia de David. Herodes el Grande era un aristócrata de Idumea, puesto por los romanos como un rey títere. Los herodianos eran moralmente corruptos, no eran muchos en número, y eran los aduladores del rey corrupto [el tetrarca Herodes Antipas] que hizo asesinar a San Juan Bautista y tuvo la insolencia de pedir a Jesús que hiciera un ‘pequeño milagro’ para que él lo viera, como si Nuestro Señor fuera un mago callejero. Jesús ni siquiera le dirigió una sola palabra, sino que permaneció en silencio todo el tiempo que estuvo en su presencia. Él puso en práctica Su propia exhortación del Sermón de la Montaña, cuando dijo: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos.”[1]

En la parábola de los obreros malvados de la viña, Jesús los comparó con los judíos de Su tiempo, y profetizó: “Por tanto os digo que el reino de Dios os será quitado y dado a un pueblo que produzca sus frutos.”[2] Y sucedió, como incluso el profeta Malaquías había profetizado que llegaría un día en que los sacrificios aceptables serían ofrecidos a Dios en todas partes del mundo por los gentiles, no los judíos: “Pero desde la salida del sol hasta su ocaso, mi Nombre es grande entre las naciones [gentiles] y en todo lugar se presenta a mi Nombre un sacrificio de incienso y una ofrenda pura; porque mi Nombre es grande entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos.”[3] Ésa fue la profecía acerca de la celebración diaria del Santo Sacrificio de la Misa, tal como la interpretaron los primeros cristianos; y también nosotros.

Es importante conocer la atmósfera religiosa del tiempo de Jesús, para que podamos entender mejor a quiénes se enfrentó Él en el judaísmo. Comenzando con los fariseos, ellos eran los que decían ser los fieles, los ‘separados’, que supuestamente seguían cada aspecto menor de la Ley de Moisés –más las enseñanzas de sus rabinos, haciendo la vida casi imposible a la gente común. ¡Ellos añadieron mandamiento sobre mandamiento, sobre cada tema que podrías imaginar, pero ellos mismos no los observaban! Por eso Jesús los llamó públicamente ‘hipócritas’ y dijo a la gente que siguiera sus instrucciones, porque ellos tenían la autoridad de la ‘Cátedra de Moisés’, pero no debían imitarlos.[4]

Ellos habían colocado sus ‘tradiciones orales’ rabínicas en el mismo nivel –si no por encima a veces– que la misma Ley natural y la Ley de Moisés, y Jesús denunció sus enseñanzas erróneas, dado que socavaban la misma Ley que supuestamente debían observar.[5] Ellos honraban a Dios con sus labios, pero sus corazones estaban lejos de Él.

Los saduceos eran una secta de judíos aristocráticos y ricos de mentalidad práctica que tenían autoridad sobre el Templo, se oponían a las políticas de los fariseos y sostenían opiniones heréticas; como por ejemplo, ellos no creían en la existencia de los ángeles, en la resurrección, en la inmortalidad del alma, y en la vida después de la muerte. Ellos aceptaban convenientemente los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, el Pentateuco, y centraban su atención en la riqueza material que podían obtener del Templo y de su amistad con las autoridades. No eran idólatras, no adoraban al becerro de oro, sino sólo al oro del becerro…

Los famosos escribas, a quienes Jesús también condenó públicamente (“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas…!”[6]) eran maestros de la Ley, y estaban divididos entre los seguidores de los fariseos y de los saduceos, dependiendo de sus preferencias. Fueron algo así como los precursores de la Sola Scriptura, quienes interpretaban la Ley como mejor les parecía.

Los zelotes fueron los precursores de la teología de la liberación, quienes querían usar el fuego y la espada para expulsar a los romanos de la Tierra Santa y establecer el Reino de Dios por la fuerza. Algunas fuentes mencionan a San Simón Apóstol como uno de ellos. Los zelotes fueron los responsables de la última guerra de los judíos, cuando se opusieron a la dominación romana y sufrieron su derrota más grande y definitiva, cuando los ejércitos de Tito destruyeron el Templo de Jerusalén en el año 70 DC.

Estaban también los esenios, no mencionados en la Biblia. Eran una clase de secta monástica estricta, muy organizada y disciplinada. Parece que San Juan Bautista vivió con ellos en el desierto antes de su misión pública. La gente común, en general, era guiada por los fariseos, pero temía sus procedimientos severos y sus tradiciones difíciles de observar.

Es interesante notar que en la actual crisis de fe en la Iglesia se puede encontrar fuertes semejanzas con los fariseos autoritarios, los saduceos doctrinalmente selectivos, los zelotes pro-teología de la liberación y los escribas adaptables. La historia se repite a sí misma.[7]


[1] Mateo 7:6.

[2] Mateo 21:43.

[3] Malaquías 1:11.

[4] Cf. Mateo 23:1-3.

[5] Cf. Mateo 15:19.

[6] Mateo 23:13.14.15.23.25.27.29.

[7] Raymond de Souza, KM está disponible para hablar en eventos católicos en cualquier lugar del mundo libre en inglés, español, francés y portugués. Por favor envíe un email a SacredHeartMedia@Outlook.com o visite www.RaymonddeSouza.com o llame por teléfono a +1-507-450-4196 en los Estados Unidos.