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Pedro Gaudiano

Todo el mundo afirma que el amor es un sentimiento. A ese sentimiento amoroso lo podemos llamar “afecto”. Pero el amor, ¿es sólo un sentimiento, o es algo más? Intentaremos mostrar que el amor es algo “efectivo”, que pertenece más a la esfera de la voluntad que a la esfera de los sentimientos.

Punto de partida

Rodolfo Terragno, periodista y político argentino, escribió[1] el siguiente artículo, que tiene una permanente actualidad:

“Don Quijote nunca le dijo a su escudero: “Ladran Sancho; señal que cabalgamos”. No hay, en el libro de Cervantes, ningún pasaje donde se lea esa frase.

Sherlock Holmes jamás exclamó: “Elemental, mi querido Watson”. Esa réplica no aparece ni en los 56 cuentos ni en las cuatro novelas que escribió Arthur Conan Doyle, el creador del mítico detective. Charles Darwin no creía que el Hombre descendiera del mono. Nadie encontrará semejante idea en El origen de las Especies, ni en La descendencia del Hombre. La guillotina no fue inventada por Joseph-Ignace Guillotine, y éste no fue decapitado durante la Revolución Francesa. Murió en 1814, de carbunclo en un hombro. Dalila no cortó los cabellos de Sansón. La Biblia dice que fue “un hombre.”[2] En 1492, no se creía que la Tierra fuera plana. Dos milenios antes, Pitágoras había descubierto que era esférica. Cuando Colón partió del puerto de Palos, hacía 1732 años que se conocía hasta la circunferencia: Eratóstenes la había calculado en 40.000 kilómetros y hoy se sabe con precisión que es de 40.046 kilómetros y 400 metros.

Hay falsedades que, de tan repetidas, tornan dudosa la misma verdad. Es un fenómeno de error y negación: primero se desacierta por ignorancia; luego se toma lo falso por verdadero, y por último se desarrolla una resistencia a la verificación. Quien asegura que Dalila le cortó por sí misma los cabellos de Sansón, no recurre a la Biblia porque detesta ser desmentido. Sucede aún con la realidad circundante, como puede observarse, por estos días, entre nosotros”.

El amor “afectivo”

El artículo anterior quizá nos permita abrir un poco más la mente para abordar el tema que nos ocupa. Existe un sentimiento amoroso, el “afecto”. Amar es sentir afecto, sentir que se quiere. Esto se reconoce fácilmente en el amor que le tenemos a las cosas materiales, a las plantas, a los animales y a las personas. El afecto produce familiaridad, cercanía física, y nace de ellas, como sucede con todo lo que hay en el hogar. Cualquier sentimiento – también el afecto – se define por una serie de fases, sucesivas y necesarias, que son las siguientes:

Objeto desencadenante y sus circunstancias. Siempre hay algo que desencadena, como en cascada, un sentimiento. Puede ser un acontecimiento, una persona, un pensamiento, etc.

Emoción o perturbación anímica. Es lo que uno siente dentro ante el objeto desencadenante. La intensidad de una emoción puede variar. Si es muy intensa, uno se da cuenta fácilmente que tiene un sentimiento. Pero la emoción puede ser casi nula, y eso es signo de que el sentimiento es mucho más profundo. Es el caso, por ejemplo, del amor a los padres, que no suele ir acompañado de una emoción intensa pero que es una realidad muy profunda y duradera en el tiempo.

Síntomas físicos o alteraciones orgánicas. Todo sentimiento siempre produce algunos cambios orgánicos. El miedo, por ejemplo, provoca la secreción de la adrenalina, que es lo que huelen los perros. Por eso se dice que los perros “huelen el miedo”. En el caso del amor, se ha comprobado que interviene una hormona llamada oxitocina. Los niveles de dicha hormona aumentan considerablemente antes del parto, y de hecho es lo que se le inyecta a la mujer para inducir el parto, si es necesario hacer eso. Es una hormona adictiva, porque recorre en el cerebro el mismo circuito que la heroína y la cocaína. Es la responsable de la “adicción” que una mamá siente por su bebé recién nacido. Pero además interviene tanto en la mujer como en el hombre en cualquier tipo de amor, ya sea a los hijos, de pareja, entre amigos y también en el amor a Dios. Entre otras cosas, la oxitocina es la responsable de que especialmente los jóvenes no comprendan que el amor sea otra cosa que un sentimiento.

Conducta o manifestación. Todo sentimiento tiende a ser expresado o manifestado. Esto se da aún en el caso de una persona que reprime sus sentimientos, ya que esa represión puede ser considerada como una conducta o comportamiento.

El amor “efectivo”

Además de un sentimiento amoroso o “afecto”, el amor también es una acción voluntaria o “efecto”, que uno realiza para hacer feliz a otra persona. Toda acción voluntaria atraviesa las dos fases siguientes:

El deseo racional. En primer lugar se da la tendencia o inclinación a unirme con un bien que la razón me señala como un fin o meta. Es el “querer” hacer algo. Este querer o “intención” alcanza para que una acción sea voluntaria. Así por ejemplo, yo “quiero” ir a mi casa, “quiero” hacer esto o aquello.

La elección. Consiste en decidir cómo y con qué medios llevaré a cabo esa acción. Es el “preferir” la manera concreta de realizar la acción. Para esto es necesario efectuar una deliberación previa, o sea una reflexión acerca de los medios que se pueden elegir para alcanzar el fin. Así por ejemplo, yo puedo ir a mi casa a pie, en bicicleta, en ómnibus, en auto, etc.

“Hollywood nos ha enseñado a creer que el amor es un sentimiento. Las relaciones son desechables. El matrimonio y la familia son asunto de contrato y conveniencia más que de compromiso e integridad. Pero estos mensajes dan un panorama muy distorsionado de la realidad. […] Mire a su alrededor, tal vez incluso a su propia familia. Cualquiera que haya pasado por un divorcio, por el alejamiento de un compañero, un hijo o un padre, o una relación rota, de cualquier modo podrá decirle que hay un dolor profundo, una cicatriz profunda. Y hay consecuencias duraderas que Hollywood por lo general no menciona. Así que aunque pudiera parecer “más fácil” en el corto plazo, con frecuencia es más difícil y más doloroso a largo plazo romper una relación que sanarla, particularmente cuando hay hijos involucrados.”[3]

Más que un sentimiento, una decisión

Se podría plantear la siguiente fórmula:

AMOR = AFECTO + EFECTO.

Cuando en el amor intervienen ambas cosas, es decir, el “afecto” y el “efecto”, entonces el amor es más pleno y realiza mucho más a la persona. Es por eso que se puede afirmar que el amor es la relación interpersonal que más tiende a la excelencia humana, ya que nos hace ser más y mejores personas. No sólo me enriquece a mí sino que es la relación interpersonal más beneficiosa para la sociedad.

Puede haber amor sin sentimiento, y “sentimiento” sin amor voluntario. Puede darse el caso de que exista el “efecto” sin el “afecto”. O sea que yo puedo realizar una acción voluntaria por el bien de otra persona, para que esa persona sea feliz, pero sin tener hacia esa persona un sentimiento amoroso. Es el caso, por ejemplo, de quien ayuda a cruzar la calle a un ciego: no lo conoce, no sabe su nombre, no siente “afecto” por él, pero realiza una acción concreta por el bien de esa persona. Aunque no lo tengamos registrado así en nuestra mente, esa acción tiene que ver con el amor. De hecho, todas las acciones que realizamos diariamente tienen que ver con el amor, porque lo afirman y promueven o porque lo niegan y rechazan.

Importancia de ampliar el concepto de amor

Para comprender mejor un concepto puede ser útil confrontarlo con el concepto opuesto. Así quedan bien de manifiesto las diferencias.

Lo opuesto del amor es el odio. Cuando yo odio a una persona porque objetivamente me hizo sufrir, me hizo llorar, me lastimó a mí o a un ser querido… mi odio hacia esa persona no le llega, a no ser que yo la tenga adelante mío y se lo exprese de alguna manera. Puede darse el caso de que esa persona está en otra parte del país, o quizá en el exterior. Tal vez ni se acuerda de mí. Pero el odio o los sentimientos negativos que yo siento hacia esa persona, a mí mismo me van corroyendo por dentro. A veces hay personas que llegan a enfermarse por antiguos odios, rencores u otros sentimientos negativos muy prolongados en el tiempo. En efecto, el odio me destruye por dentro. Dicho de otra manera, el primer efecto del odio no es sobre la persona odiada sino sobre uno mismo.

¿Qué pasa con el amor? Lo mismo, pero al revés. Cuando uno ama a otra persona, el primer efecto del amor no es sobre la persona amada sino sobre uno mismo. El amor te construye por dentro, te fortalece, te hace crecer y te realiza como persona.

Por lo general con amor “afectivo” amamos a muy pocas personas, pero con amor “efectivo” amamos a muchas personas. Corremos el riesgo de reducir el amor a un sentimiento o afecto amoroso. Entonces nos daremos cuenta que amamos a muy pocas personas y que muy pocas personas nos aman. Pero tenemos la posibilidad de cambiar ese paradigma y descubrir que podemos ampliar nuestro concepto de amor. Y entonces nos daremos cuenta que amamos mucho más de lo que creemos que amamos y que somos amados mucho más de lo que creemos que somos amados. Y esta conciencia nueva va a redundar en un mayor crecimiento y realización personal.

¿Es posible amar al enemigo?

Jesucristo enseñó el mandamiento del amor a los enemigos.[4] Pero eso no quiere decir que yo tenga que amar al enemigo con amor “afectivo”. En algunos casos esto puede resultar realmente imposible. Yo no puedo tener un sentimiento amoroso o “afecto” hacia alguien que me lastimó directamente a mí o a un miembro de mi familia. Pensemos por ejemplo en el caso de un violador o un asesino. Jesús ordena amar a esa persona no con un amor “afectivo”, sino con un amor “efectivo”. Yo puedo amar a esa persona al menos no deseándole ningún mal, como por ejemplo la muerte. Desearé que esa persona siga su camino, y que nunca se cruce con el mío. Pero el hecho de no desearle el mal o la muerte a otra persona es la forma más básica, mínima, de hacerle un bien, es decir, de amar “efectivamente” a esa persona.

“Dios es amor”

La primera encíclica del Papa Benedicto XVI, del 25 de diciembre de 2005, comienza de la siguiente manera:

“‘Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.’[5] Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él.”

Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna.”[6] […] El argumento es sumamente amplio; sin embargo, el propósito de la Encíclica no es ofrecer un tratado exhaustivo. Mi deseo es insistir sobre algunos elementos fundamentales, para suscitar en el mundo un renovado dinamismo de compromiso en la respuesta humana al amor divino.”

Publicado en Boletín del CIEF, Montevideo número 40, en abril de 2007.

 

 


[1] En la revista Noticias; Buenos Aires, 9 junio 2001.

[2] Jueces 16:19.

[3] Stephen Covey, Los 7 Hábitos de las Familias Altamente Efectivas.

[4] Ver Mateo 5, 43-48; Lucas 6, 27-35.

[5] 1 Juan 4,16.

[6] Juan 3,16.