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Bruno Moreno

A no ser que uno acostumbre a pasear con bastón blanco, es imposible no ver con preocupación la conclusión de un acuerdo  entre la China comunista y el Vaticano sobre el nombramiento de obispos. Es cierto que la relación con las autoridades seculares siempre es complicada, porque se entrecruzan dos mundos —dos espadas, como se decía en la Edad Media— con normas, principios y formas de actuar diferentes: la Iglesia y los gobiernos civiles. A veces, lo mejor es enemigo de lo bueno y la Iglesia tiene que ceder en cosas secundarias para mantener las verdaderamente importantes.

Aun así, cuesta mucho comprender que se ceda de esta manera a las exigencias del gobierno chino en un tema tan crucial para la Iglesia como es el nombramiento de obispos. Durante décadas, los católicos chinos han resistido contra viento y marea la persecución, dando a menudo la vida por ser fieles a Roma. Y ahora, Roma les dice que no era para tanto, que, en realidad, era todo un malentendido, porque la propia Roma está dispuesta a someterse al comunismo chino.

Según parece, el acuerdo dispone que, a partir de ahora, será el Partido Comunista chino, a través de su filial, la Asociación Patriótica, quien elija a los obispos católicos en china. Para salvar las apariencias, eso sí, el Papa mantendrá un derecho de veto, que, es de temer, resultará ordinariamente más nominal que real.

Por si eso fuera poco, el acuerdo implica que algunos de los obispos que se han mantenido martirialmente fieles sean apartados, para que asuman sus cargos precisamente de los que cedieron y se pusieron de parte de los perseguidores. Los lapsi son honrados y reciben cargos episcopales, mientras se rechaza vergonzosamente a los confesores de la fe. No es extraño que el arzobispo de Hong Kong, el cardenal Zen, lo haya calificado como “increíble traición”. Es muy difícil no estar de acuerdo con él.

Qué grande es la ingratitud humana. También, o quizá especialmente, en el seno de la Iglesia. Quiera Dios pagar sobreabundantemente a los confesores chinos de la fe todo lo que han sufrido por Él y también el dolor de ver que se desprecia vergonzosamente su fidelidad.

Enseguida han surgido medios católicos, como cabía esperar, a defender la política vaticana en este asunto y a atacar a todo el que se permita dudar de su perfección e inmarcesibilidad. Una de las más llamativas de los últimos años es que se ataca como “contrarios al Vaticano II” a los que se atreven a expresar su preocupación con las medidas que se están tomando o preparando sobre el adulterio, la confesión sin propósito de la enmienda, las parejas del mismo sexo, los anticonceptivos, el celibato sacerdotal, los principios básicos de la moral, la doctrina social de la Iglesia, la primacía del amor a Dios y un largo etcétera. La única conclusión que uno puede sacar es que esos supuestos defensores del Concilio Vaticano II no se han leído un texto conciliar ni por equivocación.

Veamos qué dice, en realidad, el Concilio Vaticano II acerca de este tema:

“Puesto que el ministerio de los Obispos fue instituido por Cristo Señor y se ordena a un fin espiritual y sobrenatural, […] para defender como conviene la libertad de la Iglesia y para promover mejor y más expeditivamente el bien de los fieles, desea el sagrado Concilio que en lo sucesivo no se conceda más a las autoridades civiles ni derechos, ni privilegios de elección, nombramiento, presentación o designación para el ministerio episcopal; y a las autoridades civiles cuya dócil voluntad para con la Iglesia reconoce agradecido y aprecia este Concilio, se les ruega con toda delicadeza que se dignen renunciar por su propia voluntad, efectuados los convenientes tratados con la Sede Apostólica, a los derechos o privilegios referidos, de que disfrutan actualmente por convenio o por costumbre”

Decreto sobre el Ministerio Pastoral de los Obispos del Concilio Vaticano II, Christus Dominus, 20.

Esta es la realidad: el Concilio pidió que no se concedieran más a las autoridades civiles los privilegios que precisamente se han concedido ahora a las autoridades chinas. Se pueden decir muchas cosas de esta medida y se podrá estar a favor o en contra, pero lo que claramente no se puede decir es que Roma esté aplicando el Concilio Vaticano II. Lo que está haciendo es incumplirlo.

A esto se suma que esos privilegios se concedían en la antigüedad a reyes católicos, que podían ser mejores (algunos incluso santos) o peores personalmente, pero en cualquier caso creían en la fe católica. Aun así, junto a innegables beneficios en algunas ocasiones (como la reforma de Cisneros y, en general, la evangelización de América), los derechos de presentación causaron muchos problemas, especialmente cuando abusaban de ellos para sus propios fines monarcas sin escrúpulos. La situación se hizo insostenible cuando los países dejaron de ser católicos y por eso el Vaticano II, sabiamente, decidió no conceder más privilegios a las autoridades seculares.

Ahora, en cambio, se concede la autoridad para nombrar obispos a unas autoridades que son expresa, activa y combativamente anticatólicas. De hecho, reafirmaron hace poco la prohibición legal de que los miembros del partido comunista gobernante sean cristianos. No es solo es que esas autoridades no sean cristianas: está prohibido por ley que ni uno solo de sus miembros lo sea.

El comunismo clásico en general y chino en particular mantenía como uno de sus principales principios el rechazo frontal y especial al Catolicismo y las autoridades comunistas chinas actuales muestran inequívocamente todos los días, de palabra y de obra, que se mantienen en la misma línea. A pesar de los esfuerzos de ciertos clérigos por “blanquear” la imagen del totalitarismo chino, la realidad es la que es: destrucciones de iglesias, cruces e imágenes cristianas, encarcelamiento de sacerdotes y obispos, reeducación de cristianos, prohibición de la catequesis a los niños, casi quinientos millones de abortos en los últimos cuarenta años…

Y el Vaticano quiere poner en manos de esas autoridades ferozmente anticatólicas el nombramiento de obispos católicos. ¿Qué podría salir mal?

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