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Néstor Martínez Valls

Basado en una recensión publicada por el autor en Soleriana, revista del Instituto Teológico del Uruguay “Monseñor Mariano Soler”, nro. 11, Vol. XXIV, (1999), pp. 180-184. Étienne Gilson, El Realismo Metódico,(Le Réalisme Méthodique), Ediciones Encuentro, Madrid, 1997, 191 páginas. Edición bilingüe francés-español. Introducción de Edualdo Forment. Traducción de Valentín García Yebra.

Ediciones Encuentro reedita esta obra clásica de Étienne Gilson, en la cual el ilustre filósofo e historiador de la filosofía medieval reacciona críticamente contra una tendencia neoescolástica consistente en establecer un cierto compromiso entre el realismo gnoseológico de Santo Tomás de Aquino y el idealismo criticista propio de la filosofía post-cartesiana.

Es conocida la oposición insalvable y radical entre el realismo tomista, que parte de la existencia real de las cosas dada en la evidencia natural, y por tanto, del hecho del conocimiento como captación, por parte de un sujeto, de la realidad misma de las cosas existentes fuera e independientemente del sujeto, y el idealismo de origen cartesiano, que parte del pensamiento, al cual se postula (arbitraria y voluntarísticamente) separado inicialmente del ser, para entonces concebir el conocimiento como actividad generadora de un objeto puramente inmanente y en todo dependiente del sujeto.

Dada esta situación, algunos neoscolásticos, notablemente el Card. Mercier y Mons. Noël, de Lovaina, que Gilson analiza en esta obra, intentaron una especie de mediación entre ambas doctrinas, consistente en tomar la postura idealista, no como doctrina, sino como método para establecer el realismo.

Tomando como punto de partida la duda cartesiana y su consecuente “puesta entre paréntesis” de la realidad del mundo exterior (prójimo incluido) intentaron desde allí dar una demostración de dicha realidad.

Mientras que el realismo del Card. Mercier es calificado como “mediato”, por cuanto admite explícitamente la necesidad de una prueba de tipo inferencial para pasar de nuestra representación del mundo a la realidad “en sí” del mismo, el del Mons. Noël es calificado de “inmediato”, porque rechaza todo “ilacionismo” y no pretende hacer un pasaje demostrativo de una existencia subjetiva a otra existencia objetiva, sino que entiende mostrar el lado objetivo, real, de la misma existencia mundana, considerada inicialmente sólo como aprehendida por nosotros.

La discusión se complica porque además Mons. Noël defiende que el realismo del Card. Mercier también es un realismo “inmediato” como el suyo.

La tarea de Gilson aquí es triple:

1) Mostrar que efectivamente el realismo del Card. Mercier es un realismo “mediato” del mismo tipo del de Descartes

2) Hacer la crítica de ambos autores

3) De un modo más general, hacer la crítica del idealismo y el “realismo crítico”, y exponer la naturaleza del auténtico realismo tomista.

En cuanto al segundo punto, para mostrar la imposibilidad del “realismo mediato”, Gilson se vale de la misma célebre imagen de Mons. Nöel, con la cual éste ilustraba el famoso falso problema idealista del “puente” entre el pensamiento y la realidad: “…de un gancho pintado sobre una pared, no se puede colgar más que una cadena igualmente pintada sobre la pared” (p. 47). Ninguna operación raciocinativa que opere sobre un “capital” de meras representaciones carentes de alcance ontológico podrá arrojar saldo ontológico alguno. Gilson defiende con insistencia que el ser sólo puede y debe ser un punto de partida, y no de llegada, de la filosofía.

Por lo mismo rechaza también la postura de Mons. Noël, pues lo que es dado incialmente no es el ser “en cuanto aprehendido”, sino el ser en cuanto existente en sí, independientemente de nuestra aprehensión; y si se lo considera inicialmente sólo “en cuanto aprehendido”, se está haciendo pie en una existencia puramente subjetiva que vuelve de nuevo a plantear el insoluble y ficticio problema del “puente”.

Generalizando, Gilson afirma que la noción de “realismo crítico” es contradictoria, igual que la de “círculo cuadrado”, pues entiende la “crítica” siempre en el sentido idealista de encontrar en el sujeto la condición de posibilidad del objeto, que según él, es el único sentido que tiene dicha expresión. Aquí difere de Jacques Maritain, que entiende lo “crítico” en un sentido más amplio, compatible según él con el realismo, y por tanto, defiende la necesidad de un “realismo crítico”. En el fondo de la cuestión están ambos de acuerdo.

Por lo que toca al idealismo, es notable en esta obra la refutación del “principio de inmanencia”, que entiende como un axioma que la realidad en sí de las cosas es inalcanzable, porque no se puede conocer nada que no esté en relación con el conocimiento. Gilson responde que efectivamente así es, pero que justamente la relación de las cosas con el conocimiento consiste en ser captadas por éste tal como son en sí mismas. Es decir, que el “principio de inmanencia” sólo se convierte en un axioma del idealismo sobre la base de la noción idealista del conocimiento.

Ante tales resultados, la conclusión de Gilson es que el realismo tomista no puede ser un realismo doctrinal basado en un idealismo metódico o metodológico; sino precisamente, como indica el título, un “realismo metódico”, es decir, una filosofía que toma como punto de partida el ser de las cosas dado en la evidencia natural.

En efecto:

1) así lo exige la evidencia

2) no hay razón para entrar en el otro camino, el que parte del pensamiento

3) la historia de la filosofía moderna muestra que el idealismo lleva necesariamente a la disolución de la filosofía

4) las discusiones precedentes muestran la improcedencia del “idealismo metódico” como pórtico al realismo. O sea, suficientes razones como para hablar como Maritain de un “realismo crítico”.

La obra termina con el célebre “Vademecum del realista principiante”, en forma de 30 puntos brevemente expuestos, que recomendamos vivamente a todos aquellos que quieran tener ideas claras sobre este tema fundamental de la filosofía del conocimiento y del saber humano en general.

Este libro nos parece un ejemplo eximio de cómo en filosofía es con mucho preferible plantear con nitidez y valentía las discrepancias, sin merma de la cortesía y la caridad, que ensayar conciliaciones diplomáticas allí donde se ha llegado a una de las grandes y eternas disyuntivas del pensamiento humano. Pero eso hay que saber verlo.

Es sabido que después del Card. Mercier y de Mons. Noël, y a pesar de argumentaciones tan definitivas como las de Gilson, Maritain, y otros, se renovaron los intentos de encontrar el realismo tomista partiendo del inmanentismo moderno. El P. Joseph Marechal, S.J. intentó “tomistizar” a Kant en “El punto de partida de la metafísica”, y su intento fue recogido por el P. Karl Rahner, S.J., en el contexto además del diálogo con Heidegger, en “Espíritu en el mundo” y en “Oyente de la palabra”. En nuestra opinión, tal “tomismo trascendental” es uno de los responsables de la creación en teología de un clima filosófico afectado de subjetivismo, que en algunos casos ha llevado a posturas cercanas al fideísmo y/o el relativismo. En ese sentido, el libro de Gilson puede ser una ayuda eficaz para clarificar las opciones filosóficas en este momento cultural signado en buena medida por el descrédito de la razón.