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Miguel Antonio Barriola

Lucas 5, 1-11

I· Nuevos horizontes en el mundo y la Patria

Los obispos, pastores y padres de los católicos que habitamos en la Argentina, acaban de ofrecernos una “Actualización” de las Líneas Pastorales para la Nueva Evangelización, que vieron la luz por primer vez en 1990.

Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde entonces, en el mundo, en la Argentina, en la Iglesia universal y en la local.

Por eso, poniendo los pies en la tierra, que es la dura y penosa “situación crítica del país”, no menos quieren sentirse unidos al Pastor universal, el Papa Juan Pablo II, quien, después de los grandes acontecimientos jubilares del año 2000, propuso su proyecto de trabajo para una nueva etapa de la evangelización mundial, en su Carta Apostólica: ”Novo Millenio ineunte” (2001).

Anunciaba concretamente: “Al comienzo del nuevo milenio…resuenan en nuestro corazón las palabras con las que Jesús…invitó al apóstol (Simón) a ‘remar mar adentro’ para pescar: ‘Duc in altum’ (Lucas 5, 4)” (Novo Millennio Ineunte, 1).

Ante los desafíos muy particulares, que surgen en nuestro país, habrá que pensar en estrategias pastorales adaptadas, pero nunca divergentes de la unidad total de la Iglesia. Por eso nuestros pastores, inspirándose en el arrojo evangélico del Pontífice, hacen suyo “el llamado del Papa a navegar mar a dentro en el océano inmenso del nuevo milenio y a señalar las etapas del camino futuro, no nos deja dudas acerca de la oportunidad de dar renovado impulso a la Nueva Evangelización”(Conferencia Episcopal Argentina, Navega mar adentro, 1).

Será oportuno y provechoso, que remontándonos a la fuente de tal impulso, consideremos con algún detenimiento aquella escena antigua y de siglos remotos, pero que conserva su lozanía inspiradora también para nuestros tiempos convulsionados.

II· Algunas premisas

1· Los evangelistas no son cronistas

Al entregar por escrito lo fundamental que se vivía en la predicación de la Iglesia primera, Mateo, Marcos, Lucas y Juan no pretendieron redactar los anales precisos y detallados de los sucesos, que estaban en la base de su fe. No tuvieron la preocupación de registrar con un grabador o filmadora las más mínimas circunstancias de lo que proclamaban.

Por otro lado, es lo que nos pasa también a nosotros normalmente. Cuando alguien anuncia: “Me saqué la lotería”, no se detiene a precisar: “Fui a la agencia de la calle tal, era por la tarde, elegí este número, etc.” La noticia principal acapara la atención y se borran particularidades accesorias.

Tal era el “euangélion”, la “buena noticia” de los Apóstoles, que recogen en sus escritos los evangelistas.

Así, por ej., la “expulsión de los mercaderes del templo” es situada por los tres primeros evangelistas al final de la vida de Jesús, después de la solemne entrada a Jerusalén, antes de su muerte (Marcos 11, 15-19 y paralelos). Juan, en cambio, coloca el suceso al comienzo mismo de la vida pública de Jesús en la capital de la Judea (Juan 2, 13-22). El Cuarto Evangelio recoge el hecho histórico, pero ubicándolo al principio, quiere destacar la novedad de Jesucristo (su cuerpo muerto y resucitado es el verdadero templo: Juan 2, 19-21), formando un díptico con la adhesión de sus discípulos a su palabra, que ya había comenzado con el signo de Caná (Juan 2, 11 y aquí: v. 22).

2· Iluminación del conjunto

La aclaración anterior sirve para situarnos en nuestra escena. Se trata de un primer paso de Jesús, hacia la constitución del grupo de sus colaboradores más íntimos: los Doce.

Marcos 1, 16 – 20 traslada casi los mismos elementos de nuestro pasaje a los inicios mismos de la actividad de Jesús en Cafarnaún: antes que nada, elige a cuatro de sus ayudantes: Simón, su hermano Andrés y otros dos hermanos: Juan y Santiago, hijos de Zebedeo. Más adelante ampliará el grupo con el llamado formal de los Doce: Marcos 3, 13 – 19.

Juan 1, 35-57, por su parte, sitúa a dos discípulos de Juan Bautista, que son orientados por el profeta hacia Jesús. Estos van convocando a otros y así los primeros contactos de Pedro y los allí referidos tienen lugar, no en Galilea (donde se encuentra el lago de Genesareth y se explica la actividad pesquera de los primeros llamados, según los otros tres evangelistas), sino en Judea, lugar de acción del Bautista.

No tiene por qué extrañarnos la diferencia de estructura y acentuación entre los Sinópticos y el Cuarto Evangelio. Juan es hombre de síntesis. Desde el comienzo de su catequesis se complace en simplificar y condensar estos encuentros, que en realidad, fueron más complejos. Pero Juan no se preocupó por referir otros pasos previos en la vocación y misión de los discípulos.

Algo análogo pasa entre Marcos y Lucas. El tercer evangelista es el único que ha comenzado su escrito con un prólogo (Lucas 1, 1-4), donde señala el objetivo que se ha propuesto. Quiere “escribir un relato ordenado… después de haberse informado cuidadosamente” (Lucas 1, 3). O sea, concibe su labor con un cuidado especial por las aclaraciones históricas.

Por eso, lo que Marcos propone globalmente (Marcos 1, 16-20), situando la vocación de los primeros discípulos, antes de la curación de la suegra de Pedro (vv.29-31), Lucas lo desglosa, para mostrar mayor verosimilitud en la elección y reacciones de los convocados por Jesús. En Lucas 4, 38, Jesús, actuando todavía solo, devuelve la salud a la suegra de Pedro. Este, por lo tanto, ya lo conoce antes de la escena de su primer llamado, que expondrá en el pasaje que ahora nos ocupa.

3· Otro problema: comparación con Juan 21

Según muchos intérpretes, el episodio de la pesca prodigiosa en Lucas 5, 1-11 no es más que un “doble” de otra pesca, que sucedió en realidad después de la resurrección de Cristo. De ella da cuenta el capítulo final de Juan.

Tales autores sostienen que se trataría de un único acontecimiento, que Lucas trasladaría a la vida pública de Jesús.

Piensan, en efecto, que se dan muchas coincidencias, que apoyarían esta identidad. Así:

  • En ambos casos se pasa toda la noche sin pescar nada.
  • Jesús invita a echar las redes.
  • Resulta una pesca extraordinaria.
  • La reacción de Pedro es notoria en ambas situaciones.
  • Da a Jesús el título de “Señor”.
  • Jesús invita a Pedro a su seguimiento.

Pero, no hay que dejar de señalar también las diferencias:

  • En Juan, Jesús no es reconocido al comienzo.
  • Jesús actúa desde la orilla en Juan. Según Lucas, desde la barca.
  • Pedro suplica: “Aléjate…”, en Lucas. El apóstol se echa al mar para unirse con Jesús, según Juan.
  • La red está por romperse en Lucas. Queda intacta para Juan.
  • En Juan la pesca sucede cerca de la orilla (unos 100 mts.). En Lucas, en cambio, Jesús da la orden de remar mar adentro.

Por lo tanto, no es identificable del todo el suceso relatado por Lucas con el que nos transmite Juan.

Algunos, para reforzar la hipótesis de que se trataría de un único suceso, objetan que si fueran dos, no se explica cómo Pedro pudo pasar por casi las mismas circunstancias (pesca nocturna nula, orden de intentar de nuevo), sin caer en la cuenta del mismo accionar de Jesús.

A esto último se puede responder que Pedro era bastante “cabeza dura” y que llegaría a captar muchas doctrinas e indicaciones de Jesús sólo más tarde. El mismo Señor se lo anticipó respecto a otra coyuntura: “Esto no lo entiendes ahora, lo entenderás más tarde” (Juan 13, 7).

  • Pedro había sido prevenido de sus futuras negaciones. Sin embargo cayó en ellas.
  • Había escuchado que la predicación del Evangelio se extendería “hasta los confines de la tierra” ( Hechos 1, 8). Pero se resiste ante la admisión de del centurión romano Cornelio en el seno de la Iglesia ( Hechos 10, 14-16)
  • No sólo Pedro, sino también sus compañeros oyeron por tres veces el anuncio de la Pasión de su Maestro. Sin embargo, en cada ocasión se mostraron en muy diferente longitud de onda, respecto a los presagios de su Maestro.

Primeramente, el mismo Pedro se opone (Marcos 8, 32-33).

Ante la segunda profecía, todos discuten sobre quién sería el mayor (Marcos 9, 34). A la tercera referencia, Santiago y Juan piden puestos de honor junto a Jesús (Marcos 10, 35-40). Por fin, el mismo Pedro, es quien, en un último intento, desenvaina una espada para librar a Jesús de sus captores (Marcos 14, 47 y Juan 18, 10).

También se puede observar que, por más que se den semejanzas entre dos acontecimientos, la conclusión de que, en realidad se trata de uno solo, no se impone con fuerza ineludible.

Porque cabe otra explicación, a saber: que las similitudes (dentro de las diferencias, que también están) hayan sido provocadas, para que, justamente, se despierte el recuerdo de situaciones análogas en el pasado para caer así en la cuenta de aquello que permanece igual, aún dentro de las divergencias.

Así sucedió cuando Cleofás y su compañero, perciben “la fracción del pan”, en una cena, parecida a otro pan partido recientemente en otra cena, con lo cual se cercioran de que no se trata de un viajero cualquiera, el que estaba con ellos a la mesa ( Lucas 24, 31 . 35).

De forma parecida, ¿por qué no pensar que Jesús resucitado, ordenando gestos similares a los que había ya realizado en su vida pública, estaba evocando para sus discípulos una escena anterior, que los volviera capaces de reconocerlo, ya que no lo habían hecho, al presentarse él en la orilla del lago?

II· iluminación de nuestro pasaje

1· Ubicación en el contexto mayor

Hasta este momento, Jesús ha actuado solo. Ahora comienza a reunir colaboradores, dentro de los cuales va a sobresalir Simón-Pedro. Jesús, entre las dos barcas que estaban amarradas a la orilla, elige la que pertenecía a Simón, para desde allí, enseñar con mayor comodidad a la gente agolpada al margen de las aguas.

Lucas, según su propósito de manejar datos exactos, califica como “lago” a la superficie líquida de Genesaret, que los otros evangelistas llaman “mar”.

Apenas acabada su prédica, Jesús invita a Simón a bogar hacia lo profundo del lago, con el objetivo de pescar.

Se observó de antemano, que en el orden de acontecimientos esclarecido por Lucas, el historiador, Pedro ya conoce a Jesús, que ha restablecido de forma inaudita la salud de su suegra (Lucas 4, 38). Porque, ciertamente, si otro le hubiera pedido esa pesca, habría respondido con una rotunda negativa. Pues, se ve tocado en su amor propio, como no deja de hacerlo notar en su respuesta: “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada” (v. 5).

Destaquemos un poco, todo lo que está detrás de esta respuesta:

  • Ante todo, se trata de la réplica de un pescador avezado, que ha pasado la vida entera en este oficio y conoce cada palmo del lago.
  • Pone de relieve que si, en las horas más propicias para la pesca, que son las nocturnas (cuando, con antorchas se puede encandilar a los peces, que acuden en cardumes y fácilmente son capturados), no se ha tenido resultado alguno, sería mucho menos probable intentarlo de día.
  • No dice solamente: “hemos trabajado toda la noche”

acudiendo al verbo normal “ergázomai”, sino que usa otra raíz: “kopiázantes”, que significa propiamente: “habiendo trabajado arduamente toda la noche”. Lo cual da a entender lo cansado que estarían él y sus ayudantes.

Pero, dentro de su velada protesta, Pedro reconoce simultáneamente la dignidad de la persona con la que está hablando. Ante todo, lo trata de “Epistáta” y no solamente como “Maestro” (didáskalos). La palabra, que proviene del verbo: “epístamai” (estar arriba), indica superioridad. Sólo Lucas emplea tal apelativo, poniéndolo únicamente en labios de los discípulos de Cristo y los 10 leprosos (Lucas 5, 5; 8, 24. 45; 9, 33. 49; 17, 13). En los lugares paralelos Mateo o Marcos usan: didáskalos, kyrie, rabbí.

Ahora se le propone a Pedro hacer a un lado su pericia, pescando de día y después de toda una noche infructuosa de duro trajinar.

2· Perfil humano de Simón Pedro

Podemos ampliar y confirmar con otros pasajes este rasgo característico de la personalidad de Pedro. El reacciona desde sus impulsos primerizos y aún cuando quiere expresar su innegable amor por Jesús, falla, al no dejarse transformar por Cristo.

  • Viendo a Jesús caminando sobre las aguas, le pide que también pueda hacerlo. Comienza a avanzar sobre el lago, pero, cuando se desconecta de Jesús, que lo llama, se fija sólo en los torbellinos y el viento, se hunde (Mateo 14, 28).
  • No tolera pensar en Jesús, traicionado y entregado a la muerte (Mateo 16, 22).
  • Promete incautamente, poniéndose por encima de los demás: “Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré” (Marcos 14, 29).

En el pasaje que comentamos ahora, una vez exteriorizada su objeción, se supera, sin embargo, a sí mismo de manera heroica: “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero en tu palabra, echaré las redes”. Con el anterior fracaso a sus espaldas cobra mayor relieve su confianza en Jesús. El está fatigado, y ponerse a pescar de día no es el momento adecuado. Pero se embarca lago adentro, igual que Abraham, quien “contra toda esperanza” (Rom 4, 18), ya que era viejo con su mujer estéril y dejando su patria y parentela, marchó “sin saber a dónde iba” (Hebr 11, 8), por obedecer sólo a Dios.

3· Pedro en manos de Dios

A esta altura, también podemos ensanchar el panorama, para comprobar de qué modo, Pedro, cuando se desprende de su autoestima y se deja guiar por Dios, como en esta primera llamada que le dirige Jesús, acierta de modo sublime.

  • Ante las múltiples opiniones que la gente formula sobre Jesús (“Juan Bautista, Elías, Jeremías o alguno de los profetas”-Mateo 16, 14), sólo Pedro da la respuesta correcta: “Tú eres el Mesías (Cristo), el Hijo de Dios vivo” (Mateo 16,16). Pero Jesús le aclara: “Feliz de ti Simón…porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre ( los recursos meramente humanos), sino mi Padre que está en el cielo”(v. 17).
  • Cuando Jesús declaró que su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida y, en consecuencia, muchos de su discípulos lo abandonaron, Pedro responde: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios” (Juan 6, 68).
  • Una vez que Pedro aprendió la lección, después de la triple pregunta de Jesús: “Simón…me amas más que estos?”

(Juan 21,15, 16. 17), ya desaparece aquel “Yo”, que se imponía por encima de los demás: “Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré” (Marcos 14, 29). Ahora, con toda humildad se remite a la ciencia de Jesús, que penetra en el interior de Pedro, mejor de lo que él mismo podría conocerse: “Señor, tú sabes que te quiero” (Juan 21,15.16.17).

4· El nombre nuevo

Retomando el comentario de la primera orden de Jesús a Pedro, viendo éste la desproporción de todo el resultado:

  • un profano en pesca,
  • de día y en lo profundo del lago,
  • por encima de los duchos en el oficio,

y que, pese a todo, obtiene una redada tan extraordinariamente copiosa, que es menester llamar a los que trabajan en la otra lancha, dado que las redes estaban por romperse, llega a la conclusión: aquí está obrando una autoridad y poder sobrehumanos.

En este momento, Lucas caracteriza al apóstol como: “Simón Pedro”. Con su nombre de familia y el nuevo apelativo que le impuso Cristo. Cuando relate el llamado de todo el conjunto de los doce, escribirá: “Simón, llamado Pedro” (Lucas 6, 14).

Aunque no lo explicita, en este detalle concuerda Lucas con Juan, quien nos informa que, no bien Jesús tuvo ante su presencia a Simón, “lo miró y le dijo: ‘Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas’, que traducido significa Pedro” (Juan 1, 42).

Mateo 16, 17-19 nos explicará el sentido de este cambio de nombre, siguiendo la costumbre bíblica, según la cual una denominación nueva, indica el sentido de un encargo o función, que recibe la persona así señalada. De esa manera, Dios había transformado el nombre de Abram en Abraham, significando, a la vez que constituyéndolo como: “padre de una multitud”. Jacob es llamado por Dios mismo “Israel”, porque “ha luchado con Dios y con los hombres y ha vencido” (Génesis 32, 29).

Pedro será, no sólo el cimiento, sino la roca inamovible, sobre la que Cristo construirá el nuevo pueblo de Dios, “su” Iglesia, contra la cual nada podrán las potencias infernales (Mateo 16, 18-19).

Acotemos una vez más la paradoja que acompaña siempre a la persona de Pedro y, que, en el fondo, se reitera en todo siervo de Dios. Como hemos comprobado,”Simón” aparece en constante conflicto con “Pedro”, es decir: sus arranques y sentimientos espontáneos, aún los que son impulsados por su cariño para con Jesús, han de dejarse elevar por “el Padre que te lo ha revelado” (Mateo 16, 17), “la palabra de vida eterna” que sólo Jesús tiene (Juan 6, 68), admitiendo, finalmente que el Señor “todo lo sabe”, por encima de su mismo autoconocimiento (Juan 21, 17).

En consecuencia, Pedro no es elegido por Cristo debido a sus dotes sobresalientes, sino porque en él se ejercerá de modo extraordinario la Providencia de Dios. El es “roca”, no por su sagacidad mayor, fuerza de carácter o tesón, sino todo lo contrario, para que en su debilidad, más se manifieste el poder que viene sólo de Dios. Como lo confesará también S. Pablo: “Me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo…Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12, 9-10).

5· De la suficiencia a la admisión de los propios límites

La fe, que lo movió a echar las redes, fundado no en su pericia, sino únicamente “en tu palabra”, es acompañada ahora por la conciencia de la propia insuficiencia.

En un gesto de anonadamiento, “se echa a los pies de Jesús” y a la designación ya prestigiosa de “epistáta” (maestro sublime), añade, en una profundización mayor aún, el título de “Señor”, suplicándole, a la vez, que se aleje de él, porque se siente pecador.

6· Una nueva dificultad

Ante este particular, insisten nuevamente aquellos exegetas, recordados más arriba, viendo aquí otra corroboración, para identificar este episodio con el de Juan 21. Allí se trató claramente de un arrepentimiento de Pedro, respecto a sus anteriores negaciones. Aquí-según interpretan-semejante conciencia de culpa (“Apártate de mí que soy un pecador”), no puede referirse más que a la sonada traición del discípulo, que renegó de su maestro.

En respuesta a esta postura, se ha de notar, ante todo, que también se estremecieron todos los colaboradores de Pedro en la escena: “El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban…y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón” (Lucas 5, 9-10).

Además, no es necesario suponer un pecado preciso y concreto (como las negaciones), para poder comprender la reacción de Pedro. Basta recordar las experiencias religiosas, casi de regla, ante la cercanía de lo divino, del “tremendum et fascinans” ( lo tremendo, que causa temor, pero al mismo tiempo atrae y fascina). Repasemos la reacción de Isaías, ante su visión de Dios en el templo de Jerusalén: “Ay de mí, estoy perdido, porque soy hombre de labios impuros, y habito en medio de un pueblo de labios impuros; y mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos” (Isaías 6, 5). Remontémonos a Moisés, atraído por la zarza ardiente, que, recibe la orden de mantenerse a distancia y descalzarse, porque el suelo que pisaba era “tierra santa” (Exodo 3, 5).

“Soy pecador”, entonces, no se refiere a un delito especial, sino al sentimiento de indignidad ante una persona que se experimenta a infinita distancia de la propia poquedad. Como lo vio el Centurión ante el mismo Jesús: “No soy digno de que entres en mi casa” (Mateo 8, 8).

7· Lo sublime en lo pequeño

Tal como queda dicho antes, ni Pedro ni nadie es llamado a colaborar con el Reino de Dios en base a sus cualidades descollantes, sino sólo porque es Dios quien convoca.

Tal desproporción será subrayada por la sugestiva comparación de Pablo: “Llevamos ese tesoro en vasijas de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios” (2 Corintios 4, 7).

Lo mismo se patentizará más adelante, cuando Pedro y Juan, ya valientes predicadores de Cristo, al haber sido robustecidos por el Espíritu Santo, aunque eran “idiótai kai agrammatéis” (simples y sin letras), como los veían los miembros del Sanedrín, sin embargo “hablaban con seguridad” (Hechos 4, 13).

8· Superación del pánico y mirada hacia adelante

Esta pesca ya fuera de lo común dentro del oficio normal de Pedro, será la mejor garantía para echar nuevamente las redes, pero en un mar mucho más proceloso: el mundo entero a lo largo de toda la historia que vendrá, hasta el fin. Jesús no permite que el pánico, por sagrado que sea, paralice a su elegido. “Deja de temer”, le ordena, como también es de norma ante el aturdimiento que se apodera de quienes son agraciados por una vocación semejante. Se lo dice Gabriel a Zacarías (Lucas 1, 13) y a María (Lucas 1, 30), que también se vieron confundidos ante la inesperada notificación celestial del nuevo rumbo de sus vidas. Otra vez, Jesús pedirá a sus apóstoles, estupefactos, al verlo caminar sobre las aguas, que se dejen de temblar (Mateo 14, 27). Igual indicación recibirán las mujeres turbadas ante la aparición de los ángeles en el sepulcro vacío (Mateo 28, 5).

Inmediatamente, Jesús abre un vasto horizonte a la tarea de Pedro: “De ahora en adelante serás recolector de hombres vivientes” (Lucas 5, 10).

Se habrá notado, que no de tradujo: “pescador de hombres”, como suele leerse en las versiones al uso. La razón es simple: no pone Lucas: “aliéus anthrópon” ( pescador de hombres), como, en cambio, llama Jesús a los primeros llamados, en Marcos (Marcos 1, 17: “aliéis anthrópon).

Según el tercer evangelista, Jesús promete a Pedro: “antrhópous ése(i) zogrón”( serás recolector de hombres vivientes).

El verbo “zogréo”: está compuesto de “zóos” (viviente) y “agréo”(apresar, cazar), significando: “tomar seres vivientes”.

El giro distinto puede explicarse por la tendencia de Lucas a suavizar posibles malas intelecciones, sobre todo en sus destinatarios del ámbito pagano, no familiarizados con el mundo imaginario semita. Así, cuando Marcos dice simplemente: “Veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder” (Ek dexión…tés dynámeos: Marcos 14, 62), Lucas explicita: “a la derecha del poder de Dios” (Lucas 22, 69). En efecto, para los judíos bastaba aludir al “Poder”, para que entendieran a Dios, porque ellos, por reverencia, evitaban pronunciar el nombre de Dios, sustituyéndolo por algún circunloquio.

En cambio, los cristianos provenientes del paganismo, no habituados a tales usos, podían tener dificultad de intelección. De ahí la añadidura aclaratoria de Lucas.

Algo semejante pasa con la imagen “pescador de hombres”. Porque, en realidad, la pesca lleva consigo la muerte de los peces capturados. Extraídos del agua, su elemento vital, no pueden vivir más.

Dado que los apóstoles son llamados a salvar a los hombres, ayudando a Jesús, Lucas, con una descripción más positiva, expresa sustancialmente lo mismo que Marcos.

Por otra parte, en el mismo Marcos no se ha de tomar la comparación al pie de la letra en todos sus detalles. Así como cuando el Bautista califica a Jesús de “cordero de Dios” (Juan 1, 36), no hay que suponer que tiene él cuernos y lana. Se ha apreciar sólo el punto de comparación: como los corderos son víctimas del sacrificio, así lo será Jesús. Análogamente, la metáfora usada por Jesús y Marcos anuncia sencillamente el aspecto de “reunión”, “congregación” de los hombres en torno al Evangelio. De igual forma, ya Jeremías, ante la dispersión del pueblo de Israel, en el exilio babilónico, anunciaba: “Enviaré muchos pescadores a pescarlos” (Jeremías 16, 16), indicando la reunificación del pueblo desintegrado.

Notemos cómo Jesús sigue dirigiéndose sólo a Simón: “Serás recolector de hombres vivientes”. También los otros allí presentes están involucrados, pero siempre Pedro es el guía y “piedra” de los demás.

Ya Marcos había destacado el desprendimiento inmediato de los elegidos por Jesús: “Enseguida, ellos dejaron sus redes y lo siguieron…dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron” (Marcos 1, 18. 20). Para aquellos hombres, abandonar “las redes, la barca y el padre” equivalía a desprenderse de “todo”. Pues de ello vivían y tal era su ambiente usual.

Pero Lucas, subraya el hecho: “Abandonándolo todo, lo siguieron” (Lucas 5, 11). Y “lo siguieron”, no al modo con que los discípulos de los rabinos acompañaban a sus maestros, a pie detrás de los doctores de la ley, montados sobre asnos. Aquí se trata de algo nuevo. Es el seguimiento de un maestro, que es él mismo andariego a lo largo y ancho de los caminos palestinos, pero ante todo interior, de adhesión convencida.

III· proyecciones posteriores

Inmediatamente después de la Ascensión del Señor, los apóstoles experimentarán de nuevo que están bregando inútilmente, trabajando casi sin resultado entre los judíos, que se van cerrando progresivamente cada vez más al Evangelio.

Pero, “pescarán” a los extranjeros: “al oír esto, los paganos, llenos de alegría, alabaron la palabra de Dios, y todos los que estaban destinados a la vida eterna abrazaron la fe” (Hechos 13, 48).

Además, sus logros no siempre desembocarían en el “éxito”, desde el punto de vista humano. Así, Pedro será liberado maravillosamente de la cárcel (Hechos 12, 6-11). Pero no escapará a la muerte violenta bajo el brutal imperio de Nerón.

Mas, ni siquiera ese fracaso les hace perder esperanzas, al igual que la cruz de Cristo, paso necesario hacia la luz de la resurrección. Así es como Pablo, en una situación de inhabilitación total, lejos de amilanarse, se encomienda totalmente a un futuro promisorio, asegurado por Dios: “Estoy encadenado, pero la palabra de Dios no está encadenada” (2 Timoteo 2, 9).

Podemos concluir que, así como la primera impresión de Simón Pedro fue notoriamente negativa: curtidos pescadores nada consiguieron, pero se superó en una visión de exclusiva fe: “En tu palabra echaré la red”, de igual modo el trabajo por el Reino no puede medirse por perspectivas solamente humanas.

Lo sigue confirmando la posterior historia de los que siguieron la labor de “recolectar vivientes”, propuesta por Cristo a Pedro, Santiago, Juan, Pablo… Juan Pablo II.

Después de la Reforma protestante, que parecía un vendaval destructor de la barca de Pedro, invita el Señor a los suyos a bogar mar adentro, para pescar enormes muchedumbres de cristianos en las misiones de América Latina o, por medio de Francisco Javier, en los lejanas tierras de India y Japón.

En tiempos de la revolución francesa, la fe católica se vio casi extinguida. Pero el obispo de Lyon envió a una oscura aldea a Juan Bautista María Vianney, cuya “pesca” obligó a extender redes de ferrocarril desde Paris y otras regiones hasta Ars.

Evoquemos al heroico Cura Brochero, que desde oscuros poblados de las Sierras de Córdoba, echó sus redes por medio de su trabajo tesonero y los ejercicios espirituales, renovando de tal manera aquellas regiones, que también redundó en el progreso civil, con caminos, llegada de trenes, etc.

Pensemos en Charles de Foucault, sacerdote francés, que pasó su vida entre los Tuaregs, tribu feroz del Sahara. A él se debió la confección de la primera gramática de la lengua de aquellos beduinos, que la hablaban sin reflexionarla. A ellos dedicó su existencia. Pero, lo asesinaron y ninguno abrazó la fe cristiana. ¡Vaya fracaso más rotundo! Con todo, después de su muerte, se descubrieron sus escritos, que dieron vida a la fundación de los “hermanitos y hermanitas de Jesús”, que, imbuidos de la espiritualidad del “hermano Carlos”, hacen presente a Cristo en los ambientes más desheredados.

Y por fin, dado que nos encontramos preparando nuestra fiesta patronal del Inmaculado Corazón de María, refresquemos la actitud de la Madre de nuestro Redentor, muy similar a la que Jesús le hace experimentar a Pedro.

También ella se vio perpleja ante el saludo de Gabriel: “Al oír estas palabras ella quedó desconcertada” (Lucas 1, 29). Tuvo sus dudas: “¿Cómo puede ser esto, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?” (v. 34).

Pero, no dudó en rendirse ante la palabra de Dios: “Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu palabra” (v. 38).Y esa palabra fue el objeto constante de su preocupación, ya que “conservaba todas estas cosas en su corazón” (vv. 19. 51). Esa meditación silenciosa, allí donde “sólo el Padre ve” (Mateo 6, 4. 6. 18), ha de ser el requisito insoslayable, para remar hacia la alta mar y poder recoger “vivientes”, que se beneficien del Evangelio. Toda organización, propaganda, técnica que prescinda de este paso previo en el personal diálogo con Dios, no está a tono con el Evangelio.

Por eso, será siempre aconsejable tener ante nuestros ojos estas advertencias de Juan Pablo II: “La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: ‘Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada’ (Lucas 5, 5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: ‘en tu palabra, echaré las redes’ (ibid.) Permitidle al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración” (Novo Millennio Ineunte, 38).