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Carlos Caso-Rosendi

Una de las características distintivas del demonio, es su total falta de originalidad. Es cierto que ser absolutamente original es algo bastante difícil, pero también es verdad que cada vez que alguien se levanta de su silla y exclama “¡Yo seré el rey!” ya a esta altura de la historia solo nos arranca un bostezo y la cansada respuesta: “Otro que al final va a morder el terreno con toda la boca.” Lo mismo vale para otras expresiones similares: “seré… el supremo conductor, el jefe, emperador, presidente, führer, o la fresa del pastel.” Ya aburre tanta autogloria, tanto creerse llamado a conducir a las masas. El demonio fue el primero de esa camada[1] y es el inspirador de todos los copiones que todavía siguen apareciendo. El único original, desde toda la eternidad fue Jesús de Nazareth: había nacido rey, tenía todos los papeles, podía hacer cosas imposibles para cualquier otro ser humano, el pueblo lo quería hacer rey… pero él prefirió ser clavado a una cruz romana y agonizar en ella hasta la muerte. ¡Que me diga alguien que Jesús no fue completamente original! Cuando sintamos que en nuestro corazón nacen las ganas de ser caudillo, recordemos que antes de sentarse en el trono más alto del universo, hasta el Hijo de Dios tuvo que pasar por la cruz. El cosmos ha sido diseñado así. Sin dolor no hay ganancia y sin el sufrimiento del Viernes Santo no hay Domingo de Gloria.

La originalidad de Cristo está completamente expuesta en el primer verso del Evangelio Según San Juan donde se identifica a Jesús como el Logos, el creador de todo lo que existe y la voluntad que impulsa todo el universo ¡Menudo poder! Así, resumiendo en un parrafito toda la Tradición y las Escrituras, podemos decir que Dios sujetó el universo al Logos, al que sigue de cerca Sophia, la sabiduría.[2] Se pueden escribir incontables volúmenes sobre esto pero lo vamos a condensar así: Jesús es el Logos y María es Sophia. Ambos personifican perfectamente la generosidad y benevolencia del Todopoderoso. Aquí es necesario agregar una pequeña aclaración para impedir posibles interpretaciones erróneas del paralelismo entre María y Sophia. Aclaremos que nuestro paralelo es conceptual y que María no es una persona divina, ni es coeterna con Dios, ni es preexistente a su Inmaculada Concepción. Esto es muy importante.

Cuando la envidia del diablo quiso subyugar la humanidad a la voluntad del mal, surgieron dos caracteres opuestos a Logos y Sophia que han tomado muchas formas y nombres a través de la historia. Para los propósitos de esta conversación los llamaremos Moloc y Mamón. Ellos personifican dos clases específicas de avaricia, el deseo desordenado de poseer personas (Moloc) mayormente para –pero sin limitarse a– el uso sexual; y el deseo también desordenado de poseer cosas (Mamón) como el dinero o cualquier otra cosa que se pueda ostentar para generar en otros la admiración o atraer falsos honores.

Así como Logos y Sophia son para la humanidad el camino al goce eterno de la generosidad divina, Moloc y Mamón son efectivamente la vía que lleva al alma a la eterna y oscura miseria en la que moran el diablo y sus seguidores.

Veamos entonces, que si seguimos a Cristo y subyugamos nuestra voluntad a su divina voluntad, ya no queremos ser jefes de nada, no queremos ser el más grande ni queremos llevar coronita porque el mismo Cristo nos dijo que el que quiera ser más grande en el Reino de los Cielos, debe ser el servidor que ministra a todos, así como Cristo mismo lo hizo cuando caminó la tierra.[3]

De este sencillo principio deducimos algunas cosas. La primera de ellas es que la sabia imitación de Cristo no es tratar de hacerse un trono como el de él, sino más bien observar la vida que él mismo observó, una vida llena de modestia, humildad, servicio, generosidad, dolor y sacrificio. Estos últimos dos puntos nos cuestan a todos porque naturalmente no nos agrada el dolor. Sin embargo, el principio es claro: la única manera que conocemos para un día reinar con Cristo, es vivir y morir como él vivió y murió.

Y así la historia humana continúa y suma batallas, golpes de estado, reinos que se levantan y caen, grandes hombres que se elevan en su juventud solo para ser devorados por las desgracias de la política, o borrados del mapa por la senectud y la muerte. Opuestos a ellos, los grandes santos, algunos de ellos poderosos intelectos, han servido a la humanidad de las maneras más diversas, algunos de ellos en total anonimidad, gastando sus energías vitales en una generosa entrega al prójimo. Hubo en mis tiempos un gran caudillo en cierto país que aconsejaba a su pueblo, al fin de sus discursos: “Pensad en los otros.” Los santos tienen esa forma de anti-envidia, piensan en los otros como objetos de su generosidad, mientras que quienes sirven al demonio piensan en los demás para hacerlos objetos de su rapacidad y de sus celos.

Cuando nuestros primeros padres pecaron, perdieron el jardín que Dios generosamente había plantado para ellos. El demonio tentó primeramente a la mujer con algunas mentiras astutamente disfrazadas de preguntas. Hasta ese momento, nuestra madre Eva había aprendido todo lo que sabía de labios de su esposo Adán. La primera pareja humana estaba diseñada para reflejar las cualidades y la divina misión de Logos y Sophia. El hombre precedió a la mujer y ordenó parte del mundo usando la palabra (logos), dando nombres a las cosas y a los animales. Dentro de él había una mitad, un costado, o costilla que fue usada por Dios para crear a Eva, su compañera. Así como la Sabiduría está desde la eternidad dentro del Logos, Eva estaba figurativamente, potencialmente dentro de Adán y era parte de él hasta que Dios la hizo una persona distinta y separada de Adán pero eternamente unida a él por ser Adán su origen.

Cuando llega la última hora de Cristo en este mundo, cuando él generosamente entrega su vida en la cruz para beneficio de todos sus amigos[4] ahí está su madre, María de Nazaret. Sobre ella descansaba la enorme responsabilidad de deshacer el error de Eva, así como Cristo se había sacrificado para deshacer el error de Adán. En la misteriosa economía de la salvación, todo debe volver al lugar donde Dios lo puso originalmente. Mientras Cristo colgaba en la cruz del Calvario, el corazón maternal de María colaboraba silenciosamente en la obra redentora de su Hijo.

Cuando Eva fue tentada en el Edén, ella estaba en el proceso de ser preparada por su esposo para cumplir su misión de madre y reina de la futura humanidad. De Adán, Eva escuchó los mandamientos de Dios en lo que respecta a comer el fruto del árbol del bien y del mal. De su esposo, Eva aprendió los nombres de todas las cosas, de los animales, y la historia del mundo y de la creación anterior a su nacimiento. Así Eva era como un vaso sagrado, preparado para una misión especial: transmitir y enseñar a todos sus hijos lo que Adán a su vez había recibido de Dios. En su inocencia, Eva quizás se preguntaba si alguna vez iba a aprender algo por sí misma. La tentación del Diablo parece apuntar a eso, porque le sugiere mentirosamente a Eva que Dios egoístamente se reservaba ciertos conocimientos que ella podía obtener por medio de comer del árbol prohibido del bien y del mal.[5] Con ese ardid, el demonio plantó su propia envidia –como el veneno de una serpiente– en el inocente corazón de la mujer y la hizo codiciar el fruto prohibido como fuente de la sabiduría especial que ella ansiaba poseer como cosa propia. Quizás Eva soñaba con enseñarle algo a Adán, sorprendiéndolo con su recién adquirido saber.

Ya todos conocemos cómo terminó esa historia. Adán se dejó llevar por la equivocación de Eva y desobedeció el mandamiento divino. Había esperado tanto a esa, su compañera. La amaba y amaba todos sus encantos de niña-mujer, amaba mostrarle el jardín, los animales de la tierra y del río. Amaba hablarle de ese mundo hermoso que Dios había hecho para ellos y su descendencia. Así, Adán no supo cómo ordenar de nuevo lo que Eva había desordenado y para no perder a su compañera, se unió a la rebelión. En ese acto del primer hombre podemos reconocer la semilla de algo que ha afectado en mayor o menor medida a todos los hombres que vinieron de Adán. Nuestro ancestro en la carne, amó más los encantos y la deliciosa compañía de su esposa que la obediencia a su Creador. Implícito en la desobediencia de Adán hubo una desconfianza del amor y el poder de Dios para solucionar de alguna manera el error de Eva si Adán se mantenía fiel y obediente. El hombre prefirió seguir a Eva y las consecuencias no se hicieron esperar. Con el tiempo, dieron origen a una raza mortal en una tierra maldita por la desobediencia. Los primeros dolores de la incipiente humanidad ya presagiaban la enorme catástrofe que iban a ser las eras por venir. Las dos codicias derivadas de la rebelión del demonio irrumpieron en el mundo arrastrando a la humanidad al pecado y la muerte. Adán y Eva no representaban ya a Logos y Sophia, sino a sus opositores, y esos opositores –las dos codicias opuestas a las dos generosidades primigenias– afectarían a la humanidad en las eras por venir.

Pero el amor divino ya preparaba la redención del hombre. Al mundo de Adán, Dios envió primero a María, para que fuese el conducto perfecto de la vida de su Hijo. El santo corazón de María vivió décadas de anticipado dolor, porque sabía que su hijito, su pequeño “estaba para la caída”[6] y así, a medida que pasaban los años, la espada del anticipado dolor atravesaba su corazón en la amarga espera del desenlace crucial. El destino de la humanidad había naufragado en manos de Eva y ahora esta otra nueva Eva, llena de inocencia en la gracia de Dios, llevaba sobre sus hombros la misma responsabilidad. El mundo iba a ser redimido por ese niño que Dios ahora confiaba a una mera muchachita de Nazaret. Todo el universo pesó sobre el corazón de María hasta el día en que llevaron a su Hijo al Calvario. Allí, frente a la “máquina vil”, el madero (ξύλον, xylon) de Jesús, María contempló el fruto de la cruz: el dolor redentor de Cristo. Allí, ella deseó para sí misma todo ese dolor, porque en su corazón de madre nada podía disminuir el amor que sentía por su Hijo, ni siquiera el miedo a la muerte y al dolor atroz de la tortura. Ese santo deseo revirtió el deseo ilícito de Eva ante el árbol (ξύλον, xylon) de la ciencia del bien y del mal. El círculo de la redención que se había iniciado con el fiat –el asentimiento de María a su destino de madre del Mesías– se cerraba ahora con el deseo de su corazón de “conocer” la cruz, de adquirir por experiencia “la ciencia de la cruz.” En ese momento, dentro del corazón de María, comenzó a recomponerse el universo violado por la envidia del demonio.

La comparación que hoy nos ocupa es, en realidad, una simple equivalencia tipológica. La generosidad de Logos y Sophia –de Cristo y María– tiene su contraparte diabólica en la avidez de la concupiscencia de la carne y la avaricia humanas. La historia de los hombres resultó ser una larga serie de conflictos y dolores –“con dolor darás a luz”– tal como se le había profetizado a nuestra primera madre en el Edén después de la caída. La lucha entre Logos y anti-Logos, entre Sophia y anti-Sophia abarca toda la historia humana y llega hasta nuestros días. Lo que analizaremos a continuación es la aplicación de estas dos avaricias en el plan diabólico de conquista, sujección y destrucción de la humanidad.

Salve lucrum. El largo camino del dinero al poder

Comencemos con la primera parte de la tentación, la codicia del poder que da el conocimiento. En nuestro tiempo asociamos la codicia y la avaricia con la avidez de las riquezas, del dinero. Ya Aristóteles considera el dinero una “ficción colectiva” lo que normalmente se traduce como “convención” o “acuerdo general”. En la Ética, él afirma: “…. pero el dinero se ha convertido por convención [ficción colectiva] en una especie de representante de la demanda, y es por eso que tiene el nombre de ‘dinero’ (νόμισμα, nomisma), ya que no existe por naturaleza sino por ley (νόμος, nomos) y está en nuestro poder para cambiarlo y gastarlo.”[7] Ya desde su origen, el valor del dinero es una abstracción necesaria, imaginada por el hombre para agilizar el intercambio de cosas que son disímiles y no pueden ser comerciadas fácilmente por trueque. El capital que antes era contado en cosas, gradualmente comenzó a ser expresado en dracmas, denarios, etc. Hoy vivimos en un mundo dominado por el capital. En los países en los que impera el capitalismo liberal, el capital pertenece a individuos o corporaciones creadas por individuos de acuerdo a un sistema legal común. En los países donde impera el comunismo –en alguna de sus muchas formas– el capital todavía existe pero solo el Estado tiene el derecho de poseerlo y distribuirlo. En resumen: esté en manos de quien esté, en cierta manera, el capital es la medida del éxito o el fracaso material de las sociedades humanas.

Pero el capital es un concepto reciente en la historia humana. Hasta hace relativamente poco tiempo, el poder militar, el poder político, y el poder económico iban de la mano como lo más importante, como la meta que los hombres se esforzaban en alcanzar. Los reyes eran considerados los dueños “reales” de todo su reino –valgan las redundancias– y la tierra estaba dividida en señoríos o feudos en los que la plebe debía trabajar. El señor del feudo permitía a los paisanos trabajar la tierra –conquistada militarmente por él o algún ancestro– a cambio de una porción del producto, que era requisada al fin de cada cosecha. El señor feudal consumía lo necesario y vendía el superávit en el mercado local. Las ganancias así obtenidas se prestaban a otros a interés con fines diversos: construcciones, guerra, salarios de funcionarios reales o soldados, etc. Lo que nos interesa ver ahora es que la financiación era la última consecuencia del trabajo de la tierra. El poder militar permitía el gobierno político de una extensión de territorio que, una vez parcelado, se alquilaba a los habitantes del país para producir una renta para los nobles y la casa real: control militar, seguido de poder político y social, explotación de tierra y labor, obtención de ganancias y finalmente: financiación. Esta última ubicada claramente al final del proceso. La fuerza militar, la política y la economía eran una sola cosa. El fuerte era rico, los débiles eran pobres. Esto es casi una grosera simplificación, pero lo que nos importa es entender ese proceso en general. Este escrito no pretende ni por muy lejos ser una lección de economía.

Con el advenimiento de la Edad Moderna ocurrieron varios cambios que eventualmente desequilibraron el sistema feudal, desacoplando al trabajador de la tierra. Aparecen casi al mismo tiempo el incipiente y muy beneficioso comercio internacional, las maquinarias, aplicadas a la producción de diversos bienes, y la introducción de productos de consumo masivo (i.e. el té, el café, las telas producidas en factorías textiles, etc.) En país tras país, la utilización de la tierra cambió. Majadas de ovejas destinadas a producir lana para las fábricas textiles, desplazaron a los campesinos que gradualmente se mudaron a las ciudades para trabajar en fábricas produciendo mercancías a cambio de un salario. Observemos que esto resultó en la mercantilización de la labor humana. El trabajador no estaba ya en una relación político-social-económica con un señor feudal sino que vendía su tiempo productivo a cambio de dinero. El tiempo de trabajo humano se vuelve entonces un costo, como el costo de una madeja de lana, una medida de harina, o una carrada de carbón.

En este punto ocurre una inversión del proceso económico. En la economía feudal la financiación ocupaba el último lugar del ciclo productivo, pero cuando las grandes empresas comerciales necesitaron invertir enormes sumas de dinero para levantar factorías, astilleros, edificios, etc. se agregó un nivel más de abstracción pues el dinero de muchos comerciantes aliados en una empresa común se vuelve un producto, tal como lo eran antes la lana, la harina, los ladrillos, etc. Esas alianzas son las incipientes corporaciones y sus inversores compran pedazos imaginarios de esas corporaciones. Esos pedazos se llamaron “acciones financieras” que se podían intercambiar en forma similar al dinero. El exceso de riquezas producido por la naciente industria manufacturera terminó creando el negocio de las finanzas. Ahora la financiación estaba adelante, precedía a la producción. Los despreciados mercaderes y comerciantes sin títulos de nobleza, habían logrado desplazar en importancia a los señores feudales. Lo militar y lo político fueron gradualmente subordinados al poder económico y por primera vez en la historia, hasta el valor de la tierra debió ser expresado en términos de dinero. La vida del hombre, su tiempo, se comercia por una suma de dinero. Y la tierra, el hogar del hombre, se mide y se valúa de la misma manera. La codicia de la mujer por el fruto prohibido –la primera conquista del demonio– había crecido hasta marcar con un precio a la tierra y a la descendencia de Eva. El dinero, esa “ficción común” de Aristóteles, se había comprado la realidad. La humanidad se iba sometiendo gradualmente a una civilización de la usura bajo el control de un sistema comercial generalizado cuyas manos estaban manchadas de sangre.

El Catecismo de la Iglesia Católica, incluye las prácticas usurarias entre las causas indirectas del homicidio:

“El quinto mandamiento prohíbe hacer algo con intención de provocar indirectamente la muerte de una persona. La ley moral prohíbe exponer a alguien sin razón grave a un riesgo mortal, así como negar la asistencia a una persona en peligro. La aceptación por parte de la sociedad de hambres que provocan muertes sin esforzarse por remediarlas es una escandalosa injusticia y una falta grave. Los traficantes cuyas prácticas usurarias y mercantiles provocan el hambre y la muerte de sus hermanos los hombres, cometen indirectamente un homicidio. Este les es imputable. El homicidio involuntario no es moralmente imputable. Pero no se está libre de falta grave cuando, sin razones proporcionadas, se ha obrado de manera que se ha seguido la muerte, incluso sin intención de causarla.”[8]

Esta sentencia del Catecismo es consistente con la condena divina a los comerciantes inescrupulosos:

“Escuchad vosotros, que pisoteáis al indigente hasta hacer desaparecer a los pobres del país. Vosotros decís: ‘¿Cuándo pasará el novilunio para que podamos vender el grano, y el sábado, para dar salida al trigo? Disminuiremos la medida, aumentaremos el precio, falsearemos las balanzas para defraudar; compraremos a los débiles con dinero y al indigente por el precio de un par de sandalias, y venderemos hasta el salvado del trigo.’ El Señor lo ha jurado por el orgullo de Jacob: Jamás olvidaré ninguna de vuestras acciones.”[9]

Ya en 1745 el Papa Benedicto XIV había notado con alarma la escandalosa difusión de la usura que asolaba a   varias ciudades de Italia. Esta situación movió al pontífice a emitir la encíclica Vix Pervenit, sobre la usura y el lucro deshonesto. La doctrina no era nueva. La usura ya había sido condenada por varios Papas, por tres concilios ecuménicos desde Nicea en adelante y proclamada y enseñada por obispos y teólogos en diferentes épocas.[10]

Lo que la Iglesia condenaba era la aplicación leonina del interés compuesto a contratos con gente desprevenida o ignorante de las consecuencias nefastas que tal aplicación implicaba. La rebelión de los protestantes contra Roma, a partir de Lutero, introdujo un nuevo participante: las así llamadas “iglesias estatales” que rápidamente perdieron las tierras que habían usurpado a la Iglesia Católica, cediéndolas a la rapacidad de los nobles. Esas tierras pasaron pronto a ser propiedad de príncipes que las habían venido codiciando por siglos. Con esos cambios –y pido disculpas por desarrollar este tema en forma tan concisa– sobrevino un renacimiento de la usura en Europa. Es por ese entonces que Calvino aprueba el cobro de intereses diciendo:

“Quien me pide un préstamo no tiene la intención de quedarse con lo que recibe sin hacer nada con él. Por lo tanto, el beneficio no proviene del dinero, sino del producto que resulta de su uso o empleo. Por lo tanto, concluyo que la usura debe ser juzgada, no por un pasaje particular de las Escrituras, sino simplemente por las reglas de la equidad. Esto se aclarará con un ejemplo. Imaginemos a un hombre rico con grandes posesiones en granjas y rentas, pero con poco dinero. Otro hombre no tan rico, ni con posesiones tan grandes como el primero, pero tiene más dinero disponible. El último está a punto de comprar una granja con su propio dinero y los más ricos le piden un préstamo. El que hace el préstamo puede estipular una renta o interés por su dinero y además puede hipotecar la granja hasta que se pague el capital, pero hasta que se pague, se contentará con el interés o la usura del préstamo. ¿Por qué entonces se puede condenar este contrato con una hipoteca, pero solo para el beneficio del dinero, cuando se aprueba un arrendamiento mucho más severo al alquilar o arrendar una granja a una renta anual considerable?”[11]

Con esto Calvino justificaba la creación de dinero (interés o usura) por el dinero mismo. En poco tiempo, libres de las ataduras magisteriales de la Iglesia de Roma, la usura pasó a ser la forma de financiamiento preferida de los estados protestantes. Eso es el principio de lo que ahora en general llamamos capitalismo.

Había llegado al mundo esa clase de capitalismo craso y despiadado, capaz de crear riquezas dentro de un marco moral y ético, pero incapaz de detenerse ante los límites morales en la búsqueda de nuevos mercados y beneficios. Ese capitalismo, aliado con los nuevos productos del ingenio humano –los molinos y las máquinas de vapor primero, luego los motores de explosión y la electricidad, etc.– logró sacar a millones de la pobreza abyecta y la servidumbre, creando las clases medias en los países desarrollados, pero generando migraciones masivas de trabajadores y refugiados, guerras por el control de ciertos insumos básicos, y la instalación de dictaduras y regímenes opresivos e injustos en aquellos lugares del mundo donde solamente se producían insumos básicos para la industria. Pero esas no eran las peores consecuencias.

En tiempos medievales la financiación era la etapa final del proceso de producción y distribución de bienes, pero con la modernidad lo financiero tomó una importancia mucho mayor y llegó a ser el primer paso en todas las operaciones de producción. Aquí es donde reaparece la idea de Aristóteles del dinero como ficción. El dinero, desde tiempos antiguos, siempre estuvo asociado al valor de algún metal precioso o útil. Pero, el problema que las inmensas nuevas empresas enfrentaban ahora, era en realidad bastante simple. Era muy difícil juntar suficiente capital en metálico para construir un ferrocarril que cruzara un continente, o para establecer una compañía de electricidad que abasteciera a una región entera. Aún usando la venta de acciones, el capital necesario para empresas de semejante envergadura simplemente no existía. Pero eso no fue un obstáculo para el ingenio de los financistas. Con el tiempo, los bancos estatales del mundo comenzaron a crear dinero como por arte de magia. Las necesidades del desarrollo económico se financiaron (y se financian hasta hoy) por medio de estimar las ganancias futuras e incorporarlas al capital necesario en ese momento. Como si el banquero tuviese una mano que pudiera alcanzar el futuro y “traer” ganancias del futuro al presente. Un truco extraordinario de optimismo, confianza y aristotélica imaginación del que se abusaron los banqueros, como era de esperarse. El resultado de esos abusos en la generación de moneda ha traído inflación, corridas bancarias, y bancarrotas gigantescas; aparte de generar muchísima corrupción a todo nivel.

Las consecuencias a principios del siglo XXI están a la vista: los países, instituciones y empresas deben enormes cantidades de dinero en interés a los bancos del mundo. Esa deuda general actúa como una aspiradora que succiona el dinero disponible en los mercados de capitales para que los estados puedan servir el interés que deben. Eso a su vez hace que escasee el dinero para financiar nuevas empresas que generen empleo. El desempleo y la inflación están siempre a la vuelta de la esquina. El truco de magia ya no rinde los gordos beneficios de antaño. El mundo entero está endeudado hasta un punto en que necesita de incontables generaciones para cancelar los préstamos. Mamón se ha comprado el planeta y todos nacemos, vivimos y morimos con la carga proporcional de la pesada mochila de la deuda nacional. Ese es el resultado de la codicia de Eva. Ahora pasemos a ver el resultado de la codicia de Adán.

Salve libido. El regreso global de Moloc

Muchos se han preguntado a través de los siglos: ¿Por qué Adán aceptó comer del fruto prohibido, sabiendo bien que eso le acarrearía la muerte? Podemos entrar en las especulaciones más extravagantes, dada la escasa información que poseemos. Hay alguno que hasta ha imaginado que la serpiente era en realidad Leviatán y que el pobre Adán se comió el fruto prohibido de puro susto al ver al monstruo marino enroscado en el árbol. Se me ocurre que … no. Usemos la navaja de Occam y cortemos por la explicación más simple: Adán amó a Eva más que a Dios. El pobre hombre se había pasado quién sabe cuánto tiempo sin compañera, viendo como los animalitos del Edén se hacían arrumacos y se reproducían cada primavera mientras él les ponía nombres, disfrutaba del paisaje y de largas conversaciones con la Divinidad que lo visitaba cada atardecer, pero estaba solo en su especie y eso no era bueno.[12] Curiosamente, en el Génesis se observa que Dios contempló todo lo creado y vio que era bueno. Es cierto que todo era bueno, pero luego Dios mismo nota que “no es bueno que el hombre esté solo.”[13] Todo era bueno menos la soledad de Adán. La creación de Eva no solamente completó la vida de Adán, sino que, viniendo de las mismas entrañas del hombre, era parte de él y lo atraía con una fuerza que Adán hasta entonces no había conocido.[14] En el hebreo original estos versículos arrojan luz sobre un significado muy profundo. Si observamos cuidadosamente la palabra hebrea para “costilla” es tsela y se usa en muchos otros lugares en la Biblia. Esa palabra tiene otras acepciones y una de ellas es “mitad” o “costado.” Teniendo en cuenta esto, la frase de Génesis 2:22 se podría traducir así: “De la ‘mitad o costado’ que le había quitado al hombre, Dios el Señor hizo a la mujer…”

En esto hay muchas implicancias teológicas que no estoy calificado para elaborar, pero podemos imaginar la tensión que existiría entre las mitades de esa criatura original que era Adán y el resultado que sigue a esa intervención divina. Las mitades siempre querrán volver a unirse, fundirse en una, y al hacerlo se generará la vida. Si volvemos por un momento a la experiencia de María en el Calvario, podemos deducir que, como condición necesaria para nuestra redención –para que tengamos vida–[15] María deseó fundirse en un solo ser con su Hijo amado, para compartir los dolores de la cruz en un magnífico acto de consuelo que solamente una madre perfecta podía concebir. Solo que este deseo es purísimo en su generosidad, pues no busca –como en el caso de Adán y Eva– el beneficio del placer en la unión, sino el compartir el supremo dolor de la cruz. De eso quizás podríamos deducir que Sophia, la sabiduría, viene del Logos y siempre tiende al Logos aún en esa extrañísima circunstancia. Recordemos que Jesús y María “fueron uno” desde el momento de la milagrosa concepción virginal hasta la natividad. Cualquier madre humana sabe lo que es eso.

Esto nos lleva al “primero de los signos” del Mesías en el Evangelio de Juan.[16] Allí, María comparte la mesa con Jesús en una fiesta de bodas, en la que se acaba el vino. Como una buena madre judía, corre a su hijo y lo pone al tanto de la situación. Y como buen hijo judío, Jesús le responde con una pregunta: “Señora ¿qué tengo que ver contigo? Mi hora no ha llegado.” Pero la sugerencia de María no es desoída y pronto seis jarras, llenas de agua común –no para beber, sino para las abluciones– son transformadas por el Logos en vino exquisito, servido “al final de la fiesta” como una señal profética de un signo futuro con el cual Jesús completará el rescate de la humanidad; un “signo” tan exquisito que nos transformará. El escenario es una boda, como la boda de Adán y Eva, y la hora es temprana, “no ha llegado” – es decir no es todavía el momento del Calvario, cuando María y Jesús harán su parte para generar la vida de la Iglesia que surge del costado (tsela) traspasado del Salvador. Los elementos se repetirán allí: el profundo sueño de la muerte, el costado abierto del hombre, la sangre, el agua, dando testimonio de la intervención divina. El brevísimo diálogo entre María y Jesús en la boda de Caná, contiene un significado tan profundo que solo podemos contemplarlo sin entenderlo plenamente. Ellos, María y Jesús, están hablando como Madre e Hijo, que se comprenden mutuamente sin mediar palabra. Sophia sabe del Logos porque una vez ambos fueron uno, la Sabiduría fue creada para complementar al Logos en su futura tarea de salvación aún antes de que el mundo fuera.

Y para completar debemos preguntarnos: ¿qué clase de perversión imaginó el demonio para imitar con su característica suciedad, esta relación tan elevada como purísima? La respuesta aparece constantemente en la historia del hombre, que se debate caído en la concupiscencia de la carne. En este punto debemos resumir: la relación entre Logos y Sophia es profundísima, imposible de comprender en su totalidad, pero Jesús y María nos la “explican” con sus propias vidas. Entonces, Jesús y María tienden a una purísima unión de voluntades entre dos corazones que tienen una misión común que es invitar a la humanidad a la vida en Dios. En ese proceso se manifiestan dos cualidades divinas: caridad[17] y verdad que resultan en vida y sabiduría—opuestas diametralmente a la envidia y la mentira del demonio, que resultan en muerte y oscuridad.

Por medio de mentiras, de ficciones perversas, el demonio tienta a los hombres usando la codicia, tal como lo hizo con Eva. Ese es uno de los dos brazos del maligno, el otro es la concupiscencia de la carne, el optar por la satisfacción sensual de nuestro cuerpo caído rechazando así el amor de Dios, la mano caritativa que nos quiere elevar hacia lo divino. Esas dos opciones demoníacas que se manifiestan en el hombre como la codicia y la concupiscencia, se hacen visibles en la historia humana como la usura y la lujuria. Hoy podemos decir que nuestro mundo está completamente entregado a esas dos fuerzas mortíferas. Lo que San Juan Pablo II llamó “la civilización de la muerte” es mayormente el resultado de esa combinación diabólica.

Sabemos que Jesucristo, el Logos, la Palabra identificada en Juan 1,1 es “camino, verdad, y vida.”[18] Su opuesto es “perdición, mentira, y muerte.” A los pérfidos que deseaban apartar al pueblo de la prédica de Jesús, él mismo les habló así: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, cuyos deseos queréis cumplir. Desde el principio éste ha sido un asesino, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, expresa su propia naturaleza, porque es un mentiroso y es el padre de la mentira.”[19]

No es sorprendente que los enemigos de Jesús desearan controlar al pueblo para apartarlo del Mesías de Dios. Esos son los mismos que tramaron la muerte del Salvador y se apartaron de Cristo explícitamente diciendo: “No tenemos más rey que César.”[20] Su objetivo principal era retener el control religioso-político de la nación judía. En pocas palabras, ellos querían erigirse en una suerte de falsos mesías para manejar todo a su antojo.[21] Esa ansia de control eventualmente llevó a los líderes de la humanidad a perfeccionar las mismas dos herramientas que el diablo venía usando desde el comienzo: la codicia y la lujuria. Recordemos el caso de las dos principales tentaciones que los israelitas experimentaron al entrar en la Tierra Prometida: la codicia, representada por Acán que así se confiesa delante de Josué:

“Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro que pesaba cincuenta siclos, los que codicié y tomé; y he aquí que están escondidos bajo tierra en medio de mi tienda, con el dinero debajo.”[22]

La otra tentación que se destaca es –ya lo imagina el lector– la concupiscencia, cuando los varones de Israel se acercaron a las paganas moabitas, llegando uno de ellos a introducir una de esas mujeres en el campamento santo:

“Mientras el pueblo lloraba a la entrada de la tienda de la asamblea, un israelita trajo a una madianita y –en presencia de Moisés y de todo el pueblo de Israel– tuvo la osadía de presentársela a su familia. De esto se dio cuenta el sacerdote Fineás, que era hijo de Eleazar y nieto del sumo sacerdote Aarón. Fineás abandonó la asamblea y tomando una lanza siguió al hombre, entró en su tienda y atravesó a ambos, al israelita y a la mujer.”[23]

Como se puede apreciar, las tácticas de tentación del demonio no han cambiado mucho a través de la historia. La impronta con que nos marcaron nuestros primeros padres en el Edén, sobrevive en estas dos debilidades que el tentador sabe aprovechar. La finalidad no ha cambiado tampoco y sigue siendo: dominar al pueblo de Dios y separarlo del Creador por medio del pecado con el objeto de controlarlo, tal como lo hizo a principio de la historia humana. En nuestros días, la tentación de la lujuria está conspicuamente presente en nuestra sociedad global y se la conoce como “liberación sexual” que –como ya se lo puede ir imaginando el lector­– de “liberación” no tiene nada.

Leamos con cuidado estas reflexiones de San Agustín.[24]

“Salvando las distancias, podremos deducir con facilidad dónde se encuentran las apariencias y dónde la felicidad. Así, pues, cuando al Dios verdadero se le adora, y se le rinde un culto auténtico y una conducta moral intachable, es ventajoso que los buenos tengan el poder durante largos períodos sobre grandes dominios. Y tales ventajas no lo son tanto para ellos mismos cuanto para sus súbditos. Por lo que a ellos concierne, les basta para su propia felicidad con la bondad y honradez. Son éstos dones muy estimables de Dios para llevar aquí una vida digna y merecer luego la eterna. Porque en esta tierra, el reinado de los buenos no es beneficioso tanto para ellos cuanto para las empresas humanas. Al contrario, el reinado de los malos es pernicioso sobre todo para los que ostentan el poder, puesto que arruinan su alma por una mayor posibilidad de cometer crímenes. En cambio, aquellos que les prestan sus servicios sólo quedan dañados por la propia iniquidad. En efecto, los sufrimientos que les vienen de señores injustos no constituyen un castigo de algún delito, sino una prueba de su virtud. Consiguientemente, el hombre honrado, aunque esté sometido a servidumbre, es libre. En cambio, el malvado, aunque sea rey, es esclavo, y no de un hombre, sino de tantos dueños como vicios tenga. De estos vicios se expresa la divina Escritura en estos términos: Cuando uno se deja vencer por algo, queda hecho su esclavo.[25]

Ahora apliquemos el principio tan sucintamente expresado en la carta petrina como brillantemente expuesto por San Agustín: Los vicios del carácter esclavizan al hombre y por eso, cuando el mal desea subyugar a un pueblo –como los amorreos y moabitas querían controlar a Israel– ataca las virtudes del individuo, pues una nación de hombres subyugados por sus vicios es fácilmente controlada por sus enemigos. Si la nación de la que hablamos es la humanidad entera, y el enemigo es el demonio; podemos entender la técnica de control, cada vez más refinada, que el adversario usa para debilitar y controlar a sus pobres víctimas. En el centro de estas técnicas de dominación, está lo que San Agustín llama “libido dominandi” –el deseo de dominar– que hoy podríamos invertir y llamar “la dominación por medio del deseo.” Desde los días del Marqués de Sade, durante la revolución francesa; pasando por los años de Alfred Kinsey, y siguiendo hasta el surgimiento de la así llamada “ideología de género” ­– se puede apreciar el avance de esa segunda columna que ayudada por la usura, rodea a la humanidad para controlarla. Esa segunda columna es la identificación de la inmoralidad sexual con la libertad y la virtud, o sea una completa inversión de valores, diseñada e implementada por los enemigos del hombre para engañarlo, subyugarlo y darle muerte.

Que la liberación sexual es una forma de control, lo aprendemos de la historia de Sansón y Dalila.[26] Sansón fue un hombre con serias dificultades para gobernar sus pasiones. Por esa razón fue controlado, subyugado y eventualmente destruído, dejándonos con su vida una severa enseñanza de lo que pasa si nos “liberamos” de los justos límites que Dios nos impone.

Detrás de la así llamada liberación sexual hay asimismo un plan de manipulación y control. Liberadas del freno de la moral, las pasiones ciegan al hombre y no le permiten ver que está siendo manipulado –Sansón comenzó por no querer ver que estaba siendo manipulado y terminó físicamente ciego y encadenado. Nuestra sociedad se comporta como Sansón. Por ejemplo, nadie habla seriamente de los daños que ocasionan las enfermedades venéreas, la preñez fuera del matrimonio, o la pornografía. Por el contrario, cada vez que alguien levanta la voz de alarma, se le responde que “esas cosas son el precio de la libertad.” De esa manera se hace una falsa equivalencia entre las consecuencias destructivas de la inmoralidad sexual con un bien que todos deseamos: la libertad. Cosas aparentemente inofensivas como la pornografía o la anticoncepción, acarrean enfermedades mentales y eventualmente otras cosas más graves invaden la sociedad “tolerante” que da lugar a esos espectáculos: crímenes sexuales, abortos legales e ilegales, vidas y familias destrozadas, entre otras cosas.

Se ha defendido la pornografía y otros espectáculos como una cuestión de “libertad de expresión” y hasta de “libertad de prensa.” Con el avance de la inmoralidad sexual en la cultura, la “liberación sexual” resulta en que grandes cantidades de personas que de otra forma serían ciudadanos razonablemente felices y productivos, terminan viviendo una vida determinada por el empuje de sus pasiones más bajas ¡Eso no tiene nada de liberador! Los grupos de intereses dañinos que desean conquistar la sociedad para sus propios fines y beneficios egoístas, saben que la moral sexual antecede históricamente a la cultura, y que la cultura antecede a la política. Habiendo conquistado al individuo luego de someterlo a sus bajos instintos con el cuento de una falsa libertad, ese hombre perdido irradia su perdición al resto de la sociedad, debilitando todas las fuerzas cohesivas que generan el bien común. Como el hombre ha sido esclavizado sutilmente, no se da cuenta que ha rendido su libertad y sirve a sus nuevos amos sin siquiera conocerlos. Esto es una gran mentira, el sello de autoría del demonio.

La moralidad es nada más que la razón puesta en práctica. El hombre liberado de ataduras morales tiende a la animalidad. Como los evolucionistas han mal-enseñado a la sociedad diciendo que somos animales superiores evolucionados de formas de vida inferiores, no cuesta mucho animalizar al hombre dominado por sus pasiones. Atado a esa magra satisfacción, las fuerzas (estado, cultura) que lo empujaron a esa vida vacía e infeliz, ahora se vuelven los guardianes del “derecho” del hombre a satisfacer sus pasiones y así el individuo pierde la dignidad y es usado social, económica, y políticamente.

Con esos nuevos poderes, el estado-cultura se apura a desacoplar a la religión de la educación y de la vida pública en general. Eso se hace para invertir los polos morales de vicio y virtud. Hemos visto eso con nuestros propios ojos desde los años de posguerra. Con el cuento de la superpoblación y la curva de Malthus … la anticoncepción se volvió una virtud y tener muchos niños ¡de pronto fue mal visto! La misma vida de un niño en gestación se volvió una desgracia que algunos quieren borrar con aborto libre e ilimitado –que pronto, me atrevo a decir– será obligatorio, como sucede en China. En esta desgraciada inversión general, la Iglesia –incómoda promotora de la vida y la familia– se vuelve un enemigo del estado y de la libertad del individuo. En cada curva del camino de su existencia, el hombre es acechado por la muerte.

La solución a esta terrible situación está en manos de Dios –pero Dios nos permite ayudar– y nosotros podemos ayudar a este mundo enfermo construyendo en la medida que podamos, esa Ciudad de Dios, orando y trabajando para afirmar la verdad y la vida.

El mundo está tratando de salirse de los límites que Dios le ha impuesto. Nada es sagrado, hasta los límites naturales deben caer ante el avasallante asalto de los rebeldes. La voluntad de formar una civilización no-cristiana tiene que llevar al desastre pues contradecir al Logos conduce a la destrucción; es como pararse ante un tren que avanza a gran velocidad. Nuestra parte en este choque es bastante sencilla: porque viajamos a bordo del tren. Tenemos que preservar la fe, usar bien el tiempo de nuestra vida en este mundo y pasar por el valle de las oscuras edades por venir, listos para reconstruir la civilización y salvar lo que se pueda de un mundo que ha perdido la chaveta y salta al abismo sin remedio.

Aún si una parte importante del liderazgo eclesiástico católico, llegara a “fornicar con el mundo” –para usar la expresión bíblica– debemos siempre recordar que lo que se opone a la alienante campaña de las fuerzas del mal, es algo mucho mayor que nosotros mismos o que la misma Iglesia. La mismísima fuerza protectora de Cristo, el Logos, consumirá a los rebeldes que pretenden alterar el sentido de la naturaleza misma y subyugar a su Iglesia. El que soñaba con dominar la tierra pagará el precio que ya está establecido por Dios.[27] Pero aquellos que perseveren en el testimonio de la verdad, encontrarán el camino a ese día que no tiene ocaso, a la verdad y la vida.

“No temáis por lo que vais a sufrir. De cierto os digo: a algunos de vosotros el diablo os arrojará en la cárcel para poneros a prueba, y sufriréis persecución durante diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.”

Esa es la promesa de Cristo en Apocalipsis 2, 10.

Hemos visto estas dos fuerzas nefastas desde su lejano origen: las dos avaricias que el enemigo del hombre usa para subyugar a la raza humana, pero también hemos visto que ambas se oponen a la generosidad y la amorosa caridad de Dios. Depende de nosotros elegir quién va a ser nuestro amo y también depende de nosotros que otros aprendan que existe otra clase de vida, la que Cristo anunció cuando dijo “arrepentíos y creed en el Evangelio.” Y con eso él nos invita a todos a cambiar el sentido de nuestra existencia, a dejarnos enseñar por Logos y Sophia, a dar testimonio al mundo del inefable amor de Dios.


[1] ¡Cómo has caído del cielo, lucero de la mañana! Tú, que sometías a las naciones, has caído por tierra. Decías en tu corazón: “Subiré hasta los cielos. ¡Levantaré mi trono por encima de las estrellas de Dios! ¡Gobernaré desde el extremo norte, en el monte de los dioses! ¡Subiré a lo alto de las nubes, seré semejante al Altísimo!” – Isaías 14, 12-14.

[2] “El Señor me dio la vida como primicia de sus obras, mucho antes de sus obras de antaño. Fui establecida desde la eternidad, desde antes que existiera el mundo. No existían los grandes mares cuando yo nací; no había entonces manantiales de abundantes aguas. Nací antes que fueran formadas las colinas, antes que se cimentaran las montañas, antes que él creara la tierra y sus paisajes y el polvo primordial con que hizo el mundo. Cuando Dios cimentó la bóveda celeste y trazó el horizonte sobre las aguas, allí estaba yo presente. Cuando estableció las nubes en los cielos y reforzó las fuentes del mar profundo; cuando señaló los límites del mar, para que las aguas obedecieran su mandato; cuando plantó los fundamentos de la tierra, allí estaba yo, afirmando su obra. Día tras día me llenaba yo de alegría, siempre disfrutaba de estar en su presencia; me regocijaba en el mundo que él creó; ¡en el género humano me deleitaba!” – Proverbios 8, 21-31. || Toda sabiduría viene del Señor, y está con él para siempre. ¿Quién puede contar la arena de los mares, las gotas de la lluvia y los días de la eternidad? ¿Quién puede medir la altura del cielo, la extensión de la tierra, el abismo y la sabiduría? Antes que todas las cosas fue creada la sabiduría y la inteligencia previsora, desde la eternidad. El manantial de la sabiduría es la palabra de Dios en las alturas, y sus canales son los mandamientos eternos. – Eclesiástico 1, 1-5.

[3] Pero entre vosotros no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre vosotros deberá ser vuestro servidor. – Mateo 20, 26.

[4] Si cumplís mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi gozo sea el vuestro, y para que ese gozo sea perfecto.

Este es mi mandamiento: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado. Mayor amor no hay que el de quien da la vida por los amigos. – Juan 15, 10-13.

[5] La serpiente la más astuta de todos los animales del campo que Dios el Señor había hecho, así que le preguntó a la mujer: —¿Es verdad que Dios os dijo que no comierais de ningún árbol del jardín? —Podemos comer del fruto de todos los árboles–respondió la mujer–. Pero, en cuanto al fruto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: “No comáis de ese árbol, ni lo toquéis; de lo contrario, moriréis.” Pero la serpiente le dijo a la mujer: —¡No es cierto, no váis a morir! Dios sabe muy bien que, cuando comáis de ese árbol, se os abrirán los ojos y llegaréis a ser como Dios, conocedores del bien y del mal. La mujer vio que el fruto del árbol era bueno para comer, y que tenía buen aspecto y era deseable para adquirir sabiduría, así que tomó de su fruto y comió. Luego le dio a su esposo, y también él comió. — Génesis 3, 1-6.

[6] Simeón les dio su bendición y le dijo a María, la madre de Jesús: “Este niño está destinado a causar la caída y el levantamiento de muchos en Israel, y a crear mucha oposición, a fin de que se manifiesten las intenciones de muchos corazones. En cuanto a ti, una espada te atravesará el alma.” — Lucas 2, 34-35.

[7] Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1133b-1.

[8] Catecismo de la Iglesia Católica, 2269.

[9] Amós 8, 4-10.

[10] Para mayores detalles ver: Development of Moral Doctrine. Theological study n. 54, p. 662. John T. Noonan, Jr. 1993. Institute for Advanced Studies, Princeton.

[11] De usuris responsum. Carta de Calvino sobre la usura, Juan Calvino, citada en Usury A Scriptural‚ Ethical and Economic View, (1902) por Calvin Elliott.

[12] “Luego Dios el Señor dijo: ‘No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayudante.’” Génesis 2:18.

[13] Frase que también se puede entender como: “No es bueno que el hombre sea-permanezca-continúe simple.

[14] Así el hombre fue poniendo nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo. Sin embargo, no se encontró entre ellos uno que fuera ayuda adecuada para el hombre. “Entonces Dios el Señor hizo que el hombre cayera en un sueño profundo y, mientras éste dormía, le sacó una costilla y le cerró la herida. De la costilla que le había quitado al hombre, Dios el Señor hizo a la mujer y se la presentó al hombre, y él exclamó: ‘Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Será llamada mujer porque del varón fue sacada.’ Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos se unirán y serán un solo ser. En ese tiempo el hombre y la mujer estaban desnudos, pero no se avergonzaban.” — Génesis 2:20-25.

[15] Este versículo resume bien las misiones de ambos, el antilogos y el Logos: “El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengáis vida, y la tengáis en abundancia.” — Juan 10:10.

[16] Juan 2:1-12.

[17] Caritas, agapé. Lat. Deus caritas est. Gr. Ὁ Θεὸς ἀγάπη ἐστίν [ HO Theos agapē estin] –1 Juan 4, 16.

[18] “Le respondió Jesús: ‘Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre sino por mí.’” –Juan 14:6.

[19] Juan 8, 44.

[20] Juan 19, 15.

[21] Juan 11, 45-48.

[22] Josué 7, 21.

[23] Números 25:6-8.

[24] Conviene leer cuidadosamente toda la Ciudad de Dios pero esta vez citamos el Libro IV, 3.

[25] Les prometen libertad, cuando ellos mismos son esclavos de la corrupción, ya que cada uno es esclavo de aquello que lo ha dominado. –2 Pedro 2:19.

[26] Ver Jueces, cap. 16.

[27] ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde el alma? ¿O qué se puede dar a cambio del alma? –Mateo 16:26